.Orlando Guevara Núñez
El
odio enfermizo del actual gobierno de los Estados Unidos hacia el pueblo
cubano es la continuidad del mismo que durante más de un siglo han volcado
sobre nosotros, no solo con calumnias, amenazas y agresiones, sino, además, con su
deseo de exterminarnos.
Ahora, el pretexto es ser Cuba un
pueblo socialista. Pero la historia demuestra que ese odio viene desde mucho más atrás, desde que éramos una colonia
española. Sus ambiciones de anexarse a nuestro país, de frustrar nuestra
independencia, de adueñarse de nuestros recursos naturales, han estado siempre
acompañadas de la mentira y del crimen.
Veamos solo algunos ejemplos.
El quinto presidente de Estados Unidos, James Monroe (1817-1825), proclamó la doctrina que lleva su nombre y es retomada después de un siglo por el actuar cavernícola que ostenta ese cargo. Su objetivo fue tan claro como infame: Ejercer su dominio sobre los pueblos de América, con el pretexto de protegerlos de la colonización europea. Su basamento de América para los americanos, fue, en realidad, el propósito de América para los Estados Unidos.
Al sexto presidente norteamericano John Quincy Adams (1825- 1829) se debe la
llamada política de la “fruta madura”, cuya
esencia él mismo definió:
“Hay
leyes de gravitación política como las hay de gravitación física, y así como
una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento no puede, aunque
quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba una vez separada de España y
rota la conexión artificial que la liga con ella, es incapaz de
sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión
Norteamericana, y hacia ella exclusivamente, mientras que a la Unión misma, en
virtud de la propia ley, le será imposible dejar de admitirla en su seno”
No faltó, incluso, en años
posteriores, el intento de comprarle Cuba a España, sin siquiera ocultar el
desprecio por nuestro pueblo. La idea
yanqui de la anexión no dejó- ni ha dejado- de existir nunca.
En
carta enviada al periódico The Evening
Post, de New York, nuestro Héroe Nacional, José Martí, respondió a un artículo de esa publicación, el 25 de
marzo de 1889, con varias ofensas a
nuestro pueblo. Su título fue: Vindicación
a Cuba. El tema abordado por
The Evening Post, fue la posible anexión de Cuba a los Estados Unidos,
aprovechando para señalar deméritos de los cubanos.
Martí puntualiza en su
respuesta: “No es éste el momento de discutir el asunto de la anexión de Cuba.
Es probable que ningún cubano que tenga en algo
su decoro, desee ver su país unido a otro donde los que guían la
opinión comparten respecto a él las
preocupaciones sólo excusables a la política fanfarrona o la desordenada
ignorancia”.
“Ningún cubano honrado se
humillará – afirmó- hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero
valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y
desprecia su carácter”. Y afirmó un principio con vigencia para todos los
tiempos: “Solo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad”.
Pero las vías para adueñarse
de Cuba tuvieron luego otras formas más violentas y criminales. Así, en 1898,
cuando ya España tenía perdida la guerra, y no podía preservar su posición
colonial ni desde el punto de vista militar, ni económico, ni político, ni
social, ni moral en nuestro país, el gobierno de los Estados Unidos creyó
llegado el momento de que “la fruta cayera en sus manos” y que nuestro país
fuera de los norteamericanos. En esta ocasión el método fue la intervención
militar, haciéndole creer al mundo que habían venido a liberarnos, y lo que
hicieron fue que pasáramos, de colonia de España a neocolonia suya.
Pero para lograr su objetivo de
dominación sobre Cuba, el gobierno norteamericano estuvo dispuesto a desangrar
al país. Una instrucción del entonces Secretario de Guerra de los Estados
Unidos, J.C. Breckenridge, a las tropas interventoras en Cuba, revela la
esencia criminal de su misión en suelo nuestro:
“Habrá que destruir cuanto alcancen
nuestros cañones, con el hierro y con el fuego; habrá que extremar el bloqueo
para que el hambre y la peste, su constante compañera, diezmen su población
pacífica y mermen su ejército; y el ejército aliado habrá de emplearse
constantemente en exploraciones y vanguardias, para que sufran
indeclinablemente el peso de la guerra entre dos fuegos y a ellas se
encomendarán precisamente todas las empresas peligrosas y desesperadas(…)
Resumiendo, nuestra política se concreta a apoyar siempre al más débil frente
al más fuerte, hasta la completa exterminación de ambos, para lograr anexarnos
la Perla de las Antillas”.
