.Orlando Guevara Núñez
La historia ha confirmado una verdad inobjetable sobre las acciones del 26 de julio de 1953, cuando, bajo la jefatura de Fidel Castro, fueron asaltados los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo. Allí, más que contra dos posiciones enemigas y los militares que las defendían, se combatió contra un sistema social injusto.
¿De dónde procedían los asaltantes? Eran jóvenes obreros, campesinos, estudiantes, humildes trabajadores que representaban a las grandes masas oprimidas y sin derechos. No había entre ellos ningún rico, ningún político corrupto, ningún aspirante a triunfar para ganar posiciones. Todos estuvieron inspirados en el deseo de derrocar a la tiranía para alcanzar la libertad y soberanía plenas de Cuba, para solucionar los grandes problemas políticos, económicos y sociales que aquejaban a la nación cubana.
Si se quiere una confirmación sobre esa verdad, he aquí la composición social de los 61 jóvenes que ofrendaron su vida en estas acciones, de los que solo seis cayeron en combate y 55 asesinados luego de ser hechos prisioneros.
Siete constructores. Dos obreros de tejares. Un obrero de pedrería. Dos carpinteros. Dos constructores de muebles. Siete obreros agrícolas y campesinos. Un mecánico de refrigeración. Dos choferes y un ayudante de chofer. Dos braceros de muelles. Dos cocineros. Un obrero sin especialidad. Un cantinero. Un gastronómico. Un panadero. Un chapista. Un empleado de cervecería. Dos zapateros. Dos empleados de oficina. Un médico. Un empleado de banco. Dos viajantes de comercio. Dos fotógrafos, empleados. Un estudiante. Un maestro, poeta. Un comisionista de buques, que ayudaba a su padre en esta tarea. Un estudiante, viajante de medicina. Un dependiente de comercio. Un estudiante, profesor, oficinista. Un empleado de comercio. Un trabajador eléctrico. Un empleado de funeraria. Un trabajador del comercio. Dos parqueadores. Un deportista. Un vendedor de ostiones (eventual) Un vendedor de flores. Un obrero cíclico.
Otros muchos que sobrevivieron, eran de la misma extracción humilde. Y el propio jefe del asalto, cuyos padres tenían una posición acomodada, había renunciado a sus bienes para dedicarlo todo a la causa del pueblo.
Esa realidad desconcertó incluso al tirano Fulgencio Batista, quien, acostumbrado a los rejuegos y luchas de poder entre los políticos corruptos, no tuvo otra alternativa que mentir, sin escrúpulos de ningún tipo, ante la opinión pública.
Así, al día siguiente de los hechos del 26 de julio, el tirano afirmaría que los asaltantes “habían sido reclutados entre mercenarios nacionales y extranjeros”. Y acusó al presidente derrocado por él mediante el golpe de estado del 10 de marzo de 1952 –Carlos Prío Socarrás- de haber financiado con un millón de pesos las acciones.
En su cinismo sin par, el dictador afirmó: “Los hombres amillonados, como si se acolchonaran sobre sus montones de billetes, anuncian revoluciones, arman brazos, compran armas en el extranjero, se gastan a raudales el capital en tierra extraña, y no basta con haber saqueado el tesoro, con haber dañado la salud del pueblo, con haber herido profundamente la economía nacional; no, es necesario desprestigiar a la República, hacer correr la sangre, pero no con riesgos de su vida. Ellos, desde allá entre colchones de billetes y de seda, maniobran malévolamente y los que han caído son anónimos civiles y no hay ningún cabecilla visible”.
Esto lo afirmaba el hombre que en su anterior período presidencia había robado más de 40 millones de pesos al tesoro público. Y robaría mucho más entre 1952-1958, cuando, entre otras muchas propiedades y negocios turbios, llegó a contar con nueve centrales azucareros, un banco, tres aerolíneas, una papelera, una transportista por carretera, una productora de gas, dos moteles, varias emisoras de radio y de televisión, revistas, una fábrica de materiales de construcción, un centro turístico, varios inmuebles rurales y urbanos, varias colonias y firmas norteamericanas
Sin embargo, el jefe del asalto del 26 de julio, Fidel Castro, quien había estado en la primera línea del combate, arriesgando su vida y salvándola milagrosamente,
Fulgencio Batista calificaba a los héroes del 26 de julio como mercenarios nacionales y extranjeros. Lo hacía frente a la realidad de que eran luchadores honestos contra los opresores nacionales y extranjeros, quienes fueron clasificados en el libro Los propietarios de Cuba 1958, de Guillermo Jiménez, en su procedencia. De los 551 más influyentes y poderosos de esa oligarquía, residentes en el país, 65 eran españoles, 24 norteamericanos
Pero esta vez la lucha no sería entre lobos. Sería de personas honradas, patriotas y revolucionarias
Está claro también que la lucha no fue contra los soldados. En aquel momento, los efectivos militares en el país sumaban algo más de 21 300. Los grandes jefes se enriquecían, mientras la inmensa mayoría obtenían sueldos irrisorios para defender los intereses de los explotadores y asesinos.
Un hecho que demuestra la incapacidad de la tiranía para entender las razones que impulsaron a aquel grupo de jóvenes al combate del 26 de julio de 1953, es la recogida que se hizo de políticos tradicionales y opositores al régimen batistiano, quienes fueron juzgados en el mismo juicio a los revolucionarios
Las armas insurrectas del 26 de julio de 1953, apuntaron contra el corazón de una sociedad injusta. Fue una lucha de los humildes contra los poderosos. Hoy la obra construida y defendida, así lo confirma. Esa es la verdad histórica detrás de cada disparo de los asaltantes moncadistas
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