Cuando
un hombre da un paso al frente,
solo
queda atrás herido o muerto
. Orlando Guevara Núñez
.Entrevista,
realizada por este autor, al Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque,
con motivo del aniversario 40 del asalto al Cuartel Moncada
Después de solicitarle a
Almeida una entrevista para Sierra Maestra, confieso que dudé un poco en
obtenerla. No por su disposición, sino por sus grandes ocupaciones en momentos
trascendentes, y por la premura de la solicitud.
Pero si no me la concede- me
dije- voy a insistir. ¿Acaso él mismo no nos enseñó a no rendirnos nunca? Puedo
seguir argumentándole que… Pero no fue necesario. Porque el Comandante de la Revolución Juan
Almeida Bosque, sin reparos, accedió a la entrevista.
Cuando uno tiene ante sí a
un héroe de la Patria ,
a quien desde su infancia admira, quisiera preguntarle muchas cosas sobre
pasajes inéditos y también conocidos de su vida. Y Almeida está en la Generación del
Centenario, en el Moncada, en el Granma, en la Sierra Maestra , en
la jefatura del III Frente Oriental “Mario Muñoz Monroy” y está en la historia
de 34 años de Revolución.
Prescindo por eso de
preguntas muy abarcadoras que conduzcan a respuestas valorativas sobre el
proceso revolucionario. Y busco otros ángulos que permitan pincelar más la
imagen personal del héroe. Eso me propongo. Y aquí está la entrevista.
¿Cómo
se hizo albañil? ¿En cuáles obras recuerda haber trabajado y en qué
condiciones?
Cuando tenía once años, me
inicié a trabajar en el balneario de Miramar. Durante cinco años fui mozo de
limpieza y realizaba otras tareas que compartía con el estudio. Cuando
terminaba la temporada de playa, debía recoger la arena para que los nortes no
se la llevaran y trabajaba en el mantenimiento del edificio. Con los
constructores ya aprendí algo de albañilería.
Cuando quedé cesante, fui a
vivir en casa de unos tíos en Ciego de Ávila y me hice tractorista. Por un
accidente regresé a La Habana
y comencé como listero en Obras Públicas, después chequeador de camiones,
reportador de roturas de calles y aceras.
Con tres amigos y vecinos
del barrio en el Reparto Poey, mejoro los conocimientos del oficio de albañil.
Con ellos trabajo indistintamente en obras por contrata.
La más significativa para mí
es la construcción del edificio en la calle 26 Nro. 564, esquina a 33, en el
Vedado, por ser donde me fue a buscar Mestre para venir al Moncada.
Las condiciones de trabajo
eran las tradicionales de la época y del sistema, mucha exigencia en la calidad
y en la disciplina, intensidad y rigor en cada jornada, siempre presente el
fantasma y la amenaza del despido y detrás los sin empleo esperando que te
despidieran para ocupar la plaza.
Por nuestra disciplina y por
trabajar bien, se nos respetaba, pero no estuvimos exentos de pasar tiempo
desocupados, buscando obras donde emplearnos.
¿Cuándo
y cómo quedó comprometido como participante en el asalto al Cuartel Moncada?
Al asalto del cuartel
propiamente quedé comprometido en la madrugada del 26 de Julio cuando, reunidos
con Fidel en la Granjita ,
nos explicó la acción.
El viaje desde La Habana hasta Oriente lo hicimos
pensando en un entrenamiento. Cuando el 24 de julio Mestre me avisó, me planteó
salir para Oriente a una práctica de tiro.
Tan lejos – le comenté - ,
será para tirar con calibre 50 o con cañón.
Algo presentíamos, pero no
había pensado en que atacaríamos la segunda fortaleza militar del país.
¿Con
qué tipo de arma le correspondió combatir?
Cuando repartieron las armas
en la Granjita
de Siboney, pedí un M-1, un Springfield o una pistola, eran las armas conocidas
de las prácticas en la
Universidad y en la
Quinta de los Molinos, pero la que me tocó fue un fusil
calibre 22. Aquello me enfrió, me hizo meditar. Fueron las palabras de Fidel
las que me reintegraron y estimularon los sentimientos morales que me animaban
en la lucha, pensé: Cuando un hombre da el paso al frente, solo queda atrás
herido o muerto.
Y
después del fracaso, ¿qué pensó?
Seguir a Fidel, él trazaría
el camino a seguir.
“Tendrá
que llegar el día en que sea el pueblo quien mande”. ¿Cómo llegó a esa conclusión
expresada por usted al tribunal que lo juzgaba?
No creo que fuera una
conclusión, fue uno de los objetivos que inspiró la acción. Nuestra lucha
después, y la Revolución ,
lo hizo realidad a partir del proceso iniciado el Primero de Enero de 1959.
Ese objetivo ha tenido su
vigencia más cercana en las recientes elecciones, donde el pueblo eligió,
postuló y votó.
¿Qué
sabor tuvo para usted el exilio?
Para mí, como para todo el
exiliado, el sabor es amargo, lleno de tristeza y añoranza, por todo lo que
dejas atrás, forzado, no por renuncia ni
voluntad.
