miércoles, 11 de septiembre de 2024

 

Fidel en la ONU, el 26 de septiembre de 1960

 

.Orlando Guevara  ñez

 

Una verdad histórica  que el imperio yanqui ha tratado de tergiversar.

 

 

¿Y cómo llegó a ser nuestro país una colonia de Estados Unidos?  No fue precisamente por sus orígenes.  No fueron los mismos hombres los que colonizaron a Estados Unidos y a Cuba.  Cuba tiene una raíz étnica y cultural muy distinta, y esa raíz se afianzó durante siglos.  Cuba fue el último país de América en librarse del coloniaje español, del yugo colonial español, con perdón de su señoría, el representante del gobierno español.  Y por ser el último, tuvo que luchar también más duramente.

A España solo le quedaba una posesión en América, y la defendió con tozudez y ahínco.  Nuestro pueblo pequeño, de escasamente algo más de un millón de habitantes en aquel entonces, tuvo que enfrentarse solo, durante casi treinta años, con uno de los ejércitos considerados de los más fuertes de Europa.  Contra la pequeña población nacional, el gobierno español llegó a movilizar un número de fuerzas tan grande como todas las fuerzas que habían combatido la independencia de América del Sur juntas.  Hasta medio millón de soldados españoles llegaron a combatir contra el heroico e indoblegable propósito de nuestro pueblo de ser libre.

Treinta años lucharon los cubanos solos, por su independencia.  Treinta años que también constituyen sedimento del amor a la libertad y a la independencia de nuestra patria.  Pero Cuba era una fruta —según la opinión de un presidente de Estados Unidos a principios del siglo pasado, John Adams—, era como una manzana pendiente del árbol español, llamada a caer, tan pronto madurara, en manos de Estados Unidos.  Y el poder español se había desgastado en nuestra patria.  España no tenía ya ni hombres ni recursos económicos para mantener la guerra en Cuba; España estaba derrotada.  La manzana estaba aparentemente madura, y el gobierno de Estados Unidos extendió las manos.

No cayó una manzana, cayeron varias manzanas en sus manos.  Cayó Puerto Rico, el heroico Puerto Rico que había iniciado su lucha por la independencia junto con los cubanos; cayeron las Islas Filipinas, y cayeron varias posesiones más.  Sin embargo, el expediente para dominar nuestro país no podía ser el mismo.  Nuestro país había sostenido una tremenda lucha y a su favor existía la opinión del mundo.  El expediente debía ser distinto.

Los cubanos que lucharon por nuestra independencia, los cubanos que en aquellos instantes estaban dando su sangre y su vida, llegaron a creer de buena fe en aquella Resolución Conjunta del Congreso de Estados Unidos, del 20 de abril de 1898, que declaraba que Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente.

El pueblo de Estados Unidos simpatizaba con la lucha cubana.  Aquella Declaración Conjunta era una ley del Congreso de esta nación, en virtud de la cual declaraba la guerra a España.  Mas aquella ilusión concluyó en un cruel engaño.  Después de dos años de ocupación militar de nuestra patria, surge lo inesperado:  en el mismo instante en que el pueblo de Cuba, a través de una Asamblea Constituyente estaba redactando la Ley Fundamental de la República, de nuevo surge una ley en el Congreso de Estados Unidos, una ley propuesta por el senador Platt, de triste recordación para Cuba.  Y en aquella ley se establecía que la Asamblea Constituyente de Cuba debía llevar un apéndice, en virtud del cual, le concedía al gobierno de Estados Unidos, el derecho a intervenir en los problemas políticos de Cuba y, además, el derecho de arrendar determinados espacios de su territorio para estaciones navales o carboneras.

Es decir que mediante una ley emanada de la autoridad legislativa de un país extranjero, la Constitución de nuestra patria debía contener esa disposición, y bien claramente se les indicaba a nuestros constituyentistas que si no había Enmienda no habría retirada de las fuerzas de ocupación.  Es decir que se le impuso a nuestra patria por el órgano legislativo de un país extranjero, se le impuso por la fuerza, el derecho a intervenir y el derecho a arrendar bases o estaciones navales

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