.Orlando Guevara Núñez
Agregó José Martí: “Han de podarse de la lengua poética, como del árbol, todos los retoños entecos, o amarillentos, o mal nacidos, y no dejar más que los sanos y robustos, con lo que, con menos hojas, se alza con más gallardía la rama, y pasea en ella con más libertad la brisa y nace mejor el fruto”.
Continúa afirmando que pulir es bueno, más dentro de la mente y antes de sacar el verso al labio. Así pensó nuestro Apóstol al escribir el prólogo a El poema del Niágara de Juan Antonio Pérez Bonalde, en Nueva York, publicado en 1882, en esa ciudad.
Este poeta romántico nació en Caracas, Venezuela, el 30 de enero de 1846 y murió en ese país el 4 de octubre de 1892. De él afirma Martí que fue grande, aunque no vino de España. Dice que otros fueron los tiempos de las vallas alzadas y éste es el tiempo de las vallas rotas, pues ahora los hombres comienzan a andar sin tropiezos por toda la tierra.
Analiza cómo ahora la poesía surge rápida, de forma distinta a las grandes obras de antes. Sobre la obra citada Martí dice que su autor ha escrito un canto extraordinario y resplandeciente del poema extraordinario de la naturaleza. Celebra su fuerza de creación.
Apunta en su crítica que quien va en busca de montes, no se detiene a recoger las piedras del camino, y saluda el sol, y acata al monte, pues, “¿quién no sabe que la lengua es jinete del pensamiento y no su caballo? Que la tumba es vía, no termino y que la mente no podría concebir lo que no fuera capaz de realizar.
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