Orlando
Guevara Núñez
La
tranquilidad y el trabajo que reinaban en la refinería de petróleo de Santiago
de Cuba la noche del 12 de marzo de 1961, fueron violentadas durante la
madrugada del día siguiente. Una lancha pirata, procedente de la Base Naval de
Guantánamo, había penetrado en la bahía con la misión de destruir esa
instalación y dañar la economía del país.
Esa
instalación industrial, en agosto del año anterior, había sido nacionalizada, pasando, de
propiedad norteamericana, a propiedad del pueblo cubano. Por eso planearon
destruirla.
En
esa vandálica acción perdió la vida el marinero cubano René Rodríguez Hernández, causó heridas
a un miliciano y causó averías a la
torre atmosférica de 107 pies de altura –donde se destila el petróleo-, al
tiempo que hubo tanques agujereados y se
calcularon en más de 75 000 pesos los daños
En
Santiago de Cuba el sepelio del joven asesinado devino manifestación de duelo
popular, unido al repudio por la agresión de los terroristas. Con nuevas vidas
de sus hijos, nuestro pueblo pagaba su osadía de continuar haciendo revolución.
Ante
el dolor de todos, Gloria Hernández, madre de René Rodríguez Hernández,
expresó:
“Fidel debe acabar con todos los cobardes que
nos agraden y llenan de luto a nuestros hogares”. Y el entonces capitán – luego
General de Brigada, Ministro de Justicia
y Fiscal General-Juan Escalona Reguera, reafirmaría al despedir el duelo, un
mandato con vigencia para todos los revolucionarios: ¡Limpiemos el suelo de la
Patria, de los gusanos quintacolumnistas pagados por el oro del imperio!
Esa
es parte de la historia que los enemigos de la Revolución cubana quieren que
olvidemos. Pero que, lejos de borrarla, la recordamos como demostración del
precio que hemos tenido que pagar por seguir siendo lo que somos y no regresar
jamás a lo que fuimos en la Cuba pre revolucionaria.
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