.Orlando Guevara Núñez
Está demostrado que el presidente de los Estados
Unidos, Donald Trump, está siguiendo al pie de la letra la tradición
imperialista de utilizar la mentira para fabricar pretextos que le sirvan para
agredir a otros pueblos. No importa el tamaño de la mentira. Y ese es el caso
del reciente ataque al heroico pueblo de Siria.
La mentira está bien ensayada, pero mal escenificada. En la comparecencia de Trump y
del Pentágono para anunciar la agresión, una palabra se repite hasta la saciedad:
armas químicas. Pretenden engañar a
la opinión pública y a su propio pueblo, idiotizar a las personas para
conseguir su apoyo.
Una vez más, la careta del imperio agresor cae al suelo. Y su
desprecio a la ONU gana dimensiones no solo de irrespeto, sino también de
peligro para el destino de la humanidad. La aventura emprendida en Siria puede
ser la chispa que prenda una hoguera inextinguible, de la cual el propio
agresor sufra su propagación.
Otras potencias – en este caso Francia y el Reino
Unido- se han sumado a la mentira y el crimen. No han vacilado en certificar el
uso de armas químicas por el gobierno sirio contra civiles. No existen pruebas,
pero el pretexto hay que buscarlo.
Ahora resulta que este trío de potencias imperiales
se erige en “defensores” del pueblo sirio, cuando han apoyado siempre a los
terroristas culpables de haber sumido a ese pueblo en una terrible guerra que ha causado
cientos de miles de muertos, de heridos y desplazados.
Se sabe que el presidente Trump, desde su ascenso al
poder – la propia prensa yanqui lo ha
publicado- ha dicho públicamente más de
dos mil mentiras. Algunas risibles, otras indignantes, pero en este caso es de
una extrema peligrosidad y no solo para otros pueblos, sino también para el de
Estados Unidos y sus cómplices.
La injustificada agresión comenzó. Habrá que ver si
su fin lo ponen los agresores o lo pone
el heroico pueblo sirio, al cual no le falta capacidad, decisión y
cooperación para hacerlo.
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