lunes, 6 de febrero de 2017
Crecimiento económico sin humanismo es más miseria
. Orlando Guevara Núñez
Las instituciones financieras internacionales, los gobiernos capitalistas y la prensa que defiende los intereses de los poderosos, al hablar de la economía, se refieren solo al crecimiento o decrecimiento del Producto Interno Bruto (PBI). Con ese indicador califican el progreso de las naciones. Es una forma de encubrir las desigualdades y la injusticia de un sistema donde la riqueza crece cada día en las arcas de los poderosos, mientras que millones de personas se empobrecen.
No pueden hablar sobre la verdad de que el progreso de un país se mide no solo por lo que produzca, sino por la forma en que distribuya las riquezas creadas. Y ahí radica la principal diferencia entre el capitalismo y el socialismo. En el primero, mientras más se produce, más se concentra la riqueza en menos manos y aumenta la miseria de la mayoría. En el socialismo, crecimiento económico es más progreso para todas las personas.
Datos publicados recientemente afirman que en la potencia económica más grande del mundo, Estados Unidos, el 1 por ciento de las personas posee más recursos que el 99 por ciento restante. Y ahora resulta que solo los ejecutivos nombrados por el presidente poseen recursos superiores a los de más del 30 por ciento de la población. Hay en el mundo personas con más riquezas que múltiples naciones juntas.
Los cubanos conocemos bien las diferencias entre capitalismo y socialismo, porque vivimos el oprobio del primero y disfrutamos ahora el humanismo del segundo.
El pasado 3 de febrero se cumplieron 55 años del bloqueo económico, financiero y comercial impuesto por Estados Unidos a nuestro país, el cual, con pálidas flexibilizaciones se mantiene, causando graves afectaciones a nuestra economía.
Casi de forma simultánea a esa fecha, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en un informe de balance divulgado en la sede de la ONU, declaró que Cuba está libre de la desnutrición infantil severa, al tiempo que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha dicho que es nuestro país el de más avances en América Latina en la lucha contra la desnutrición.
Cuba, país pequeño y bloqueado, tiene una tasa de mortalidad infantil inferior a la del país grande y poderoso que la bloquea.
Las cifras mundiales sobre ese tema son abrumadoras. En el planeta que habitamos, en el llamado mundo en desarrollo, viven o malviven 146 millones de niños menores de cinco años que sufren el bajo peso, mal prácticamente erradicado en Cuba.
El cuadro de terror se amplía, al conocerse que en ese mundo de desigualdades 852 millones de personas padecen hambre, de ellas 53 millones en nuestras sufridas tierras de América Latina, al tiempo que cada año, en el Universo, más de cinco millones de niños mueren víctimas de ese injusto mal.
Según las Naciones Unidas, erradicar ese flagelo necesitaría unos 13 mil millones de dólares anuales adicionados a los que ahora se emplean. Pero no aparecen, pese a que, para apuntalar su sistema y adormecer a las masas, los poderosos gastan en igual período de tiempo un millón de millones en publicidad comercial, 400 mil millones en drogas y, solo en Estados Unidos, 8 mil millones en cosméticos.
Súmese a ese derroche los gastos en armas y en guerras que significan más muertes, enfermedades, hambre y necesidades para millones de personas.
En el año 2000, se sabe que los jefes de Estado y de Gobierno suscribieron las Metas del Desarrollo del Milenio se plantearon erradicar la desnutrición, la pobreza extrema y el hambre en 15 años. La fecha ha vencido, pero el mal sigue y, en muchos casos, empeora.
Hay casos bien notorios en América Latina, como en Argentina y Brasil, donde algunos avances logrados se pierden de forma progresiva ante el renacimiento del neoliberalismo que torna su vista hacia las arcas de las oligarquías, sin fijarse en las necesidades y esperanzas de las masas. O más bien, sí se fijan, pero con el objetivo de burlarlas.
Sobre la distribución de las riquezas creadas, Cuba es un ejemplo de justicia y derechos. Pero la amplitud del tema requiere un espacio propio. Queda pendiente.
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