.Orlando Guevara Núñez
La traición y la muerte se
ensañaron con el grupo guerrillero, el 31 de agosto de 1967. Los integrantes de
la Retaguardia del Comandante Ernesto Che Guevara, bajo el mando del Comandante
Juan Vitalio Acuña Núñez (Vilo en Cuba y Joaquín en Bolivia) perdieron la vida
en una emboscada en el vado de Puerto Mauricio, en tierra
boliviana.
Desde el mes de abril, el
pequeño destacamento se había separado del Che con el objetivo de proporcionar
atención a combatientes en malas condiciones físicas, pero no había podido
reintegrarse al principal núcleo guerrillero. De sus diez integrantes, nueve
cayeron ese día.
El día antes, habían llegado
a la casa de Honorato Rojas, un traidor que los delató ante el ejército
boliviano, que tuvo el tiempo suficiente para preparar la emboscada en el lugar
por donde la traición llevaría a los guerrilleros.
El grupo lo integraban,
además de Joaquín, Tamara Bunke Bíder (Tania)
alemana-argentina-cubana; Gustavo Machín
Hoed de Bech (Alejandro) cubano; Israel Reyes Zayas (Braulio) cubano;
Apolinar Aquino Quispe (Polo) boliviano; Walter Arencibia Ayala (Walter)
boliviano; Freddy Maimura Hurtado
(Ernesto o Médico) boliviano; Moisés Guevara Rodríguez (Guevara o Moisés)
boliviano; Restituto José Cabrera Flores (Negro o Médico) peruano; y el único
sobreviviente: José Carrillo (Paco) boliviano.
El ejército boliviano había
pactado con el delator el lugar exacto por donde debían pasar los guerrilleros,
había tomado posiciones ventajosas y planificado el desarrollo de la emboscada.
En un trabajo publicado por
el periódico Granma, el 31 de agosto de 1997, firmado por Elsa Blaquier Ascano,
José Carrillo relata que ese día “Braulio caminó golpeando el agua con el
machete hasta llegar a la mitad del río, desde donde ordenó avanzar”. Así avanzaron los demás, cerrando Joaquín la
fila.
“El primero había alcanzado
la otra orilla cuando empezaron los disparos. En el turbión de las aguas no se
distinguía quién caía herido. El río arrastraba todo. Braulio reaccionó de inmediato y accionó su
ametralladora ligera fulminando a un soldado, de inmediato el fuego se concentró
sobre él hasta hacerlo caer”.
El propio trabajo periodístico
afirma que “Testigos presenciales relataron que los militares escondidos en la
maleza se convirtieron en máquinas de matar. Tiraban a todo lo que arrastraba
el río. Hombres y mochilas fueron acribillados a lo largo de 600 metros, donde
se unen los ríos Bravo y Masicuri. Todos vieron que había una mujer, pero
dispararon sobre ella hasta escuchar su grito de dolor”.
La traición de Honorato Rojas
impidió el reencuentro entre los guerrilleros, pues, a la mañana siguiente, el
Che llegó hasta la casa del delator.
El traidor fue premiado por
el entonces presidente de Bolivia, René Barrientos, con cinco hectáreas de
tierra, en un lugar cercano a la ciudad de Santa Cruz. Allí creyó estar seguro,
disfrutando lo medrado con su delación, hasta que la justicia revolucionaria le
cobró el crimen, casi dos años después.
Sangre cubana, boliviana,
alemana-argentina y peruana, tiñó ese 31 de agosto las aguas del Río Grande. Los
restos de los caídos descansan hoy junto a su jefe, el Che, en tierra cubana,
no como recuerdo de un pasado inútil, sino como expresión de un presente donde
fructifican sus ideas.
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