.Orlando Guevara Núñez
Un acontecimiento dejó una huella indeleble en la vida de
una joven estudiante de la Universidad de Oriente, Vilma Espín Guillois. Fue el
golpe de estado del 10 de marzo de 1952, que llevó al poder a Fulgencio
Batista, quien sumiría al país en una brutal tiranía durante siete años.
Ella misma así lo definiría: “Cuando el 10 de marzo, en
lo personal, podría decir que yo tenía muy poca preparación política, estaba
muy poco consciente de la situación del país, entonces yo veía la corrupción
con mucho escepticismo, un poco con la idea de que yo no podía hacer nada
contra el estado de cosas, incluso me tocaba votar ese año. Yo no quería sacar
la cédula, porque pensaba: ¿Qué voy a hacer?
Votar por uno o por otro da lo mismo. En realidad tenía una posición muy
escéptica, muy poco clara de que pudiéramos hacer algo, salvo alguna
contribución mía al desarrollo tecnológico del país, derivada de mi carrera”.
Pero la entonces estudiante de Ingeniería Química no se
sentiría a esperar que otros buscaran remedios a los males del país, los cuales
su sensibilidad humana le mostraba y apenaba, pese a su holgada posición
económica y social.
Una vez llegó a decir que tenía que agradecerle a Batista
que aquel fatídico 10 de marzo fue para ella una situación explosiva y adquirió
“una decisión total de acabar con eso que estaba pasando”.
Y el llamado a la lucha contra la naciente dictadura no
tuvo que esperar por su acción, junto a otros jóvenes estudiantes. Su amiga y
compañera de luchas, Asela de los Santos, afirmaría: “Vilma se destacaba como
líder y generadora de iniciativas. Se le ocurrió utilizar unos versos de
Heredia e imprimir volantes para distribuirlos en los barrios alrededor de la
Universidad, para que la población leyera el clamor por la libertad desde la
belleza de la poesía”
He aquí los versos: Que si un pueblo su dura cadena/ no se atreve a romper con sus manos/ bien
le es fácil mudar de tiranos/ pero nunca ser libre podrá. Y al final, una
consigna: Abajo Batista.
Poco a poco, las ideas se iban transformando en acciones.
De la propia Vilma, un recuerdo: “En definitiva, las primeras luchas fueron de
ese tipo; tirar panfletos a escondidas con la ayuda de los bedeles. Después
comenzaron las primeras manifestaciones de la calle. Creo que la primera fue
cuando mataron a Rubén Batista en La Habana, que se hizo un entierro simbólico
en Santiago, que fue una verdadera batalla. La idea fue llevar flores al
cementerio y en definitiva se terminó metidos dentro de los cafés, tirando azucareras
a la policía. Ya se había hecho también aquel acto nuestro, después del 10de
marzo, de la jura de la Constitución contra los Estatutos de Batista; mucho
tiempo después me enteré de que Raúl había participado también en ese acto en
la Universidad de Oriente”.
Durante el resto del año 1952 y mitad inicial de 1953, la
rebeldía se nutría en Vilma y otros jóvenes santiagueros. Se buscaban nuevas
vías de lucha y se ensanchaban las proyecciones revolucionarias. Hasta la
gloriosa Mañana de la Santa Ana, 26 de julio de 1953, cuando un grupo de
jóvenes, encabezados por Fidel Castro, vinieron a Santiago de Cuba, dispuestos
a ofrendar su sangre y su vida para que José Martí no muriera en el año de su
centenario, para que siguiera viviendo en el alma de la patria.
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