.Orlando Guevara Núñez
Sólo en una ocasión tuve la oportunidad de estar al lado
del Che, de estrechar su mano y saludarlo personalmente. Fue a mediados de
1964, en Bayamo. Para esa fecha, yo era secretario general del Comité Regional de la Unión de Jóvenes
Comunistas en ese territorio oriental.
El Che llegó de visita. Lo recibió el compañero Juan
González Pérez, máximo dirigente del
Partido en la región. Y por él fui invitado. El comandante Dermidio Escalona,
en ese momento director de la Agrupación Básica del Cauto, acompañaba al
visitante.
Y anduvimos unas tres horas juntos. Visitamos un centro
de ceba de toros en la Granja del Pueblo Hermanos Lotty, en las cercanías de
Bayamo. Luego, la fábrica de productos lácteos Nestlé, en la Ciudad Monumento,
y finalmente la fábrica Sakenaf, en proceso de construcción.
En el cebadero el Che, habló poco. Pero en la Nestlé
conversó con un grupo de trabajadores. Se refirió a la batalla por el sexto
grado y la superación. También sobre la emulación socialista. Recuerdo que, en
tono de broma, les dijo a los obreros que ahora ellos no tenían con quien
competir en la emulación, pero iban a tener un gran rival con la Sakenaf, pues
esa planta iba a ser tan grande que se necesitaría, para trasladarse de un departamento a otro, ir en bicicleta. En
sakenaf la visita fue más breve.
No imaginé, en aquellos momentos, que estaba junto a un
hombre que alcanzaría luego dimensiones que multiplicarían la grandeza, el
heroísmo, el valor humano y el prestigio ganado en Cuba.
Tanto fui impactado por el ejemplo del Che, que cuando
supe de su muerte, me sentí en la obligación de rendirle un eterno tributo. A
él, a Tania y a todos sus compañeros de lucha.
Así, cuando nació mi primera hija, recibió el nombre de
Tania. Y cuando nació mi hijo, se nombró Ernesto, quien, por mi apellido, se
llamó Ernesto Guevara, igual que el Che. Pero a la edad de 18 años, cumpliendo el servicio militar en el
Ministerio del Interior, por negligencia
de un compañero suyo, perdió la vida al dispararse accidentalmente un arma. Puedo decir, aún con dolor, que dos
veces he llorado la muerte de un Ernesto Guevara. Y han pasado los años, pero
cada aniversario de uno y otro, los recuerdos
duelen más. Y la veneración crece.
Por dobles razones, ese es, para mí, un nombre sagrado.
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