.Orlando Guevara Núñez
El revolucionario
verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Tal definición fue hecha por el Che,
quien agregó que es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esa
cualidad.
Frank
País García cayó asesinado en Santiago de Cuba cuando aún no había cumplido los
23 años de edad. Era el máximo jefe de la lucha clandestina y con su audacia y
capacidad organizativa representaba un
puntal de la guerra revolucionaria en el llano. Pero a esa virtud, Frank unía
otra: la de amar con intensidad muchas cosas que formaban parte de su vida y de
su lucha.
A
veces, su grandeza como combatiente, la dimensión de su figura y su sitial
entre los más venerados héroes de la
Patria, nos inclinan a hablar sobre él sólo en el plano de lo
épico. Pero Frank fue mucho más que un gladiador. En su corta edad, se había
desarrollado como revolucionario, sin faltarle la cualidad señalada por el
Guerrillero Heroico.
¡Cómo
quería a su mamá!
La
exclamación fue de Doña Rosario, su progenitora. “El procuraba siempre que su
mamá no se sintiera mal. Cuando yo estaba triste o enferma, por la mañana, bien
tempranito, levantaba a los muchachos y prendía la candela”. Y distribuía los quehaceres domésticos: Josué, la
limpieza; Agustín, los mandados.
Un
día de las madres no tenía nada que poder regalarle a su mamá. Con sus
hermanos, siguió unas carretillas cargadas de carbón, de las que algunos se
escapaban y quedaban en el suelo. Los recogieron y se los llevaron a Doña
Rosario como el más sentido regalo.
“No
está bien que yo, que soy su madre, lo diga, pero era una joya (…) Cada día de
las madres a las 5 de la mañana, entraba a mi cuarto, seguido de sus hermanos.
Me despertaban con una canción. Me regalaban flores. Luego se quedaban conmigo
hasta el amanecer. Me hacían chistes y cuentos. Más tarde, ni aún en lo más
crudo de la lucha dejaba de enviarme Frank, el Día de las Madres, un ramo de
flores”.
“Frank me daba medicinas cuando me enfermaba y
hacía guardia al lado de mi cama”.
Hermano, ¡Hermano mío!
Frank
sentía un amor profundo por su hermano Josué. Un cariño transformado en
devoción. Lo llamaba “mi niño”.
“Acaba
de decírmelo… Josué”. Así le dijo Frank
a Léster Rodríguez, cuando éste le comunicó que habían salido algunos carros a
la calle y se reportaban algunos muertos. Lo había presentido.
En
carta a Fidel, fechada el 5 de julio de 1957, le expresa (…) “Aquí perdimos tres compañeros más,
sorprendidos cuando iban a realizar un trabajo delicado y que prefirieron morir
peleando antes que dejarse detener, entre ellos el más pequeño que me ha dejado
un vacío en el pecho y un dolor muy mío en el alma…”
La
caída de su hermano lo angustia. Y de ese dolor brotan los versos llenos de
ternura y de amor. Cuánto te quise, cómo lloré / tus penas y tus tristezas / cuánto siento
el no haber sido / tu compañero de siempre / no haberte brindado mi vida. Cuánto sufro el no haber sido / el que cayera a tu lado / hermano, ¡hermano mío! / qué solo me dejas / rumiando mis penas
sordas, / llorando tu eterna ausencia…
Sólo
un mes más tarde, Frank País García se
uniría a su hermano en el sitial de los mártires de la Revolución.
Para mi no hay nada más que ella
El
amor a la Patria
llena todos los sentimientos del joven. En carta dirigida a una muchacha que
había sido su novia, está explícito este amor y su disposición de entregarlo
todo por él.
“
Soy distinto, sí, tienes una rival que me ha robado el alma por entero,
que me absorbe en cuerpo y alma, que me
hace circular la sangre más rápido al pensar en ella, que he sentido angustias
y alegrías con ella. Que he llorado, y abundantemente, como un chiquillo, por
sus tristezas. He sufrido ya tanto por ella que me siento suyo, ha tomado mi
vida de una manera que no soñé nunca
entregar más que a Dios. Soy suyo y ella es mía porque la quiero, la amo
profundamente, de corazón.
“La
conoces - continuaba diciendo en su carta - aunque la has mirado muchas veces
sin comprenderla bien. Tiene la falda de listas azules y blancas, el corpiño
rojo y sobre su cabeza un gorro frigio con una estrella blanca. ¿Comprendes
esto?
“He
olvidado todo. Tú, yo, los demás. Para mi no hay nada más que ella. No me
interesa ya nada de nada, sólo ella. Me siento como poseído. En mis venas arde
un solo deseo, servirla. Me vejan, me dejan solo, sufro, pero ya no me importa,
¡Qué me va a importar si la tengo a ella!”
Y
fue éste, el amor de Frank País a su Patria, un amor correspondido, que sigue
creciendo con el tiempo y echando raíces profundas que lo sustenta
Y se les ve caer uno a uno…
Frank amó entrañablemente a sus compañeros de
lucha. Sufrió por ellos. Para él
“compartir el peligro, la fugaz victoria y el riesgo de la vida y el
cariño de los demás, siembra en el alma un cariño mucho más grande que el del
hermano, más profundo y recio que el de un padre, tan abnegado y noble como el
de una madre”.
Su
agonía se multiplica ante la pérdida de cada compañero. “Y se les ve caer uno a uno. Y se siente morir en cada caída y aprende a
quererse más al que queda. Y se le ve
caer también. Y al otro y al otro…”.
Sus
vivencias son terribles. “Yo quería a
Carlitos y lo he perdido, yo quería a
Carvajal y lo he perdido, yo quería a José Tey y lo he perdido, yo quería a
Tony Alomá y lo he perdido, yo quería a Otto Parellada, a Orejón Forment, a
Ñico López, a Cándido González, a Saavedra, a Raúl Suárez, a Mario Lamelas, a
Joel Jordán, a Guillermo Domínguez y tantos más (…) y a todos los he perdido,
sintiendo con cada uno de ellos como si me arrancaran algo de mi vida”.
Tanto
laceraba al joven jefe clandestino la caída de cada compañero, que llegaría a
escribir: “A veces pienso si sería mejor morir y ser eternamente joven y cesar
el sufrir y no vivir sintiendo la muerte de cada hermano que cae (…)”
Así
era Frank, el muchacho maestro, que tocaba piano, regalaba flores, escribía y recitaba versos, capaz de las
cosas más sublimes y de las decisiones más drásticas cuando de los principios y
la disciplina se trataba. Así lo recordamos hoy. Eternamente joven, enamorado
de la vida. Poseído por un profundo amor a
su familia, a sus compañeros y a la Patria por la cual ofrendó su vida.
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