miércoles, 15 de febrero de 2017

En Estados Unidos:Se descorren las caretas de los derechos humanos y la democracia






.Orlando Guevara Núñez

Si las múltiples protestas de rechazo a la política de migración del presidente Donald  Trump, se hubiesen producido en un país latinoamericano, especialmente en Venezuela, Bolivia, Ecuador o Cuba, ya la OEA y el propio gobierno norteamericano estuviesen hablando de represión, de falta de democracia y de derechos humanos. Y la amenaza de la intervención o sanciones estuvieran en la agenda injerencista.
Pero las revueltas son allí, en el seno del país auto proclamado el campeón de los derechos humanos y de la democracia. Allí el presidente recién electo, en escasas semanas de mandato, está demostrando que los millonarios nunca actuarán a favor de los necesitados.
Históricamente, los gobiernos de los Estados Unidos han esgrimido el peligro de su seguridad nacional. Y con esa bandera han agredido a otras naciones, provocando cientos de miles de muertos. Tan burdo ha sido el engaño, que en determinados momentos los norteamericanos han respaldado esas agresiones, porque las han creído necesarias para su  existencia como nación.
Los hechos de ahora demuestran que el único peligro para la estabilidad y la concordia en ese país, es su propio gobierno. Las mujeres que han sido ofendidas, los emigrantes amenazados de expulsión, los  negros discriminados, las personas aún sin derecho al seguro médico, la gente que cada día engrosa las filas de los pobres, los estudiantes que terminan su carrera endeudados y la incertidumbre de un empleo seguro.
Por otra parte, un gobierno del cual emanan las mentiras más groseras sobre los países que siguen una política independiente, contra los revolucionarios en todas partes del mundo, en apoyo a los gobiernos más reaccionarios.
El presidente Donald Trump parece creer que el mundo es una empresa y –lo peor-  una empresa suya. Su equivocación, hasta ahora, está teniendo tanta oposición interna como externa. No hay que olvidarse de que él llegó a la presidencia en nombre de una clase, la de los millonarios, incluso no de todos. Y no todos están dispuestos a  asumir disparates que los comprometan.
Si el aventurerismo sigue o si es frenado por las instituciones existentes en el país, está por ver. A veces parece que sí, otras que no. Las relaciones de ese país pueden deteriorarse no solo en el plano exterior con naciones afectadas, sino en el interior, sobre todo cuando los electores sufran con mayor rigor las inconsecuencias del presidente que eligieron.
Lo cierto es que a la democracia y a los derechos humanos en los Estados Unidos, se le está descorriendo la careta. El mal mayor, sin embargo, más que a una persona, obedece a un sistema que ya no tiene cosa mejor para ofrecer a los ciudadanos.

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