.Orlando Guevara Núñez
El tema de lo viejo y lo nuevo
es recurrente en las conversaciones de la población cubana. Unos, defendiendo
patrones que marcaron la conducta de las
generaciones más adultas; otros, abogando por patrones nuevos, diferentes,
ajustadas a los tiempos actuales.
Pienso que el tema es
interesante, con razones para ambas
partes, pero con alertas imprescindibles para todos. Luchar contra lo viejo, no
puede implicar desechar todo lo anterior, lo que equivaldría a eliminar las
raíces, sin las cuales no podrían sobrevivir las ramas. Y oponerse a todo lo
nuevo sería igual al estancamiento que, al final, conduciría a la extinción.
Vale entonces la afirmación de
que la tarea actual no es la lucha de viejos y nuevos entre sí, sino la lucha
unida de ellos contra lo viejo que ha caducado y por lo nuevo edificante, hacia objetivos
e intereses comunes, sin la cual ninguno podría mantener las conquistas de la
Revolución.
Me encuentro entre quienes
rechazan el criterio –no poco difundido- de que nuestra juventud está perdida.
Creo, en primer lugar, que no puede juzgarse a los jóvenes bajo el prisma de
una etapa que no vivieron. Ni tampoco por su actitud o falta de protagonismo ante tareas actuales
para las cuales no han sido convocados, ni preparados. En Cuba ninguna proeza ha tenido que esperar por nuestra juventud.
Hubo una generación, donde
fueron jóvenes los principales organizadores y actores de una lucha que condujo
al derrocamiento de la tiranía batistiana. Y a partir del triunfo, la
generación que recibió a la Revolución se incorporó masivamente a la tarea de
destruir las estructuras de la vieja sociedad y de
construir una nueva, empeño de mayor complejidad.
Para entonces, no se contaba
con una obra construida. Y el incentivo era forjarla, con el sacrificio de
todos los días y el altruismo de fijar en la conciencia la meta de trabajar
para las generaciones futuras. No hubo proezas que tuvieran que esperar por los
jóvenes. Estudio, Trabajo y Fusil, fueron
consignas respaldadas por la acción.
La Campaña de Alfabetizaciòn,
la creación de la Asociación de Jóvenes Rebeldes primero y la Unión de Jóvenes
Comunistas después; la organización de los pioneros; la Columna Juvenil del
Centenario, seguida por el Ejército Juvenil del Trabajo, junto a otras estructuras
que fueron pilares en la economía, fundamentalmente la agrícola; la integración
a la defensa de la patria, incluyendo la participación en las gloriosas
misiones internacionalistas. Y luego, la formación profesional y técnica en las universidades y otros
niveles de enseñanza. Es parte del aval de millones de jóvenes cubanos durante
estos años de lucha.
No creo que exista en algún
otro país una juventud tan instruida y
sana como la nuestra. Sin desconocer problemas
que aún laceran valores, por cierto no exclusivos de los jóvenes y sobre
los que se hace un esfuerzo que compete a cada persona, a la familia, a la
escuela y a la sociedad para
resolverlos. Tengo la convicción de que
al largo tramo por recorrer, será
transitado con éxito.
Una verdad inobjetable se impone sobre la diferencia de
edades. Los tiempos son distintos, los protagonistas ocupamos, desde el punto
de vista de los años vividos, un lugar distinto; pero el enemigo común sigue
siendo el mismo, con distintos métodos de lucha, en distintos escenarios, sin
que haya cambiado en nada su objetivo supremo: destruir la Revolución y
regresar el capitalismo salvaje –seguramente más salvaje que el
reemplazado- a nuestro país. En ese
supuesto cambio, perderíamos por igual
los jóvenes y los viejos.
No puede ser motivo de alarma
la realidad de diferencias en cuanto a las modas, la forma de vestir, el gusto por la música y otras
cosas derivadas de la distancia generacional. Ni puede desconocerse que las personas
son un producto-no uniforme, desde luego- de las condicione económicas en que
se desarrollan.Los hijos, alguien aseguró, se parecen más a su época que a sus
padres.
La esencia del problema, en mi
opinión, consiste en aplicar creadoramente el concepto fidelista de cambiar
todo lo que deba ser cambiado, siempre en beneficio tanto de jóvenes como de
viejos. Oponer esos intereses, sería provechoso sólo para quienes ansían verlos
divididos, atacarlos y vencerlos.
Hay que cambiar, eso se ha
dicho con énfasis, hasta el discurso para llegar a los jóvenes y los niños. Pienso
que sí, porque el llamado para protagonizar grandes empeños ha de ser distinto
al utilizado durante este más de medio
siglo. Las vivencias y las aspiraciones
individuales llaman a un trabajo más profundo. Lo que, en mi criterio, no puede
quedar fuera de ese discurso es el peligro vigente para la obra revolucionaria. Y la certeza de que el
enemigo cifra sus esperanzas, cuando ya no estén la dirección histórica de la Revolución, ni
las generaciones inmediatas a ésta, en engañar a la juventud para arrebatarle
el poder y regresar a un pasado ya sin posible presente ni futuro en Cuba. Ese sueño imperial es, sencillamente, irrealizable.
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