martes, 10 de septiembre de 2019

Aquel adiós del Santiago de Almeida al Almeida de Santiago



.Orlando Guevara Núñez


El patriotismo santiaguero hizo que aquel  triste día  de septiembre –hace diez años-  la madrugada le arrebatara a la mañana su protagonismo para el inicio del andar de la gente. Las calles que muchas veces recorrió Almeida, buscando siempre algo nuevo que hacer para su pueblo, las colmó entonces  ese pueblo para rendirle tributo.
El peculiar bullicio de los santiagueros, cedió su lugar a la solemnidad. Los espacios vacíos se rindieron ante la presencia de cientos de miles de hombres  y mujeres del pueblo. Los niños, con uniformes y mochilas al hombro; los estudiantes, obreros, combatientes de la Revolución, amas de casa, jubilados, miembros de las instituciones armadas, todos resumidos en la palabra pueblo, formaron apretadas filas al paso del cortejo fúnebre. Así amanecieron las principales arterias de la ciudad.
Frente a  la Plaza de la Revolución Mayor General Antonio Maceo Grajales, en los laterales de la vía principal, quien trataba de buscar espacio no lo encontraba. Todos querían mirar de cerca y cifrar en su memoria el féretro del héroe. La figura del General Antonio, montado en su caballo y convocando al pueblo a la marcha unida, pareció cobrar vida. Los machetes que simbolizan  la Protesta de Baraguá, aparentaron cobrar altura al paso de los restos mortales de Almeida. Recordé las palabras de Raúl cuando dijo que Almeida, entre los combatientes que ganaron la libertad de la  Patria, era quien más se parecía al Titán de Bronce.

Cuando pasó el cortejo, el silencio se hizo absoluto. Las manitas infantiles, alzadas al nivel de la frente, descendieron y comenzaron el acomodo de las mochilas para su regreso, como los demás estudiantes, a las aulas. Los trabajadores, hacia distintos rumbos, a ocupar sus puestos laborales. El estudio y el trabajo, también se hermanaron en el homenaje.

Almeida no volverá a estar físicamente en la Ciudad Héroe de la República de Cuba, ni recorrerá sus calles, ni hablará con la gente. Pero no fue a la tumba sin visitarla por última vez. La realidad es difícil de aceptar. Pero los versos de nuestro Héroe Nacional, José Martí, acuden como necesario consuelo: Cuando se muere en brazos/ de la Patria agradecida/ la muerte acaba, la prisión se rompe, / ¡Y empieza, al fin, con el morir, la vida!

Asumimos entonces la afirmación de Fidel: ¡No digamos que Almeida ha muerto! ¡Vive hoy más que nunca!

Así fue aquella  mañana de septiembre en la ciudad. Jornada de tributo a un héroe. Así  vibró de luto y patriotismo  el Santiago de Almeida, al paso definitivo- por el corazón de la ciudad y de la gente - del Almeida de Santiago. 

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