.Orlando
Guevara Núñez
Muchas
afirmaciones de nuestro Comandante en
Jefe, Fidel Castro, antes y después del triunfo de la Revolución, han sido
proféticas. Dichas cuando nadie o muy pocos las creían realizables. Y no solo
las dijo, sino que dedicó su vida a hacerlas realidad.
Para
muchos, la capacidad de Fidel para vislumbrar el futuro fue sorprendente, con ribetes místicos. Para los cubanos, el lugar de lo
místico lo ocupa la certeza sobre su visión política y su capacidad, partiendo de sus profundos
análisis sobre el desarrollo histórico y las fuerzas que lo protagonizan, de
ver más allá de lo que otros pueden hacerlo.
En este
caso, viene a nuestra mente una afirmación hecha por un amigo de Cuba, el entonces presidente de la República Argelina
Democrática y Popular, Abdelaziz
Buteflika: “Fidel
viaja al futuro, regresa y lo explica”.
Y
una elocuente apreciación del Canciller de la Dignidad, Raúl Roa García,
cuando dijo: “Fidel oye la hierba crecer y ve
lo que está pasando al doblar de la esquina”.
Fidel
nos acostumbró a esas afirmaciones que asombran al convertirse en realidad. Los
ejemplos son muchos. Basta estudiar su vida para comprobarlo.
¡Condenadme, no
importa, la historia me absolverá! Esa afirmación la hizo Fidel, el 16 de
octubre de 1953, ante el tribunal que lo juzgó y condenó a 15 años de prisión
por los hechos del 26 de julio de ese
año. De allí salió preso, esposado, con
el dolor del fracaso en la acción ejecutada, con el alma conmovida por sus 61
hermanos muertos. Ante un gobierno armado hasta los dientes, dispuesto a
silenciarlo incluso con el crimen.
¿Quién
podría creer, ante aquel sombrío panorama, en aquella predicción? Y fue
condenado, pero la historia lo absolvió.
Estando
en México, con pocos recursos, perseguido, incluso detenido, reuniendo uno a
uno a los hombres y centavo a centavo los recursos para reiniciar la lucha en
Cuba, contra un ejército de más de 40
000 efectivos, bien pertrechado de armas, aviones, tanques, marina de guerra y
el asesoramiento de los Estados Unidos, afirmó Fidel: “Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo”.
Y
frente a todas las adversidades, salió, llegó, entró y triunfó.
Después
del desembarco del Granma el 2 de
diciembre de 1956 y la derrota de Alegría de Pío tres días después, Fidel no
concibió nunca el pesimismo. Aún en las
condiciones más difíciles y desventajosas, cubierto con paja de caña durante casi cuatro días para evadir la
cacería enemiga, no pensó en la derrota, ni siquiera en una tregua, hablaba de
lucha y de los planes futuros. Así lo
testimonió quien compartió con él esos dramáticos momentos, el expedicionario
Faustino Pérez Hernández ¿Quién hubiese actuado igual?
Y
cuando el 18 de diciembre de 1956, con solo ocho hombres y siete armas expresó
con la convicción más plena: ¡Ahora sí
ganamos la guerra!, la afirmación podría parecer una quimera.
Pero
no fue derrotado, ni dio ni pidió tregua. ¡Y ganó la guerra!
Revisando
disímiles momentos del proceso
revolucionario cubano, hay palabras de Fidel que en su memento parecieron
ilusiones y el decurso del tiempo las ha acuñado como ciertas.
Uno
de esos momentos cumbres fue el 4 de febrero de 1962, durante la sesión de la
Asamblea General del pueblo de Cuba que aprobó la II Declaración de La Habana.
El poder imperial en la América irredenta era un anillo acerado, asfixiante,
las tiranías y gobiernos sumisos a ese poder parecían perpetuarse en lo
infinito. Sin embargo, Fidel dijo para Cuba y para el mundo:
“Ahora, sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América,
con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar
a escribir ellos mismos, para siempre, su historia”.
“Y esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho
pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa
ola ya no parará más”.
“Porque esta gran humanidad ha dicho “¡Basta!” y ha echado a
andar. Y su marcha de gigantes ya no se
detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto
más de una vez inútilmente ¡Ahora, en
todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón,
morirán por su única, verdadera, irrenunciable independencia!”
Un recorrido visual por el panorama actual,
demuestra cómo las predicciones de Fidel se van transformando en realidades.
Hoy, si leyéramos los muchos discursos e
intervenciones de Fidel, desde el mismo triunfo revolucionario, nos daríamos
cuenta de cuántas cosas por él previstas están realizadas, a la vez que muchos
problemas subsisten porque no hemos
sabido aquilatar y cumplir sus orientaciones.
Ese es y seguirá siendo, nuestro Fidel. Pero su
grandeza no está solo en el pensar. Estuvo al frente de los combatientes que
convocó al Moncada; al frente de los expedicionarios del Granma; al frente de
los guerrilleros en la Sierra Maestra; al frente de los combatientes de Playa
Girón; al frente de su pueblo cuando
estuvimos al borde, en octubre de 1962, de un holocausto nuclear; junto a su pueblo en todos los momentos de
peligro; arriesgó muchas veces su vida.
Fidel es forjador de un pueblo al que enseñó los
principios de la Revolución, del socialismo, del internacionalismo, del
antimperialismo. Le enseñó el ¡Patria o
Muerte!, el ¡Venceremos! y le enseñó – también rodeado de bayonetas
enemigas, preso y solitario, que “somos
un país libre que nos legaron nuestros padres y primero se hundirá la Isla en
el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie!
Por eso lo odian tanto los imperialistas y
contrarrevolucionarios. Por eso lo veneramos los cubanos verdaderos. Aún
después de su desaparición física, sigue
siendo el eterno Comandante en Jefe de un pueblo heroico.
El breve espacio para este trabajo obliga al punto
final. Pero burlo esa norma para
mencionar otras breves cosas
dichas sobre Fidel, que refejan su grandeza como hombre, como revolucionario y pensador. Una de Almeida: “Se me fue de tamaño”. El comandante sandinista Tomás Borge dijo: Fidel ve más allá de la mente. Y la
otra del Che: Ardiente profeta de la
aurora.
Ese fue, es y seguirá siendo siempre Fidel. Un hombre que nunca será
pasado. Siempre presente y futuro.
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