.Orlando Guevara Núñez
Cuando Cuba padecía bajo la
tiranía de Fulgencio Batista, el gobierno de los Estados Unidos decía que
vivíamos en un país próspero. Entonces no nos acusaba de violación de derechos
humanos, ni de falta de democracia, ni de tener dictadura. Cuba no era
agredida, ni bloqueada, ni amenazada, ni acusada de ser peligro para la seguridad de los Estados Unidos.
En este trabajo, pretendo
sólo citar algunas cifras que retratan a la Cuba de antes del triunfo de la
Revolución, al “paraíso” capitalista, apoyado con armas y asesores yanquis. El
mismo gobierno que trató de evitar que el Ejército Rebelde, bajo el mando de
Fidel, asumiera el poder después de haber derrotado a la tiranía.
Algunas de estas cifras
fueron citadas por Fidel, el 16 de octubre de 1953, ante el tribunal que los
juzgaba por los hechos del 26 de julio de ese año.
No son todos los números.
Pero bastarán para llegar a una conclusión. Juzgue el lector.
El 85 por ciento de los
pequeños agricultores cubanos pagaba renta y vivía bajo la perenne amenaza del
desalojo de sus parcelas Más de la mitad de las mejores tierras de producción
cultivadas estaba en manos de monopolios extranjeros
Doscientas mil familias
campesinas no tenían una vara de tierra
donde sembrar alimentos para sus hijos.
En manos de poderosos intereses, cerca de trescientas mil caballerías de
tierras productivas sin cultivar.
Estaban registradas 159 000 fincas. Y el 20 %de
los propietarios tenía menos del 1 por ciento de las tierras. El 1 %, tenía el
46%.
En solo 13 latifundios
norteamericanos, azucareros, se concentraba la cifra de 1
173 000 hectáreas, extensión superior a la poseída por 101 278
fincas pequeñas, mientras que más de 100 000 campesinos trabajaban la
tierra sin ser dueños de éstas, y sólo el 30 por ciento de quienes trabajaban
el agro eran propietarios. En 894 personas
se monopolizaba la tercera parte
del área dedicada a la agricultura.
Unos 33 000 agricultores
eran aparceros, es decir, trabajaban una parcela sin ser dueños y tenían que
pagar a sus propietarios, mientras que 13 000 eran precaristas asentados en tierras
del Estado, sin proceder legal. Otros 46 000 trabajaban como arrendatarios y 6
987 como subarrendatarios.
Más de 200 000 familias vivían en bohíos miserables, sólo el 9 por ciento
disfrutaba del servicio eléctrico, 96 de cada 100 familias no consumían carne habitualmente, menos del uno por ciento comía
pescado, apenas el dos por ciento tenía el huevo en su alimentación y un 89
por ciento no contaba con un decisivo recurso dietético como lo es la leche.
Datos de una encuesta de una organización juvenil
católica, en 1957, afirman que una familia campesina, como promedio, tenía un
ingreso de 46 pesos al mes para los gastos de alimentación, ropa, medicinas y
transporte, contabilizado el valor de
los alimentos que ella producía.
Más del 94% de los
establecimientos industriales tenían menos de cien empleados, mientras que más
del 50% de los trabajadores de esa rama pertenecían al sector azucarero. Las
industrias productoras de materias primas y recursos básicos, representaban
sólo el 0,1% de las inversiones al margen de la industria azucarera, la que, en
su mayoría, estaba en manos de monopolios extranjeros.
Había doscientos mil bohíos y chozas; cuatrocientas
mil familias del campo y de la ciudad vivían
hacinadas en barracones, cuarterías y solares sin condiciones de higiene y
salud; dos millones doscientas mil personas de la población urbana pagaban alquileres que
absorbían entre un quinto y un tercio de sus ingresos; y dos millones
ochocientas mil de nuestra población rural y suburbana carecían de luz eléctrica.
En el año
1953, sólo el 13 por ciento de las viviendas clasificaban como buenas; el 20 por ciento como aceptables, mientras que la categoría de
regular abarcó al 21 por ciento; las malas llegaron al 32 por ciento, y el resto, casi un 15 por ciento, en estado
ruinoso.
La situación del desempleo
era realmente agónica. A los 600 000 cubanos sin empleo en aquellos momentos,
se unían los 500 000 mil obreros del campo que solo trabajaban tres o cuatro
meses al año, pasando el resto sin tener donde ganar su sustento.
La situación de 1953
continuó agravándose, porque cada año arribaban a la edad del empleo unos 100
000 jóvenes, para los cuales no existían fuentes de trabajo, pues el incremento
de plazas era de 37 000. Así, en 1958,
último año de la tiranía en el poder, más de 700 000 cubanos, una tercera parte
de la población laboral, más del 45 por ciento en las zonas rurales, no tenían
empleo permanente.
