Orlando
Guevara Núñez
Durante la
recién celebrada Cumbre de los Pueblos en Lima Perú, los campesinos cubanos
fueron excluidos. Se negó arbitrariamente la participación de una organización
de la sociedad civil cubana que agrupa hoy a unos 380 000 miembros. Las razones son evidentes: ni al imperio
norteamericano, ni a su Ministerio de Colonias – la OEA- convenía que se
escuchara allí su palabra, su verdad.
El ejemplo
de la obra de la Revolución relacionado con la propiedad de la tierra no es solo
ocultado, sino, además, tergiversado. Lea y juzgue el lector.
La Reforma Agraria, que cumple 59 años este 17
de mayo, fue y sigue siendo el todo del campesinado cubano. No sólo por la
propiedad de la tierra que otrora trabajaban sin ser sus dueños. Ni tampoco por
haberse eliminado el odioso y criminal latifundismo.
Esa Ley transformó totalmente la vida de nuestros pobladores del campo en sus
condiciones de trabajo y de existencia. La salud, la educación, la cultura, el
deporte, el sistema crediticio, la seguridad de mercado, el apoyo en equipos y
técnicas de cultivo, el respeto a la dignidad humana y la plena y activa
incorporación a la sociedad, no han dejado de fortalecerse durante este más
de medio siglo.
Los campos cubanos albergaban a un campesinado que había luchado con
bravura por la libertad e independencia de la Patria, desde el 10 de octubre de
1868, inicio de la Guerra de los Diez Años, encabezada por Carlos Manuel de
Céspedes, hasta la epopeya guerrillera conducida por Fidel desde el 2 de
diciembre de 1956, coronada con el triunfo revolucionario del 1ro. de enero de
1959. Pero siempre había sido traicionado.
Ese campesinado, según una encuesta publicada en 1957 por una organización
de la Juventud Católica, en un 96 por ciento no consumía carne habitualmente,
menos del 1 por ciento comía pescado, apenas el 2 por ciento incluía el huevo
en su dieta, mientras que 89 de cada cien no tomaban leche. La mortalidad
infantil sobrepasaba la tasa de 60 por cada mil nacidos vivos, el analfabetismo
estaba por encima del 40 por ciento y el desempleo de los obreros agrícolas era
abrumador, pues sólo había empleo unos tres meses al año.
El Artículo 90 de la Constitución cubana de 1940, prohibía el latifundismo,
pero se quedó esperando por leyes complementarias
o decretos que lo hicieran realidad. El latifundio era cada vez más poderoso,
los campesinos cada vez más pobres y abandonados, a la vez que la nación sufría
la estrangulación extranjera que explotaba a los cubanos y les robaba sus
riquezas, con la complicidad de una burguesía terrateniente entreguista,
incapaz incluso de defender los intereses nacionales ante el imperio
todopoderoso.
Se hacía en Cuba, con los
campesinos, lo que sucede hoy en la mayoría de los pueblos de nuestro
continente. Puede afirmarse, con toda razón, que la Reforma Agraria expropió de
forma legal, lo que los monopolios norteamericanos habían expropiado a la
nación mediante fraudes. Los desalojos, los fraudes, recurriendo incluso al
asesinato. El 19 de abril de 1905, la norteamericana Nipe Bay Company, de
Jersey City, adquirió, por la burlesca cifra de cien dólares, 3 713 caballerías,
es decir, unas 49 800 hectáreas.
En Cuba, las empresas azucareras abarcaban más de 200 000 caballerías, y
más de 300 000 las dedicadas a la ganadería. O lo que es lo mismo: alrededor
del 25 por ciento del área total del país. El latifundismo extranjero y local
engordaban sus arcas con el sudor, la miseria y la sangre del campesinado
cubano.
Y esa injusticia y ese abandono rural fue lo que erradicó en fecha bien
temprana la Reforma Agraria cubana. Más que reforma, al decir de Fidel, una
Revolución Agraria.
Y no solo más 100 000 campesinos
fueron hechos propietarios, sino que más
de 200 000 familias del campo fueron beneficiadas con tierras y empleo
permanente, y los campos cubanos comenzaron a salir de la bárbara explotación y
del abandono padecido durante siglos. Para nuestros hombres del campo, cesarían
para siempre los desalojos, los atropellos y crímenes que habían costado la
vida a centenares de campesinos, entre ellos a los líderes Niceto Pérez y
Sabino Pupo.
Los latifundistas expropiados fueron de inmediato a buscar refugio y apoyo-
que no les faltó- en los Estados Unidos. Y ese gobierno se opuso a la ley
agraria cubana y trató de impedirla, creyendo que podía actuar como lo había
hecho antes del triunfo de la
Revolución. Cuba indemnizó a los
expropiados, menos a los norteamericanos, que se negaron a aceptar el pago.
Creían, desde luego, que la Revolución duraría poco, que no resistiría sus
presiones y agresiones, y las tierras volverían a manos de los explotadores.
La estupidez y el cinismo del gobierno norteamericano, llegan al ridículo de
decir que quieren ayudar a los campesinos cubanos para que incrementen su
producción. Piensa que puede engañarlos, incluso virarlos contra la Revolución.
Si la intención de ayuda fuese cierta, la medida más eficaz sería eliminar el
bloqueo económico, comercial y financiero que a nuestro campesinado también en
mucho perjudica.
A campesinos dueños de sus tierras y
de su producción, con acceso total a la salud y la educación gratis, con su
vejez asegurada, con mercado suficiente para todo lo que produzca y a buenos
precios, con plena libertad y derechos, sin el flagelo de los desalojos, sin
latifundistas que los exploten, ¿Qué podría ofrecerles el imperio yanqui? Ante
esa patraña, vale repetir el nombre de un conocido programa humorístico cubano:
¡A otro con ese cuento!
Este 17 de mayo nuestros productores agrícolas celebrarán su día de
felicidad, de gloria y de victoria. Celebrará
el sueño realizado que quiso
ocultarse en Lima. Y tendrán muy presente un nombre raíz de esos logros: Fidel
Castro Ruz.
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