.Orlando Guevara Núñez
El
abandono sanitario del pueblo cubano, con particular ensañamiento en los
campos, fue una de las razones expuestas por el joven revolucionario Fidel
Castro ante el Tribunal que los juzgaba por los hechos del 26 de julio de 1953,
para justificar la rebelión contra la dictadura impuesta al país el 10 de marzo
de 1952, mediante un golpe de estado.
Su
denuncia fue contundente. “La sociedad se conmueve ante la noticia del
secuestro o el asesinato de una criatura, pero permanece criminalmente
indiferente ante el asesinato en masa que se comete con tantos miles y miles de
niños que mueren todos los años por falta de recursos, agonizando entre los
estertores del dolor y cuyos ojos inocentes, ya en ellos el brillo de la
muerte, parecen mirar hacia lo infinito como pidiendo perdón para el egoísmo
humano y que no caiga sobre los hombres la maldición de Dios (…) El acceso a
los hospitales del Estado, siempre repletos, sólo es posible mediante la
recomendación de un magnate político que le exigirá al desdichado su voto y el
de toda su familia para que Cuba siga siendo igual, o peor”.
El
presupuesto asignado a la salud era
realmente una vergüenza. Unos 25 millones de pesos, de los cuales políticos y
funcionarios corrompidos se robaban gran parte, era lo que el gobierno destinaba
a la salud del pueblo. La mayoría de esos recursos se concentraban en la
capital, cuya población representando el 22 por ciento del total del país,
contaba con el 61 por ciento de las camas.
En
la zona oriental la situación era más trágica. La Región Oriente Sur de Salud
Pública, que abarcaba las actuales provincias de Granma, Santiago de Cuba y
Guantánamo, contaba con un presupuesto de sólo 1 300 000 pesos. Hoy sólo
Santiago de Cuba sobrepasa los 400 000 000.
La
mortalidad infantil cubana superaba la tasa de 60 por cada mil nacidos vivos,
aún cuando muchos niños no eran siquiera registrados en su nacimiento por
residir en lugares rurales donde la asistencia médica no llegó nunca durante la
etapa pre revolucionaria.
Miles
de niños y adultos morían cada año víctimas de enfermedades curables. Por la
poliomielitis fallecían anualmente o quedaban inválidas unas 300 personas; el
paludismo atacaba a unas 3 000; de la difteria eran presa unos 600 niños,
mientras que la gastroenteritis causaba estragos en la propia ciudad de
Santiago de Cuba. Incluso en 1957, se conoce el doloroso episodio del Valle de
Mayarí Arriba, zona rural donde ese año murió el 80 por ciento de los niños
menores de un año, como consecuencia de esa enfermedad.
En
el propio año 1953, una epidemia de gastroenteritis mataba dos niños cada día
en Santiago de Cuba. Las autoridades achacaron la enfermedad a la mala calidad
del agua y los alimentos, pidieron apoyo al país, y como respuesta recibieron
unas pocas camas y cuatro cajas de medicamentos, lo que ni siquiera contribuyó
a aliviar el mal.
La
tuberculosis, el tétanos y otras enfermedades infecciosas, sembraban también la
muerte en muchos hogares cubanos, principalmente los pobres.
Ese
derecho humano, el de la vida, estaba garantizado sólo para unos pocos que
podían pagarlo. El hambre, la desnutrición y falta de trabajo preventivo,
agravaban la situación.
La
salud era un negocio privado. Y la medicina, una mercancía. El 70 por ciento
del mercado de medicamentos estaba en manos de empresas norteamericanas y la
población tenía que adquirirlos mediante precios que multiplicaban su costo. El
servicio médico rural no existía. El país contaba con unos 6 000 médicos, la
mayoría en la capital cubana y otras grandes ciudades, mientras que gran parte
de ellos ejercía la medicina privada. Las 131 casas de socorro existentes en el
país, eran realmente una grotesca caricatura de atención sanitaria, y una gran
mayoría de quienes recibían asistencia médica, se quedaban con las recetas en
los bolsillos, al no poder comprarlas por falta de recursos. La atención
estomatológica era ínfima. Una intervención quirúrgica era un lujo que pocos
podían satisfacer. Eso explica que, en esa época, la expectativa de vida de la
población anduviera por los 55 años.
La
Salud del pueblo, en correspondencia con el Programa del Moncada, fue una de
las principales transformaciones encaradas por la Revolución desde sus primeros
pasos, enfrentando no sólo las pésimas condiciones existentes, sino las
impuestas por la contrarrevolución y los gobiernos norteamericanos.
