viernes, 1 de octubre de 2021

La historia no nos ha de declarar culpables

 


Orlando Guevara Núñez

 


Con esas palabras concluyó  José Martí un patriótico discurso, el 17 de febrero de 1892, en Hardman Hall, Nueva York, ante emigrados cubanos, luego de un recorrido por Tampa y Cayo Hueso. Por eso, esta pieza oratoria pasó a la historia como La oración de Tampa y Cayo Hueso. 

El Apóstol cubano regresó profundamente conmovido por los resultados de la visita, sus encuentros con los emigrados de ambos lugares, la disposición de ellos para la lucha, sin distinción de edades, color, antecedentes de lucha e incluso posición social.

Esa acogida le hizo expresar su convicción de que la patria cubana poseía todas las virtudes para la conquista y mantenimiento de su libertad. El amor de los emigrados por su tierra y, la dignidad entre ellos, alimentaron en mucho la decisión de lucha de Martí,  lo que reafirmó en él la esperanza de que pudiera en Cuba vivir feliz el hombre, no enfrentados unos a otros.

¡Y no sé si vale la pena de vivir, después de que el país donde se nació 

decida darse un amo!  Así lo proclamó en su discurso. En la misma ocasión dijo también que ¡Solo el cobarde se prefiere a su pueblo; y el que lo ama, se le somete!

Allí escucharon los presentes otras definitorias palabras de José Martí, como éstas:” ¡Para canijos, la enfermería! ¡Y si se ha de sacrificar el desamor honroso de la ostentación pública, se le sacrifica, que la vida vale más y se la sacrifica también! ¡Póngase el hombre de alfombra de su pueblo!

¡Yo amo con pasión la dignidad humana!  Y calificó de crimen cada día que se tardase en estar todos juntos en su tierra. Habló  sobre la unidad, sobre las escenas de patriotismo que vio en la gente de Tampa y Cayo Hueso. Afirmó que al volver los ojos cuando su partida, vio un pueblo sembrado de antorchas, detrás de la bandera única de la patria.

Confesó que durante su larga vida de labores difíciles, ningún encuentro, como aquellos, había movido tanto su alma a la reverencia y la ternura.

Planteó,  refiriéndose a la unidad, la satisfacción de ver a aquella juventud,  “vaciarse unos en otros, como los metales afines que van ligando la joya en el crisol”. ¡El trabajo, ése es el pie del libro! Exclamó al mencionar la presencia de la cultura en los encuentros.

Tan  grata impresión tuvo sobre el espíritu unitario, que exteriorizó la idea de que ¡Otros hablen de castas y de odios, que yo no oí en aquellos talleres sino la elocuencia que funda los pueblos, y enciende y mejora las almas, y escala las alturas y rellena los fosos, y adorna las academias y los parlamentos!

Otro pensamiento martiano conocido afloró en aquel discurso:”Los pueblos, como los volcanes, se labran en la sombra, donde solo ciertos ojos los ven”. Hasta que brotan-agregó- hechos, coronados de fuego y con los flancos jadeantes y arrastran a la cumbre a los disertos y apacibles de este mundo, que niegan todo lo que no desean, y no saben del volcán hasta que no lo tienen encima. ¡Lo mejor es estar en las entrañas y subir con él!

Reiteró la necesidad de prepararse para la guerra, ordenando los elementos para la victoria. Rememorando el recorrido por Tampa y Cayo Hueso, afirmó: “Otros amen la ira y la tiranía. El cubano es capaz del amor, que hace perdurable la libertad  Otro bello y útil pensamiento: “Quien crea, ama al que crea: y solo desdeña a los demás quien en el conocimiento de sí, haya razón para desdeñarse a sí propio”

Cerrando su ardiente  discurso, afirmó  que esas citas, ese arranque brioso de las virtudes más difíciles, que hacen apetecible y envidiable el nombre de cubano, dicen que hemos juntado a tiempo nuestras fuerzas, que en Tampa aletea el águila, y en Cayo Hueso brilla el sol, y en New York da luz la nieve. Y que la historia no nos ha de declarar culpables.

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