.Orlando Guevara Núñez
Cada vez que en Cuba hay un proceso eleccionario, no
puedo evitar que a mi mente acuda el
recuerdo de José Cuevas Veranes. Porque él es un aleccionador ejemplo de lo que eran las elecciones en Cuba
antes del triunfo del 1ro. de enero de 1959. El fue víctima de aquel pasado que
para los cubanos no podrá jamás ser presente, ni mucho menos futuro.
Está vivo aún. Y si alguien le pregunta cómo eran
aquellas elecciones, seguro le responderá con
una palabra por él acuñada para esa ocasión: ¡Solavaya” , que en el argot cubano viene siendo algo así como: ¡Aléjate,
mal! O ¡No quiero saber de eso!
Una vez me contó que en la zona rural donde vivía, su
padre se rebeló contra la Guardia Rural al servicio de los gobiernos opresores.
Y lo apalearon, golpiza que lo llevó a la muerte. La madre y los nueve hijos
quedaron abandonados en la más terrible miseria.
Recordó que un día
la madre vino para Santiago de Cuba con tres hijos
enfermos y llegó al único hospitalito infantil que existía en la entonces
capital de Oriente. Uno sufría de gastroenteritis, otro carente de vitaminas en
el cuerpo, y el tercero con tifus. Pero no tenía dinero para el pago de la
asistencia médica ni de las medicinas.
Fue entonces que un politiquero – a la caza de personas
humildes con esa u otras desgracias- le ofreció la solución a cambio de que le
entregara la cédula electoral de ella y de su familia. El pacto tuvo que
hacerse.
En otra ocasión, murió el hermano mayor, pero no había
dinero para el gasto de los funerales. Uno de esos buitres de las urnas,
nutriéndose del dolor de la familia, le propuso que “Si todos se unen y dan su
voto, lo demás es fácil”. La dignidad no permitió esta vez la afrenta. Fue
necesario pactar un “tendido luctuoso a plazos” y cargar con la deuda durante
cinco años.
Ante aquella situación, es comprensible que uno de los
hermanos de José Cuevas muriera de viruela, dos de tifus, al tiempo que dos
hermanas fallecieron durante el parto.
Eran los tiempos en que los politiqueros lucraban con las
desgracias de los pobres. Y las elecciones eran meros fraudes que llevaban al
poder a los ricos que de cada elección salían más ricos mientras los pobres
salían más pobres.
Hoy todo es
distinto. Lo que valen son los méritos, la consagración incondicional a los
intereses del pueblo. Por eso es el pueblo quien nomina a los candidatos y los
elige. Las puertas están cerradas para los oportunistas. Decisión de pueblo que
como José Cuevas Veranes, repetiría su conclusiva expresión ante quienes
regresarnos a las elecciones del pasado en Cuba: ¡Solavaya!
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