.Orlando Guevara Núñez
Cuando
el 26 de Julio de 1953 se produjo el histórico asalto a los cuarteles Moncada,
en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, sólo un grupo de
combatientes participó en la lucha. Luego, otro grupo, aún más reducido, los
expedicionarios del Granma, reiniciarían la gesta armada para derrocar a la
sangrienta tiranía batistiana. En ambos casos, los revolucionarios, estuvieron
a punto de ser exterminados.
La insurrección encabezada por Fidel escaló la Sierra Maestra,
bajó a los llanos y en algo más de dos años se convirtió en fuerza victoriosa.
La lucha clandestina escribió páginas de heroísmo y de gloria. Las montañas y
las calles de las ciudades fueron épicos escenarios donde los hombres y mujeres
forjaron con sacrificio y sangre la libertad.
Hasta el momento del triunfo, podía hablarse
de un decidido apoyo popular. Pero lo acontecido después fue un fenómeno sin
precedentes en la historia cubana.
El concepto de pueblo se fue cimentando en
cada hecho o momento trascendente de la Revolución. Así,
cuando comenzaron a proclamarse las leyes revolucionarias, el abrumador apoyo
popular fue decisivo. Sólo que esta vez las masas actuarían no como
espectadoras, sino como protagonistas.
Recuérdese
que en enero de 1960, cuando el cambio de presidente en los Estados Unidos,
acompañado de amenazas a la Revolución cubana, decenas de miles de milicianos -
cuya inmensa mayoría no había tenido participación directa en la lucha contra la tiranía batistiana - ocuparon las
trincheras y estuvieron dispuestos a enfrentar una agresión yanqui.
Igual sucedió pocos meses después en Playa
Girón y luego durante la Crisis
de Octubre. Sólo en la indómita región oriental, más de cien mil milicianos se
movilizaron, conscientes del peligro de un holocausto nuclear del cual podíamos
nosotros ser el epicentro.
En la lucha contra las bandas mercenarias
organizadas, financiadas y dirigidas por la Agencia Central de
Inteligencia y el gobierno de los Estados Unidos contra nuestro país, miles de
obreros y campesinos se sumaron a la contienda hasta exterminarlas.
Millones de personas, organizadas en los
Comités de Defensa de la Revolución, inmovilizaron a la contrarrevolución
interna. La conciencia nacional se había impuesto como fuerza decisiva y había
ganado la categoría de invencible. Creo que no haber comprendido y aceptado ese
fenómeno ha sido el más garrafal error del enemigo imperialista. Y no fue sólo en la defensa armada. Igual
protagonismo popular tuvo lugar en la Campaña de Alfabetización, en las Zafras del
Pueblo, en el trabajo voluntario, en la salud y en cuanta meta fuera planteada
por el Gobierno Revolucionario.
Cada
héroe de la guerra, fue
multiplicado por muchos después del
triunfo de la Revolución.
Ahora la historia de este pueblo es mucho más
grande, rica y trascendente. En selvas, desiertos, montañas, valles, ríos e
inhóspitos lugares de disímiles partes del mundo donde la barbarie
colonial, el capitalismo brutal, la agresión imperialista y el más desolador
abandono han convertido a los pueblos en presas de la explotación y el
atropello, las manos francas del noble pueblo cubano no han vacilado en
extenderse para contribuir a la libertad, defender la independencia, salvar una
vida, curar una enfermedad , luchar contra la ignorancia o compartir las
esperanzas de un mundo mejor que ya
sabemos posible.
Un pueblo héroe que ha ganado ese peldaño en
una lucha de más de cinco décadas, sin un minuto de tregua. De este
pueblo, dígase su nombre completo: Pueblo revolucionario de Cuba.
El año 196l fue particularmente rico en
acontecimientos de relevancia. Y en cada uno de ellos, la juventud estuvo a la
vanguardia. Es que la propia dirección revolucionaria estaba integrada por
jóvenes. Una nueva hornada, entre la adolescencia y la juventud, brotaba con
bríos incontenibles y asimilaba las grandes tareas, a la vez que se preparaba
para nuevos empeños.
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