.Orlando
Guevara Núñez
En
estos días, por la presencia del huracán Irma, mucho se ha mencionado a otro
con nombre de mujer: el ciclón Flora, que azotó la parte oriental cubana a
inicios de octubre de 1963. En esa ocasión, con apenas 20 años de edad, yo
desempeñaba el cargo de secretario general del Comité Seccional del Partido en
Cauto Embarcadero. Hace unos años, escribí sobre aquel episodio que, en el área que yo dirigía dejó 257 muertos, y el territorio destruido. Hoy, la
evocación del Flora me motiva a seleccionar unos pocos párrafos que pueden dar
aunque sea una pálida imagen del desastre vivido. Téngase en cuenta que en esa
época, aún no teníamos una Defensa Civil organizada, ni presas que asimilaran grandes volúmenes de agua, ni la experiencia de hoy ante los desastres naturales.
En medio de aquella tragedia indescriptible,
la tarea de los botes tuvo su fin, porque la cercanía del Cauto y su bravura,
por ese lugar, eran muchas. Nuestras
esperanzas se desmoronaban. Los camiones habían sido sustituidos por tractores,
éstos por botes y ahora las embarcaciones estaban obligadas a ceder su lugar a
otro medio más eficaz: los helicópteros de nuestras Fuerzas Aéreas Revolucionarias.
Pocas veces habíamos visto tanto coraje,
audacia y sensibilidad humana y revolucionaria como la de aquellos pilotos y
sus tripulaciones, sobrevolando las aguas y buscando a los sobrevivientes. Creo
que ese tipo de hombre superior, es una de las más bellas creaciones de la Revolución.
Gracias a los helicópteros, centenares de personas fueron rescatadas de
lugares donde habían permanecido aisladas en pequeñas porciones de tierra firme
o encima de los árboles y casas.
No
es exagerado decir que durante los días que duró el Flora, perdimos casi por
completo la noción del tiempo. No hubo noches ni días, sino continuas e interminables jornadas de trabajo. Ni
siquiera la fecha podíamos precisar. Fue más de una semana con la misma ropa,
mojada, sucia, pestilente. Los pies, entumecidos en el interior de las botas.
Los pulmones, con un frío que los calaba.
En medio de aquella tragedia, supimos la
noticia de que nuestro Comandante en Jefe se encontraba en la zona del Cauto.
La primera reacción fue de alegría; la segunda, de preocupación.
Siempre la presencia de Fidel infunde ánimos, nos inyecta confianza y
nos hace sentir más capaces de realizar
cosas mayores. Pero no era posible abstraerse de la realidad sobre el peligro
que él corría. “A Fidel no puede pasarle nada”, pensábamos, quizás como un
mecanismo de autodefensa ante la preocupación; pero la posibilidad de que sí le
pasara, martillaba cada momento.
Es
verdad que Fidel es Fidel porque siempre ha marchado a la vanguardia, lo mismo
en el Moncada que en el Granma, en la Sierra Maestra, en Girón y en todos los momentos
de peligro para nuestro pueblo, pero ningún revolucionario se siente tranquilo
si conoce que él está corriendo riesgos. Y en aquellos momentos el peligro era
grande.
Poco
después, supimos del accidente del carro anfibio en el cual viajaba nuestro
máximo jefe, y cómo él tuvo que abandonarlo en medio de un río crecido, el
Rioja, afluente del Cauto.
La
destrucción era total y deprimente. Nada había sido infalible ante la fuerza
del Flora. Para enfrentar esa realidad, hacía falta ahora más valor que el
derrochado en las labores de salvamento. En medio de la tragedia, no pensábamos
en el futuro, sino en lo que teníamos al lado, en quienes necesitaban ayuda. El
efecto de verlo todo destruido fue un impacto indescriptible.
Cuando bajaron las aguas, quedó ante nosotros un espectáculo tétrico,
desolador, tan traumático que ni aún el paso de los años ha podido borrarlo.
Casas destruidas y semi destruidas. Seres humanos muertos por doquier.
Las cosechas arrasadas, exterminados todos los animales domésticos; el lodo
levantado casi un metro en el interior de las viviendas en pie; todo tipo de
animales muertos a cada paso, la pestilencia penetrante. Y lo más impresionante:
la gente enterrando a sus muertos, en muchos casos en el mismo lugar donde se
encontraban los cadáveres o buscando infructuosamente a los familiares
desaparecidos.
Aquellos que encontraban los cuerpos sin vida de sus seres queridos
sentían, al menos, el consuelo de darles sepultura y saber donde estaban. Otros
permanecieron meses en una larga y dolorosa espera, debatiéndose entre la
posibilidad de la muerte y la esperanza del milagro salvador que no llegó nunca.
El
poblado de Cauto Embarcadero ofrecía a nuestros ojos un panorama dantesco. Allí
murieron ahogadas veintinueve personas. A las casas de placa existentes, sólo
les quedó sin cubrir por el agua una longitud de dos o tres pies; a otras,
menos y algunas fueron virtualmente tapadas. Las viviendas poco resistentes,
arrasadas o averiadas.
Barrios enteros habían desaparecido junto a la mayoría de sus
pobladores. En la Región
del Cauto, más de novecientos muertos enlutaron a centenares de familias,
mientras que más de un millar de viviendas fueron totalmente destruidas o
sufrieron daños de consideración.
Cauto Embarcadero veintinueve muertos; Los Guayitos, treinta y dos;
Aguas Verdes, cincuenta y seis; El Doce y Medio, cincuenta y cuatro; Guamo,
cuarenta y uno. El Seis de Santa Rosa, otros pequeños bateyes radicados junto a
las grúas cañeras, barriecitos agrícolas, todos destruidos; ausencia de muchos,
presencia inconsolable de otros. La lista de los muertos, larga; las cifras,
abrumadoras; los casos, conmovedores; la realidad, aplastante. El Seccional de
Cauto Embarcadero y el Municipio de Río Cauto habían sido arrasados por el
Flora.
El domingo 13
de octubre de 1963, conocimos un comunicado del Comandante en Jefe Fidel
Castro, a través del cual planteaba al pueblo una tarea convertida en bandera
de combate para todos los revolucionarios: Reconstruir
todo lo perdido y hacer mucho más.
(…) Pero
el país se levantará de este revés con más fuerza y pujanza aún. Porque ante la
adversidad se crece siempre nuestro
pueblo heroico y revolucionario. Ayudaremos
con todo nuestro corazón y nuestras fuerzas a nuestros hermanos en el dolor;
más poderoso que los huracanes, es el sentimiento de solidaridad del hombre.
El
dolor de uno es el dolor de todos. Las pérdidas de uno, es pérdida de todos.
Ninguna
familia quedará sin la ayuda de la Revolución,
para que vuelva a poseer lo que ha perdido; ningún niño quedará
huérfano; ningún hogar quedará sin auxilio.
Reconstruiremos
todo lo destruido y haremos mucho más.
El
país, trabajando, se resarcirá con creces de los daños sufridos. Hoy no
trabajamos sino para nosotros mismos. El trabajo humano es el creador de todas las riquezas. El trabajo puede más que la Naturaleza. Con
nuestro trabajo saldremos victoriosos de
esta prueba.
Y lo
dicho por Fidel se hizo realidad.
Resumiendo:
En mi seccional, 257 muertos, en el municipio de Río Cauto, más de 700, en el
país, 1 137, aunque he leído otras cifras superiores. Todavía conservo en la
memoria muchas de aquellas trágicas imágenes.
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