Orlando Guevara Núñez
Es conocido que esta afirmación martiana fue hecha al Generalísimo Máximo Gómez Báez. Está insertada en una carta del 20 de octubre de 1884, es decir, algo más de cinco años después del Pacto del Zanjón. Por eso está personalizada: Un pueblo, General, no se funda como se manda un campamento.
Siente dolor al escribir esas líneas, y así se lo expresa a Gómez, pero plantea con valentía sus criterios y principios, relacionados con el destino del país.
Está enjuiciando Martí el llamado Plan Gómez- Maceo urgido en 1884 con el objetivo de reanudar la guerra en Cuba. Gómez, designado como jefe, elaboró un documento conocido como Programa de San Pedro Sula, por el lugar hondureño donde fue redactado, en marzo de ese año. Se centralizaba la dirección político-militar en una sola figura, un general en jefe. Martí se opuso y no se sumó al intento, fracasado apenas dos años después.
Dos interrogantes son esencia de su posición: ¿Qué garantía puede haber de que las libertades públicas, único objetivo digno de lanzar un país a la lucha, sean respetadas mañana? ¿Qué somos, General? , ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él?
Después de precisos señalamientos, afirma: El dar la vida solo constituye
un derecho cuando se la da desinteresadamente.
Está abordando precisamente el tema que provocó divisiones entre los patriotas de la primera gesta independentista cubana y la derrota que no habría podido propinar España por vía de las armas.
Evoca un “inoportuno arranque “por él escuchado de Gómez y comentado por el General Antonio Maceo,” en la que quiso-¡locura mayor! - darme a entender que debíamos considerar la guerra de Cuba como una propiedad exclusiva de Vd. en la que nadie debe poner pensamiento ni obra sin cometer profanación, y la cual ha de dejarse, si se la quiere ayudar, servil y ciegamente en sus manos” Y es cuando hace otra magnífica definición: La patria no es de nadie: y si es alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia.
Y es que Martí está pensando en la guerra solo como un medio para el derecho a fundar la república soñada. Invita a Gómez a ese pensamiento. Le expone con toda claridad sus criterios. En esa época su labor era unir voluntades, aglutinar a los valientes jefes de la campaña del 68 y preparar la guerra necesaria. El mismo llamó a esa etapa como la tregua fecunda.
La historia demostró la razón de José Martí, tanta y tan poderosa que el Manifiesto de Montecristi, firmado en Santo Domingo del 25 de marzo de 1895, donde se fijan con claridad los principios de la guerra necesaria y las proyecciones de la nueva república, está firmado por estos dos grandes hombres de la historia cubana: José Martí y Máximo Gómez.
Y es hecho notorio que los principales jefes insurrectos asociados al Plan Gómez Maceo, se sumaron en cuerpo y alma al programa martiano de la guerra necesaria. La unidad y la razón fueron las vencedoras.
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