WILKIE DELGADO CORREA
Han transcurrido cinco años del fallecimiento
del líder bolivariano Hugo Chávez, aunque su supuesta desaparición física está rescatada
por su presencia sempiterna en el entorno de su patria y de otros pueblos del
mundo.
Si bien es verdad que los hombres pasan pero
quedan los pueblos, también es verdad que aquellos hombres que han sido carne
de la realidad de esos pueblos quedan vivientes, después de muertos, como semillas y raíces de hombres nuevos que
surgen, surgirán y serán esencia de los pueblos en renovación constante. Esos
hombres prevalecerán con su figura y sus ideas más allá de derrotas y muertes,
y esos pueblos, acompañados durante años o siglos, conquistarán una y mil veces
su destino.
Pocos hombres alcanzan en tan poco tiempo a
roturar con tal profundidad la historia de un país y la región latinoamericana.
Y es que como dijo: “Nosotros venimos de lejos, venimos de unas batallas de más
de quinientos años.” Y lo que es más importante, esa pasión y rebeldía para
arribar al presente y al futuro con las manos llenas de sueños realizados para
su patria y, a la vez, desbordados hacia otros países y la humanidad entera. Ahí
está la clave de la grandeza que atesora Chávez.
Su herramienta primigenia estuvo en esa
capacidad de desarrollar la rebeldía en un medio, el ejército, que había sido
ancestralmente un instrumento de la dominación y explotación del pueblo
venezolano, y cuyo espíritu revolucionario, libertario y justiciero original,
heredado de Bolívar y demás libertadores, había sido conculcado y traicionado
por las oligarquías que se adueñaran después de la independencia del poder
político y económico. En ese medio hostil, escudriñando a las fuerzas armadas y
al pueblo desde los hondones de sus fibras más íntimas, concibió un grito
salvador y purificador de las fuerzas armadas junto al pueblo inspirado en el
pensamiento y espíritu de Bolívar, que como expresara Martí en su época
“…cuando los tiempos o los pueblos tienen por hábito o necesidad que hacer
hombres, la Naturaleza
tiene por costumbre sacarse del seno maternal quien los haga. Y la Naturaleza Americana
puso su espada nueva en manos de Bolívar.”
Porque Martí vislumbró, en 1881, que todavía
Bolívar estaba presente en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún
en la roca de crear, y “porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hoy:
porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!”
Y era una visión compartida diez años antes
que Martí, en 1871, por Carlos Manuel de Céspedes, entonces presidente de la República de Cuba en
Armas, y luego devenido en Padre de la Patria, quien afirmara: ”Bolívar es aún el astro esplendoroso que refleja sus
sobrenaturales resplandores en el horizonte de la libertad americana como
iluminándonos la áspera vía de la regeneración. Guiados por su benéfico
influjo, estamos seguros de que alcanzaremos felizmente el término.”
Esos influjos bienhechores de Bolívar calaron vida y alma de Hugo
Chávez, y echó a andar con su Movimiento Bolivariano 200. Así inició su gesta
de una fundación de patria nueva.
En su devenir existencial al frente de un
movimiento revolucionario de nuevo tipo, Hugo Chávez demostró y probó su fe y
fidelidad al pueblo venezolano, una herramienta consustancial al patriotismo y
latinoamericanismo internacionalista que proclamó, defendió y asumió como razón
de su vida.
Una herramienta excepcional fue la elocuencia
oratoria, en la que la improvisación argumental era sólida y profunda y capaz
de abarcar los más disímiles acontecimientos, todo esto aderezado, mejor sería
señalar que apuntalado o sustentado por otras herramientas integradas como en
un haz de fuerza arrolladora: la historia con sus detalles de hechos, de
interpretaciones, de lecciones, de vida de los pueblos; las herramientas
literarias y musicales, en las que descuellan las declamaciones de poesías, las
citas, los relatos de cuentero mayor del pueblo y los cantos y canciones de los
más variados estilos; las herramientas del trato campechano con la gente y el
diálogo íntimo con palabras, gestos y sentimientos; y otras herramientas
personalísimas como la de las bromas en los momentos de distensión y las
palabrotas del habla popular para expresar con mayor contundencia el desafío o
la denuncia o el anatema de indignación.
Sin embargo, todas estas herramientas
pudieran quedar desprovistas de su voluntad transformadora, si no hubieran
estado acompañadas por herramientas fundamentales, como son los sueños e ideas
concebidos, de las acciones y proyectos llevados a una concreción social, es
decir, convertidos en realidad a partir de un ideario creativo previo. En fin,
la obra en función de resolver las necesidades y problemas del pueblo,
levantando un monumento de felicidad de la gente, en lo posible según las
circunstancias y posibilidades.
Pero todo esto no era suficiente como
herramienta política revolucionaria nueva, todas las anteriores estaban
presididas por la vocación de unir voluntades en lo interno y externo. Lo
interno, aseguraba el rumbo de su país. La unión externa, garantizaba la
ampliación de solidaridad, amistad y amor entre los líderes de otros países y
de sus respectivos pueblos. Hermanar a los pueblos era una misión y la
herramienta revolucionaria más trascendente de Hugo Chávez, de ahí ese
entrañable e indisoluble abrazo de relaciones entre él y Fidel, pues eran, sin
duda, almas gemelas y empecinados soñadores de los tiempos futuros.
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