miércoles, 16 de mayo de 2018

El campesino cubano: la verdad temida en Lima




Orlando Guevara Núñez
Durante la recién celebrada Cumbre de los Pueblos en Lima Perú, los campesinos cubanos fueron excluidos. Se negó arbitrariamente la participación de una organización de la sociedad civil cubana que agrupa hoy a unos  380 000 miembros. Las  razones son evidentes: ni al imperio norteamericano, ni a su Ministerio de Colonias – la OEA- convenía que se escuchara allí su palabra, su verdad.
El ejemplo de la obra de la Revolución relacionado con la propiedad de la tierra no es solo ocultado, sino, además, tergiversado. Lea y juzgue el  lector.
 La Reforma Agraria, que cumple 59 años este 17 de mayo, fue y sigue siendo el todo del campesinado cubano. No sólo por la propiedad de la tierra que otrora trabajaban sin ser sus dueños. Ni tampoco por haberse eliminado el odioso y criminal  latifundismo. Esa Ley transformó totalmente la vida de nuestros pobladores del campo en sus condiciones de trabajo y de existencia. La salud, la educación, la cultura, el deporte, el sistema crediticio, la seguridad de mercado, el apoyo en equipos y técnicas de cultivo, el respeto a la dignidad humana y la plena y activa incorporación a la sociedad, no han dejado de fortalecerse durante este más de  medio siglo.
Los campos cubanos albergaban a un campesinado que había luchado con bravura por la libertad e independencia de la Patria, desde el 10 de octubre de 1868, inicio de la Guerra de los Diez Años, encabezada por Carlos Manuel de Céspedes, hasta la epopeya guerrillera conducida por Fidel desde el 2 de diciembre de 1956, coronada con el triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959. Pero siempre había sido traicionado.
Ese campesinado, según una encuesta publicada en 1957 por una organización de la Juventud Católica, en un 96 por ciento no consumía carne habitualmente, menos del 1 por ciento comía pescado, apenas el 2 por ciento incluía el huevo en su dieta, mientras que 89 de cada cien no tomaban leche. La mortalidad infantil sobrepasaba la tasa de 60 por cada mil nacidos vivos, el analfabetismo estaba por encima del 40 por ciento y el desempleo de los obreros agrícolas era abrumador, pues sólo había empleo unos tres meses al año.
El Artículo 90 de la Constitución cubana de 1940, prohibía el latifundismo, pero  se quedó esperando por leyes complementarias o decretos que lo hicieran realidad. El latifundio era cada vez más poderoso, los campesinos cada vez más pobres y abandonados, a la vez que la nación sufría la estrangulación extranjera que explotaba a los cubanos y les robaba sus riquezas, con la complicidad de una burguesía terrateniente entreguista, incapaz incluso de defender los intereses nacionales ante el imperio todopoderoso.
Se hacía en Cuba, con  los campesinos, lo que sucede hoy en la mayoría de los pueblos de nuestro continente. Puede afirmarse, con toda razón, que la Reforma Agraria expropió de forma legal, lo que los monopolios norteamericanos habían expropiado a la nación mediante fraudes. Los desalojos, los fraudes, recurriendo incluso al asesinato. El 19 de abril de 1905, la norteamericana Nipe Bay Company, de Jersey City, adquirió, por la burlesca cifra de cien dólares, 3 713 caballerías, es decir, unas 49 800 hectáreas.
En Cuba, las empresas azucareras abarcaban más de 200 000 caballerías, y más de 300 000 las dedicadas a la ganadería. O lo que es lo mismo: alrededor del 25 por ciento del área total del país. El latifundismo extranjero y local engordaban sus arcas con el sudor, la miseria y la sangre del campesinado cubano.
Y esa injusticia y ese abandono rural fue lo que erradicó en fecha bien temprana la Reforma Agraria cubana. Más que reforma, al decir de Fidel, una Revolución Agraria.
Y no solo más  100 000 campesinos fueron hechos propietarios,  sino que más de 200 000 familias del campo fueron beneficiadas con tierras y empleo permanente, y los campos cubanos comenzaron a salir de la bárbara explotación y del abandono padecido durante siglos. Para nuestros hombres del campo, cesarían para siempre los desalojos, los atropellos y crímenes que habían costado la vida a centenares de campesinos, entre ellos a los líderes Niceto Pérez y Sabino Pupo.
Los latifundistas expropiados fueron de inmediato a buscar refugio y apoyo- que no les faltó- en los Estados Unidos. Y ese gobierno se opuso a la ley agraria cubana y trató de impedirla, creyendo que podía actuar como lo había hecho antes  del triunfo de la Revolución. Cuba  indemnizó a los expropiados, menos a los norteamericanos, que se negaron a aceptar el pago. Creían, desde luego, que la Revolución duraría poco, que no resistiría sus presiones y agresiones, y las tierras volverían a manos de los explotadores.
La estupidez y el cinismo del gobierno norteamericano, llegan al ridículo de decir que quieren ayudar a los campesinos cubanos para que incrementen su producción. Piensa que puede engañarlos, incluso virarlos contra la Revolución. Si la intención de ayuda fuese cierta, la medida más eficaz sería eliminar el bloqueo económico, comercial y financiero que a nuestro campesinado también en mucho perjudica.
A campesinos  dueños de sus tierras y de su producción, con acceso total a la salud y la educación gratis, con su vejez asegurada, con mercado suficiente para todo lo que produzca y a buenos precios, con plena libertad y derechos, sin el flagelo de los desalojos, sin latifundistas que los exploten, ¿Qué podría ofrecerles el imperio yanqui? Ante esa patraña, vale repetir el nombre de un conocido programa humorístico cubano: ¡A otro con ese cuento!
Este 17 de mayo nuestros productores agrícolas celebrarán su día de felicidad, de gloria y de victoria. Celebrará  el sueño realizado que  quiso ocultarse en Lima. Y tendrán muy presente un nombre raíz de esos logros: Fidel Castro Ruz.

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