. Orlando
Guevara Núñez
“Ya los Estados
Unidos no podrán caer jamás sobre América con la fuerza de Cuba, pero, en
cambio, dominando a la mayoría de los demás Estados de América Latina, Estados
Unidos pretende caer sobre Cuba con la fuerza de América”. Así lo denunció, el
4 de febrero de 1962, la Segunda Declaración
de La Habana,
luego de que pocas horas antes –el 31 de enero- la Octava Reunión Consultiva de
Ministros de Relaciones Exteriores de este Continente, agrupados en la Organización de Estados
Americanos (OEA) acordara la expulsión de Cuba de ese organismo, por
considerarla incompatible en el seno de esa comunidad de naciones.
En aquella reunión, celebrada en Punta del Este, Uruguay, Estados Unidos movió sus peones. Los gobiernos títeres, rompieron de inmediato las relaciones con Cuba; otros resistieron un tiempo más, pero, al final, sólo la hermana nación mexicana no se plegó al mandato del Imperio.
En aquella reunión, celebrada en Punta del Este, Uruguay, Estados Unidos movió sus peones. Los gobiernos títeres, rompieron de inmediato las relaciones con Cuba; otros resistieron un tiempo más, pero, al final, sólo la hermana nación mexicana no se plegó al mandato del Imperio.
El dictamen de
aquel encuentro bochornoso, fue definido con certeza por la Segunda Declaración
de La Habana: “Los
acuerdos obtenidos por los Estados Unidos con métodos tan bochornosos que el
mundo entero critica, no restan, sino que acrecentan la moral y la razón de
Cuba, demuestran el entreguismo y la traición de las oligarquías a los
intereses nacionales y enseña a los pueblos el camino de la liberación. Revela
la podredumbre de las clases explotadoras en cuyo nombre hablaron sus
representantes en Punta del Este. La
OEA quedó desenmascarada como lo que es: un ministerio de
colonias yanquis, una alianza militar, un aparato de represión contra el
movimiento de liberación de los pueblos latinoamericanos”.
Cuba, desde
aquel momento, quedó separada de los gobiernos oligárquicos, pero nunca pudieron
separarla de los pueblos. Su voz no se perdió en el infinito, siguió vibrando
en la mente y los corazones de los humildes y de los explotados, como símbolo
de esperanza y de lucha, a la vez que martillaba en los oídos de los
explotadores, como advertencia de que Cuba seguiría existiendo, con OEA, sin
OEA e incluso frente a la OEA.
Fuimos
bloqueados, amenazados, agredidos, calumniados. Pero los agresores no contaron
con la fuerza más importante de la Revolución: su pueblo. Los oligarcas se sentían seguros
del aplastamiento de ese pueblo, pronosticaron los funerales de la Revolución e hicieron
todo lo posible por borrar el socialismo de la faz de esta empobrecida y
preterida región del mundo. Y la
OEA desempeñó con cinismo –en nombre de la libertad, de la
democracia y de los derechos humanos- su bochornoso papel de ayudante del
pretendido enterrador.
En Punta del
Este, se enfrentaron dos ideologías: el capitalismo y el socialismo. El
conjunto de agresores, por el primero; Cuba, por el segundo. Por eso, la
histórica Segunda Declaración de La
Habana proclamó que allí: Cuba representó a los pueblos,
Estados Unidos representó a los monopolios; Cuba habló por las masas explotadas
de América, Estados Unidos por los intereses oligárquicos, explotadores e imperialistas.
Cuba, por la soberanía, Estados Unidos por la intervención.
Al triunfar la Revolución, Cuba
dependía en gran medida, en sus exportaciones e importaciones, del gobierno
imperialista de los Estados Unidos. Al implantarse el bloqueo, el país quedó prácticamente
sin tener a quien venderle ni a quien comprarle. La OEA apoyó ese propósito
asesino. Y cuando la Unión Soviética
y el Campo Socialista se derrumbaron, Cuba volvió a perder los mercados de
compra y venta. En esas condiciones, ¿Cuál otro país hubiese podido resistir?
Los cubanos, sin embargo, resistimos, sin perder nunca la fe, sin cambiar
principios por beneficios materiales, sin negociar la dignidad por migajas, sin
aceptar chantajes.
En Punta del Este,
la OEA condenó al país agredido y apoyó a la
potencia agresora. Hemos vivido más de medio
siglo bajo un bloqueo incesante, criminal, incrementado, que afecta todo, que
nos priva de recursos, que ha retardado en casi veinte años nuestro desarrollo,
que se siente en todos los sectores, en la mesa, en la satisfacción de muchas necesidades.
Y junto a ese
bloqueo indigno, le mentira –también apoyada por la OEA- de que esas dificultades
son propias del sistema socialista y consecuencia de la incapacidad de los
cubanos para dirigir la economía.
Hoy Cuba tiene
las relaciones con todos los países que la OEA, azuzada por los Estados Unidos, obligó a romper
con nosotros. La historia nos ha reconocido la razón que no dejamos nunca de
tener.
Cuba, al ser expulsada de la OEA, proclamó ante el mundo –
cuando para muchos parecía una aspiración irrealizable- que “Ahora sí, la
historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y
vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos
mismos, para siempre, su historia (…) Porque esta gran humanidad ha dicho ¡Basta!
y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes, ya no se detendrá hasta
conquistar la verdadera independencia, porque la que ya han muerto más de una
vez inútilmente. Ahora, en todo caso, los que mueran morirán como los de Cuba,
los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera, irrenunciable
independencia”.
La realidad
latinoamericana actual, demuestra esa aseveración. Ya nuestros pueblos no son
un rebaño pastoreado por un amo imperial. La revolución en este Continente
avanza, sobre las ruinas de un sistema insostenible, sumido hoy en la crisis
que muchos especialistas califican la más grave de ese sistema explotador.
En este
contexto, la OEA
acordó anular la resolución que nos
expulsó de su seno. Siempre, en ese tiempo, los cubanos nos sentimos honrados
de no formar parte de ese aparato al servicio del Imperio. Y nunca nos sentimos
excluidos del seno de los pueblos, con los cuales hemos compartido luchas,
dolor, sacrificio y esperanzas.
En esa reunión los gobiernos y pueblos hablaron por Cuba. Una
exclamación de uno de ellos, compartida por otros, nos llenó de emoción:
¡Gracias, Cuba, por existir!
Y Cuba seguirá
existiendo. Los Estados Unidos, en 1959, como la había deseado José Martí en
1895, pocas horas antes de su caída en combate, no pudieron contar más con la
fuerza de Cuba para caer sobre los pueblos de América. Ahora deja de contar con
la fuerza de América para caer sobre Cuba. Porque ante el imperio brutal y el
sistema que representa, esta humanidad seguirá diciendo ¡Basta! y continuará su
marcha indetenible, haciendo su propia historia.
Ahora, el
escenario está preparado para que Estados Unidos, con la complicidad de algunos
gobiernos sumiso, quiera repetir con Venezuela su ensayo fracasado en Cuba.
Preparan la expulsión de la OEA de este hermano país, bloquearlo más, agredirlo
más. Y no hay duda de que, al igual que en Cuba, el fracaso será de los
agresores.
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