. Orlando Guevara Núñez
Cuando las cenizas de Fidel sean sembradas en el
cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, de ese pedazo de tierra
cubana, con más razón, podrá decirse que asombra, en tan poco espacio, atesorar
tanta historia.
Ya reposan aquí
los restos de los dos máximos jefes de
nuestras dos principales gestas independentistas del siglo
XIX: Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, quien encabezó la
primera Guerra de Independencia,
iniciada el 10 de octubre de 1868 y cayó en combate contra el ejército colonial
español el 27 de febrero de 1874. Y los
de nuestro Héroe Nacional, José Martí, organizador de la segunda Guerra de
Independencia, iniciada el 24 de febrero de 1895, en la localidad santiaguera
de Baire y otros puntos del país, caído en combate el 19 de mayo de 1895.
Y ahora, los restos de Fidel, el máximo jefe de la acción
del 26 de julio de 1953, inicio de la última etapa de lucha por la
independencia y libertad definitivas de
la nación cubana. Jefe de la expedición del Granma, de la guerra de liberación,
Comandante en Jefe de la Revolución, fallecido el reciente 25 de noviembre.
Juntos los tres supremos representantes de tres epopeyas
que se resumen en una: la Revolución cubana. Juntos los máximos intérpretes de
nuestros sueños libertarios, desde el ¡Independencia
o Muerte! de Céspedes, el ¡Libertad
o Muerte! de Martí, hasta el ¡Libertad o Muerte! ¡Patria o Muerte! y el ¡Venceremos!
de Fidel.
Aquí yace eternamente Perucho Figueredo, fusilado por los colonialistas españoles, el
17 de agosto de 1871, autor de nuestro Himno Nacional, donde nos enseñó
que en
cadenas vivir es vivir en afrenta y oprobio sumido y que morir por la patria es vivir.
Y junto a ellos, una legión de generales y otros
oficiales de nuestras guerras de
independencia, entre ellos José Maceo
Grajales (El León de Oriente), Guillermo Moncada (Guillermón) y Flor Crombet, símbolos de la gallardía y el
honor de nuestro pueblo. Aquí reposan
los restos de Mariana Grajales Cuello, la madre de los Maceo, Madre de la Patria.
El Santa Ifigenia, Monumento Nacional, guarda en su seno los restos de 41
combatientes del Moncada, a los cuales se sumarán los de Fidel. Aquí están,
como centinelas insomnes, despiertos en sus tumbas, el héroe de la lucha
clandestina, Frank País García, máximo jefe del Movimiento Revolucionario 26 de
Julio en el Llano, asesinado el 30 de julio de 1957, los de su hermano Josué,
caído un mes antes; los de René Ramos Latour (Comandante Daniel) sustituto de
Frank y caído en combate en la Sierra Maestra, el 30 de julio de 1958; los de
Pepito Tey, Tony Alomá y Otto Parellada,
quienes ofrendaron la vida el 30 de noviembre de 1956, durante el alzamiento de
Santiago de Cuba en apoyo al desembarco del Granma.
En esta porción de tierra santiaguera, oriental, cubana,
cerca del Mausoleo de Martí, reposan también los restos de numerosos
combatientes clandestinos y del Ejército Rebeldes caídos durante la guerra
revolucionaria. Y también muy cerca, los nichos que guardan con celo los restos
de decenas de combatientes internacionalistas quienes, como el Che, cayeron en
otras tierras del mundo, defendiendo la libertad y soberanía de otros pueblos.
Ahora, en el cementerio de Santa Ifigenia, unidos, como
en la historia, los tres hombres que sintetizan
la nacionalidad, el patriotismo, el espíritu libertario, la dignidad y
altruismo del pueblo cubano.
De Céspedes aprendimos que el enemigo solo nos parece
grande si nos acostumbramos a mirarlo de rodillas; Martí nos enseñó que un
principio justo, desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército, y que
los grandes derechos no se compran con lágrimas, sino con sangre. Y Fidel nos
dejó el legado de que nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres
y primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de
nadie.
En todo eso pensaremos y será más firme la fidelidad a
nuestros héroes y nuestra historia cuando en el cementerio de Santa Ifigenia,
Fidel sea sembrado.
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