Nuestro exilio en particular
fue compensado con la satisfacción de prepararnos para continuar la lucha que
reiniciamos el 2 de diciembre de 1956, cuando desembarcamos del Granma en Las
Coloradas, en la costa sur de Oriente.
En lo personal, como ya lo
he expresado, en México jamás me sentí discriminado, nunca noté diferencia por
el color de la piel, resolví el complejo de inferioridad que llevé de Cuba,
donde ser negro era algo peor que una enfermedad; aquí el racismo era profundo,
avasallante, humillante.
Mujer por la que sentí gran
cariño, sentimientos que me inspiraron la canción, y un mensaje también para la
mujer mexicana.
¿Cómo
recuerda la salida de Tuxpan?
Emocionante, en silencio,
lloviznando, con frío. El yate se puso en marcha despacio. Solo se oía el ruido
del motor en baja y del agua del río al chocar con la proa del Granma.
Recuerdo a Fidel inquieto,
mirando por el parabrisas del yate.
Ya mar afuera, pudieron
encenderse las luces y entre vivas, cantamos el Himno Nacional y la Marcha del 26 de Julio.
Sentirse
herido en la guerra debe ser una doble agonía, ¿cuántas veces la experimentó?
Hay en esta historia una cuchara y una lata de leche condensada…
Esta doble sensación la
sentí por primera vez el 28 de mayo de 1957, cuando fui herido en el combate de
Uvero, en que la cuchara y la lata de leche disminuyeron los efectos de las
balas que hubieran penetrado con más fuerzas en mi cuerpo.
La doble agonía se
experimenta por la gravedad de la herida y por tener que separarse de los
compañeros, quedando a la intemperie o en un bohío al cuidado de una familia
campesina, bajo el riesgo de ser sorprendido y capturado por el enemigo, además
de que se ensañen con uno y con quienes se arriesgan a cuidarte.
La otra ocasión fue el 26 de
julio de 1957, cuando me caí por un barranco y estuve a punto de ser dejado
para que me recuperara, pero por suerte no fue necesario.
¿Qué
sintió cuando el 7 de diciembre de 1959 Raúl dijo que era usted quien más se
parecía a Maceo?
Ruborizarme por la
comparación inmerecida y por la muestra de confianza tan grande que tuvo en mí,
en año tan joven de la
Revolución.
Para
usted, ¿Qué significa Santiago de Cuba?
Aunque no nací en Santiago,
es una tierra querida donde estuve dispuesto a dar la vida. Por los
santiagueros y los orientales siento, además de cariño, respeto y admiración; y
no es solo por las páginas que en la historia les corresponden desde 1953 hasta
los días de hoy, también porque Oriente ha sido cuna de héroes y escenario de
heroísmo y dignidad patria, como ahora lo es todo nuestro pueblo.
¿En
qué momento o proceso nació su gran devoción por Fidel?
Desde el primer día que lo
conocí, después del 10 de marzo de 1952, en la Plaza Cadenas , en la Universidad de La Habana. Ya después se
me fue de tamaño, crecía por día en lo político, en lo militar y en lo
personal, por sus conocimientos, su manera de interpretar las cuestiones, su
facilidad de percatarse de los problemas y su visión para buscarles solución.
Un hombre muy humano, es único.
De
sus composiciones musicales y obras literarias, ¿algunas preferidas?
La Lupe, por lo que
significó como mujer para mi y representante del pueblo mexicano, a quien le
estaremos eternamente agradecidos por brindarnos protección, abrigo y haber
podido prepararnos en ese país para la lucha que después continuamos en las
montañas de la Sierra
Maestra.
En
el juicio por los sucesos del Moncada, usted manifestó al Tribunal que si
tuviera que atacar de nuevo esa fortaleza, lo haría. ¿Si el tiempo retrocediera
40 años y el joven Almeida estuviera frente a la misma disyuntiva?
Si retrocediéramos 40 años
en el tiempo y en parecida disyuntiva, haría lo mismo.
¡Aquí
no se rinde nadie...! ¿Le gustaría que la presente y las futuras generaciones
conocieran ese grito de guerra suyo hasta donde los puntos suspensivos se
confabulan para troncharlo… o hasta donde usted lo dijo?
Si llegan a pensar en ese
grito, que cada cual se lo imagine como lo quise expresar.
La entrevista llegó a su
fin. Repaso cada respuesta y nuevas dimensiones me perfilan la imagen del
Almeida forjador de la
Revolución y genuino fruto de ella. En mi solicitud, le
argumenté que los santiagueros nos sentíamos merecedores de ese gesto suyo en
el 40. aniversario del Moncada. Y el gesto tuvo espacio entre sus múltiples
obligaciones. Además de agradecerlo, no lo olvidaremos.
Reflexiono la respuesta
sobre su grito de guerra. Es ya un grito del pueblo, aplicable también a la
paz. Y pienso que la imaginación para repetirlo, estará siempre en
correspondencia con el escenario. Lo importante es el concepto.
Dejo el título de esta
entrevista para el final y lo encuentro en otra enseñanza de Almeida, con validez
para todos los hombres y todos los tiempos: Cuando un hombre da el paso al frente, sólo queda atrás herido o muerto.
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