Contra los moncadistas
La mentira respaldando el crimen
.Orlando Guevara Núñez
¡Marcos Martí!, ¡Marcos Martí!, ¡Macos Martí! Este
acusado, llamado a declarar en el juicio contra los asaltantes a los cuarteles
Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, no podía responder. Había sido asesinado luego de ser hecho
prisionero. Por descuido no lo habían
incluido en la lista de los
informados como “caídos en combate”. La mentira y el crimen se juntaban una vez
más.
Exactamente igual sucedía en cada sesión con Víctor
Escalona. En ambos casos, la voz del alguacil completaba la farsa: ¡Ausente!
Otra prueba irrefutable de la manera engañosa,
criminal e inhumana utilizada por los personeros de la tiranía batistiana
contra los jóvenes revolucionarios, fue el caso de José Luis Tasende. Este
combatiente, herido en una pierna, vestía uniforme de sargento y, por
confusión, fue retratado por el fotógrafo del Moncada, creyendo que pertenecía
al ejército.
Su foto con vida fue difundida y situada en un
cuadro de honor de los efectivos de la tiranía heridos o muertos en la acción.
Solo después se dieron cuenta del error y lo retiraron, al tiempo que José Luis
Tasende fue torturado y asesinado.
Como se conoce, solo seis combatientes moncadistas
cayeron en combate y 55 fueron asesinados luego de caer prisioneros.
En la propia sala del juicio, uno de los asaltantes
al cuartel de Bayamo, que había sido dejado en un lugar apartado, creyéndolo
muerto, dejó testimonio de la barbarie y bestialidad de los asesinos
batistianos.
Había sido detenido por la policía en un ómnibus, en
Veguitas, conducido a Manzanillo y luego a Bayamo. Junto a él, su hermano Hugo
Camejo y Pedro Véliz. Su testimonio fue conmovedor y una contundente denuncia.
“A mi hermano Hugo Camejo lo ahorcaron, yo vi cuando estaba medio muerto de los golpes y
maltratos; también ahorcaron a Pedro Véliz, arrastrándonos con una soga atada
al cuello; a mí también me arrastraron y así perdí el conocimiento, se creyeron
que me había muerto; tengo las marcas de los golpes y contusiones por todo el
cuerpo y algunas son visibles, ustedes pueden verlas”.
A una pregunta de Fidel Castro, en su función de
abogado, sobre si había escuchado alguna
conversación entre los soldados, Andrés García Díaz, respondió:
“Sí, uno decía que por cada asaltante que matara le
iban a subir un grado, y que por la cuenta que llevaba, del soldado que era, ya
podía ser capitán. Y dijo que eso se lo recordaba a todos “Para que no me vayan
a dar la mala luego”. Otro no quería arrastrarnos y el capitán le dijo que
tenía que hacerlo de todos modos porque había orden de La Habana de acabar con
todos nosotros y que había que cumplirla, y además, que el coronel Chaviano le
había comunicado por teléfono que no le mandara ni un solo prisionero para
Santiago, “que ya sabía lo que tenía que hacer, ¡matarlos a todos!”
Solo la solidaridad de pobladores de la zona salvó
la vida de este revolucionario que vino luego en el Granma y figuró entre los
fundadores, junto a Almeida, del Tercer Frente Oriental Dr. Mario Muñoz Monroy.
Un testimonio del Teniente Pedro Sarría, militar de
honor que tomó prisionero a Fidel y le salvó la vida, recogido en el libro Mi prisionero Fidel, de
Lázaro Barredo Medina, demuestra de dónde venía la orden del crimen contra los
moncadistas.
“Ya el coronel Chaviano estaba en la oficina del
vivac, esperándonos, y al llegar allí tenía una cara terrible, amenazadora, y
me pregunta: ¿Sarría, qué es lo que has hecho? Le respondo tranquilamente: Pues
ya lo ve, capturar lo que se hacía muerto y aquí está. Me dice: ¿Sabes que no
has cumplido con tu deber? Cuando le pregunto el por qué de esa insinuación
suya, Chaviano me separa a un lado y me manifiesta: Tú sabes que había que
entregárselo a Chaumont, Sarría, ¡Me has desgraciado! Está el general Batista esperando
por teléfono a ver qué hay con todo esto y no se ha cumplido la orden suya
sobre este cabecilla. Este hombre no podía haber llegado vivo hasta aquí,. Yo
no sé cómo me las voy a arreglar ahora.
“Yo lo escuchaba silencioso y cuando terminó de
decirme esas palabras le respondí secamente: Bueno, ahí lo tiene, lo que yo no
he hecho, puede hacerlo usted. Sobresaltado me dice: Yo no, tenías que haberlo
hecho tú.
El cinismo del tirano llegó al punto de declarar
luego a la prensa que él mismo, desde La Habana, había hablado con el teniente
Sarría para preservara la vida de Fidel Castro.
Así fueron los crímenes, con la mentira como sostén.
Hasta que la verdad se abrió paso.
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