Con esa hipocresía, con ese
sentimiento criminal, actuó el gobierno de los Estados Unidos en Cuba durante
aquella bochornosa intervención.
Vendría luego, como condición para
poner fin a la ocupación yanqui en Cuba, la imposición de la Enmienda Platt,
que dejaba a nuestro país atado a los designios norteamericanos.
El propio representante de la
potencia interventora, Leonardo Wood, dejó para la historia su valoración sobre
la injerencia intervencionista.
“Por supuesto que a Cuba se le ha
dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt (…) todo lo cual es
evidente que está en nuestras manos y creo que no hay un gobierno europeo que
la considere por un momento otra cosa sino lo que es, una verdadera dependencia
de los Estados Unidos y como tal es acreedora a nuestra consideración. Con el
control que sin duda se convertirá pronto en posesión, en breve
prácticamente controlaremos el comercio de azúcar en el mundo. Creo que
es una adquisición muy deseable para los Estados Unidos. La Isla se
norteamericanizará gradualmente y a su debido tiempo contaremos con una de las
más ricas y deseables posesiones que haya en el mundo”.
Fue ese el método colonizador, pues
no se atrevieron a mantener su dominio
por la fuerza, lo cual, sabían y temían, que los cubanos se revelarían hasta
lograr su verdadera libertad e independencia.
Durante más de medio siglo se
mantuvo Cuba con una independencia mediatizada, en una república donde los gobiernos
yanquis y sus embajadores regían el destino del país al que explotaban,
oprimían y seguían despreciando. Hasta que triunfó la Revolución el 1ro, de
enero de 1959.
Hoy se conoce que el imperio
norteamericano trató de evitar que el Ejército Rebelde, bajo el mando del
Comandante en Jefe Fidel Castro, llegara al poder. En aras de eso hizo
gestiones, cuando se convenció de que Batista estaba derrotado, para que éste
abandonara la presidencia y diera paso a una junta militar golpista. Pero la
inteligencia y audacia de Fidel frustró
ese objetivo.
Comenzaron entonces, antes de que
Cuba fuera proclamada socialista, las mendaces campañas, las amenazas, los
sabotajes, las agresiones. Y comenzó el bloqueo económico, comercial y
financiero que aún se mantiene.
Ellos le nombran embargo. Es, en
realidad, una criminal y sucia guerra económica, cuyos objetivos, definieron
desde el inicio:
“El único medio previsible para
enajenar el apoyo interno es a través del desencanto y el desaliento basados en
la insatisfacción y las dificultades económicas. Debe utilizarse prontamente
cualquier medio concebible para debilitar la vida económica de Cuba. Una línea
de acción que tuviera el mayor impacto es negarle dinero y suministros a Cuba
para disminuir los salarios reales y monetarios a fin de causar hambre,
desesperación y el derrocamiento del gobierno”.
Esa
ha sido y sigue siendo la política de Estados Unidos contra Cuba. Los
cubanos, sin embargo, hemos sabido siempre distinguir lo que es gobierno y lo
que es pueblo. Por eso no guardamos ningún rencor al pueblo de los Estados
Unidos, al cual sabemos víctima también de esta bochornosa y criminal política.
En un artículo periodístico no cabe
toda la infamia del odio yanqui hacia el heroico pueblo cubano. Quedan
episodios que debieran conocerse en el mundo entero, para poder apreciar, en su
justo valor, el desquiciado empeño del
gobierno imperial contra nosotros, y la
dignidad y moral que nos mantiene a los cubanos firmes e invencibles frente a
esa brutal obsesión.
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