De
los 6 000 médicos existentes, unos 3 000
abandonaron el país; pero Cuba ha formado, en estos años de Revolución, para sí y otros países, más de 100 000 médicos
y una diversidad grande de profesionales que garantizan la atención gratis y
cada vez de mayor calidad a toda la población, sin excepción de ningún tipo.
La
medicina privada fue erradicada, así como la comercialización privada de los
medicamentos. El sistema de salud cubano eliminó el vergonzoso status que
convertía al paciente en un cliente y a la medicina en una mercancía.
El
Estado cubano invierte hoy en la salud una cifra que no resiste comparación con
la de esos años de antes de 1959. En Santiago de Cuba, por sólo citar un
ejemplo, tres instituciones: el Hospital Provincial Saturnino Lora, el Hospital
Clínico Quirúrgico Juan Bruno Zayas y el Instituto Superior de Ciencias Médicas
–cada uno por separado- tienen un presupuesto que casi duplica el destinado a
la salud en Cuba antes del triunfo de la Revolución.
En
los más apartados parajes de nuestra geografía, existen los Consultorios del
Médico y la Enfermera de la Familia, que abarcan a toda la población.
Desde
1962 comenzó una campaña de vacunación para toda la población infantil. Y
enfermedades como la poliomielitis, el paludismo, la difteria, gastroenteritis
y otras infecciosas que causaban miles de muertes, fueron erradicadas desde los
primeros años. Hoy, el programa de vacunación protege a la población infantil
contra 13 enfermedades.
La
mortalidad infantil tiene hoy en Cuba una tasa de 4,7 por cada mil nacidos
vivos, con resultados grandes también en las tasas de mortalidad preescolar,
escolar y materna, mientras que la expectativa de vida ronda los 78 años.
Una
red de hospitales, Consultorios del Médico y la Enfermera de la Familia,
Policlínicos, Hogares Maternos y de Ancianos, Centros Especializados y de
Investigación, sostienen un sistema que cuenta con Universidades Médicas en 13 provincias,
de donde cada año egresan miles de profesionales en las carreras de
medicina, enfermería, estomatología, psicología y tecnología de la salud.
Cuba,
además, comparte su obra de la salud con decenas de pueblos, principalmente los
más pobres, tanto con el envío de personal calificado que ha atendido a
millones de personas y salvado millones de vidas, como la formación gratuita de profesionales en
nuestro país.
Una
cifra avala el avance: 38 000 profesionales de la salud se desempeñan como
docentes. Eso indica que por cada médico que abandonó el país en los primeros
años del triunfo revolucionario, la Revolución tiene como profesores a doce.
El
equipamiento tecnológico más moderno, a un alto costo en divisas, es adquirido
para nuestras instituciones de asistencia, docencia e investigaciones, todo en
aras de la salud del pueblo.
El
sistema cubano de salud, prioriza el nivel primario de atención, la prevención,
la educación de la población, la búsqueda para la detección precoz de las
enfermedades y su tratamiento oportuno, al tiempo que alerta sobre los malos
hábitos de alimentación y otros que conspiran contra la salud.
Cuba
se encuentra entre los primeros países del mundo donde la población vive más
años después de haber cumplido los 60 de edad. Avances significativos en la lucha contra el cáncer y otros logros únicos en el mundo, hacen de Cuba una potencia médica innegable que comparte sus recursos y conocimientos con decenas de países, a donde van nuestros profesionales de la salud a salvar vidas, a curar, aliviar o prevenir males.
No
hay país del mundo con más médicos por habitantes que Cuba. Pero no es sólo la
cantidad, sino que todos, sin excepción, están al servicio del pueblo. La
crítica situación de la salud, inspiró el combate del Moncada; ahora la salud
en Cuba es una muestra de que los sueños
de ayer, son la realidad conquistada durante más de 50 años de lucha.
Es
plena confirmación de las palabras de Fidel Castro en el histórico juicio, tras
exponer las razones del Moncada y la confianza en el triunfo: “A los que me
llamen por esto soñador, les digo como Martí: “El verdadero hombre no mira de
qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber; y ese es el único
hombre práctico cuyo sueño de hoy será la ley de mañana, porque el que haya
puesto los ojos en las entrañas universales y visto hervir los pueblos,
llameantes y ensangrentados, en la artesa de los siglos, sabe que el porvenir,
sin una sola excepción, está del lado del deber”.
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