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Orlando Guevara Núñez
En
fecha reciente, un grupo de jerarcas de una iglesia cubana, publicó en las
redes sociales un pronunciamiento donde fija su posición sobre la nueva
Constitución que irá a referendo el próximo 24 de febrero. Aunque no se pronunció por el voto, dejó claro su rechazo. Más
reciente aún, en la entrada de una iglesia en Santiago de Cuba, un cartel
anunciaba la intención del voto en contra.
Si
un principio respeta la Revolución es el
derecho a la expresión libre y a la elección libre de todos los cubanos. Eso
forma parte también del nuevo documento constitucional. A él me atengo para una
breve consideración sobre este tema. Algunas personas han expresado al respecto
que la religión está orientando no votar sí, por la nueva Constitución. Pienso
que aquí la generalización no vale.
Opino
que cuando se habla de religión, hay que verla y analizarla, por lo menos, desde tres ángulos distintos: la religión como
forma de la conciencia social, como ideología; la religión como institución,
sus jerarquías, poder y alineación; y la religión desde el punto de vista de
los creyentes.
En
el primer caso es una posición filosófica, respetada en Cuba como en pocos
países. Creer o no creer en una religión, pertenecer o no alguna de las varias
aquí existentes, es derecho contenido
también en la Constitución nueva. En el segundo caso, es más concreto porque
cada religión, además de sus propias concepciones sobre la futura vida en el
más allá –en el cielo- las tiene también sobre esa vida en “el más acá”, en la
tierra.
Y
como nadie que viva en este planeta y en cualquier sistema social, puede estar
al margen de las realidades políticas, económicas y sociales que lo rodean, las
instituciones religiosas desempeñan diversos roles. En ocasiones al lado de los intereses de los pueblos, en
contra de ellos en otras. A veces siguiendo la prédica de Jesús, o
contradiciéndola. Esa historia es bien conocida.
El tercer
caso nos toca más de cerca: el de los creyentes. Ellos son la mayoría y viven
bien o mal, son felices o sufren,
en dependencia no de los designios de
las instituciones religiosas, sino de los sistemas sociales que los rigen. En
no pocos casos, las jerarquías de sus instituciones están ligadas y son
cómplices, de los mismos que los explotan y oprimen.
Ningún
país, como Cuba, garantiza la libre profesión religiosa sin discriminación de
ningún tipo. Bajo el capitalismo, eso es una simple quimera. Y bajo ese sistema
la explotación, la discriminación, el desprecio y hasta el crimen, no
distinguen entre el creyente y el ateo.
No
es un fenómeno nuevo. A mi mente vienen algunos criterios de nuestro Héroe
Nacional, José Martí, en 1887, en Estados Unidos, en ocasión de que el Papa
excomulgó a un sacerdote norteamericano, Eduardo McGlynn, por el solo delito de defender la libertad
y demás derechos de los pobres.
Así escribió
Martí: ¿Conque el que sirve a la libertad no puede servir a la
iglesia? ¿Con que hoy, como hace cuatro
siglos, el que se niega a retractar la verdad que ve, y que la iglesia ataca
donde no puede vencerla, o tiene que ser vil, y negar lo que está viendo, o en
pago de haber levantado en una diócesis corrompida un templo sin mancha, es echado
al estercolero, sin agua bendita ni suelo sagrado para su cadáver?
Y
prosigue: ¿Con que la iglesia se vuelve contra los pobres que la sustentan y
los sacerdotes que estudian sus males? (…)
¿Con que la iglesia no aprende historia, no aprende libertad, no aprende
economía política?
Como
epílogo de otro artículo, sobre el mismo tema, nuestro Martí,
dirigiéndose a Jesús, le pregunta dónde hubiera estado en esta lucha, si
apoyando al ladrón rico o al cura McGlynn.
Cuba
tuvo que esperar el triunfo de 1959 para hacer realidad la unión indisoluble de
todo el pueblo, sin otras diferencias que las existentes entre ese pueblo y los
enemigos de su bienestar. Esa es la unidad que nos ha traído hasta aquí, y que
seguimos fortaleciendo y defendiendo.
Cuba
ha sido fiel al sueño martiano de forjar una nación con todos y para el bien de
todos. Y también a la definición fidelista de que traicionar al pobre es
traicionar a Cristo.
En
la historia cubana y de la América
nuestra sobran los ejemplos de instituciones religiosas que, en momentos de
definiciones, han puesto el bien de sus arcas, sobre el bien de las almas, Y el
bien de los opresores sobre el bien de los oprimidos. Y el bien de los enemigos
de la libertad sobre el bien de los que la defienden. Los conocemos, Y
conocemos también a muchos, sobre todo en Cuba, dirigentes religiosos y feligreses honestos, guiados por el
verdadero evangelio, quienes con su prédica y su acción han defendido y
defienden los intereses de su pueblo, y ven en la Revolución el único marco
posible para la real unidad, el bienestar y el progreso de la inmensa mayoría.
Es
curioso que hoy quienes objetan y tratan de obstaculizar esa unidad necesaria,
lo hagan en contra de los intereses de sus propios feligreses. Pretenden
privarlos de vivir en una sociedad donde todos sus derechos están garantizados.
En otras palabras: de oponerlos a su
propio bienestar.
La gran mayoría de los creyentes cubanos, sabe bien
que nuestra nueva Constitución nace para perpetuar las conquistas forjadas y
defendidas por religiosos y ateos, mezclando su sudor, su sacrificio y su sangre. Juntos
estuvimos durante la guerra de liberación,
en las trincheras, en los centros laborales y estudiantiles, en el
campo, en la ciudad, en las buenas y en las malas, al buen decir cubano.
Y no
es de aventura pensar que este 24 de febrero, al estar frente a la boleta electoral,
la decisión de voto se guíe por la conciencia de defender nuestros intereses, los de nuestros hijos, nietos y de toda la nación cubana. Y cuando alguien no actúe así, podrá tener la
seguridad de que seguirá siendo respetado. Y mucho más luego de que, votando
por el ¡SI !, la mayoría de los cubanos hayamos refrendado, además de los nuestros, los derechos de quienes no
estuvieron en la disposición de hacerlo.
De
todas formas, se nos ocurre, recordando el escrito de José Martí, repetir la
misma interrogante. El dirigiéndose a Jesús, le preguntó de qué parte estaría,
si del Papa excomulgador, representante de los ricos, o del cura excomulgado,
defensor de los pobres. Así, en este caso, ¿de qué parte estaría Jesús?
Conociendo su prédica, pienso que estaría al lado de la mayoría de nuestro pueblo, del ¡Sí! y no
vacilaría, una vez más, en esgrimir un látigo para ahuyentar a los mercaderes
del templo.
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