La mujer era particularmente
discriminada. En 1958. solo estaban empleadas 194 000, el 70 por ciento en
labores domésticas. Unas 100 mil mujeres tenían la prostitución como único
medio de vida.
En 1953, el 23,6 por
ciento de la población mayor de 10 años
era analfabeta, mientras que sólo el 55,6 por ciento de los niños entre seis y 14 años estaban matriculados en las
escuelas, aunque muchos se veían obligados a abandonarla para incorporarse al
trabajo como medio de subsistencia.
Un millón y medio de habitantes mayores de
seis años no tenían ningún grado escolar aprobado, al tiempo que la matrícula
sólo registraba el 52 por ciento de los
niños de siete años, el 43,7 por ciento
de los de ocho y el 36,6 por ciento de los de nueve.
Entre los 15 y 19 años, en
la flor de su juventud, sólo el 17 por ciento de los cubanos recibía algún tipo
de educación, mientras que el grado cultural promedio de los mayores de 15 años
no llegaba al tercero.
En el país existían sólo 53
464 graduados universitarios, entre ellos 37 292 en la capital del país, con
una población analfabeta de seis a nueve años que llegaba a 44,5 por ciento en La Habana, al tiempo que en
Oriente alcanzaba un 81,2 por ciento, llegando a un 89 por ciento en las zonas
rurales.
Así, en 1958, los datos eran desgarradores. Un
millón de analfabetos absolutos, más de un millón de semianalfabetos, 600 000
niños sin escuelas mientras que 10 000 maestros estaban sin trabajo.
El presupuesto de la nación
para la educación era de apenas 79,4 millones de pesos, muchos de los cuales
eran robados por políticos y funcionarios corruptos.
El
presupuesto asignado a la salud era
realmente una vergüenza. Unos 25 millones de pesos, de los cuales políticos y
funcionarios corrompidos se robaban gran parte. La mayoría de esos recursos se
concentraban en la capital, cuya población representando el 22 por ciento del
total del país, contaba con el 61 por ciento de las camas.
En
la Oriente la situación era más trágica.
La Región Oriente Sur de Salud Pública - actuales provincias de Granma,
Santiago de Cuba y Guantánamo- contaba
con un presupuesto de sólo 1 300 000 pesos.
La mortalidad infantil
cubana superaba la tasa de 60 por cada mil nacidos vivos, aún cuando muchos
niños no eran siquiera registrados en su nacimiento por residir en lugares
rurales donde la asistencia médica no llegó nunca durante la etapa pre
revolucionaria.
Miles de niños y adultos
morían cada año víctimas de enfermedades curables. Por la poliomielitis
fallecían anualmente o quedaban inválidas unas 300 personas; el paludismo
atacaba a unas 3 000; de la difteria eran presa unos 600 niños, mientras que la
gastroenteritis causaba estragos en la propia ciudad de Santiago de Cuba.
Incluso en 1957, se conoce el doloroso episodio del Valle de Mayarí Arriba,
zona rural donde ese año murió el 80 por ciento de los niños menores de un año,
como consecuencia de esa enfermedad.
En el propio año 1953, una
epidemia de gastroenteritis mataba dos niños cada día en Santiago de Cuba. Las
autoridades achacaron la enfermedad a la mala calidad del agua y los alimentos,
pidieron apoyo al país, y como respuesta recibieron unas pocas camas y cuatro
cajas de medicamentos, lo que ni siquiera contribuyó a aliviar el mal.
La salud era un negocio
privado. Y la medicina, una mercancía. El 70 por ciento del mercado de
medicamentos estaba en manos de empresas norteamericanas y la población tenía
que adquirirlos mediante precios que multiplicaban su costo. El servicio médico
rural no existía.
El país contaba con unos 6
000 médicos, la mayoría en la capital cubana y otras grandes ciudades, mientras
que gran parte de ellos ejercía la medicina privada. Las 131 casas de socorro
existentes en el país, eran realmente una grotesca caricatura de atención
sanitaria, y una gran mayoría de quienes recibían asistencia médica, se
quedaban con las recetas en los bolsillos, al no poder comprarlas por falta de
recursos. La atención estomatológica era ínfima. Una intervención quirúrgica
era un lujo que pocos podían satisfacer. Eso explica que, en esa época, la
expectativa de vida de la población anduviera por los 55 años.
Santiago de Cuba contaba con
solo 198 médicos
Es esto lo que quiere devolvernos el imperio yanqui. Y si hasta
ahora no lo ha logrado, es por la existencia aquí de un pueblo encabezado por Fidel, por Raúl y
por el Partido Comunista de Cuba, dispuesto, con la defensa de nuestro
socialismo, a seguir siendo lo que somos y no regresar jamás a lo que fuimos.
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