Orlando Guevara Núñez

Con pocas palabras calificó
Martí el carácter de este escrito: “Dolor infinito debía ser el único nombre de
estas páginas”.
El viejo Nicolás. El niño Lino. El negro Juan de
Dios, con más de un siglo de edad. El
negrito Tomás, con solo 11 años. Ramón Alvarez, condenado cuando había vivido
solo 14 años. Delgado, el joven veinteañero
que se suicidó. Otros. Martí sufría más el dolor por ellos que por el suyo. “Son lágrimas negras que han filtrado mi
corazón” Las torturas, el azote. Las llagas sangrantes. Los grilletes. El
cólera. La viruela. Los lechos de piedra. Los muertos. El ensañamiento más
bárbaro. El sufrimiento perenne. La orfandad de la piedad.
Pero ese sufrimiento no
doblegó la voluntad del casi niño José
Martí. La fortaleció. “Yo no soy aquí más que una gota de sangre caliente en un
montón de sangre coagulada (…) El desprecio con que acallo estas angustias vale
más que todas mis glorias futuras, que el que sufre por su patria y vive para
Dios, en éste u otros mundos tiene
verdadera gloria. ¿A qué hablar de mí mismo, ahora que hablo de sufrimientos,
si otros han sufrido más que yo?
Todo cubano – y todo
español- y todo ser humano honrado en el mundo, debía
conocer este documento. Esa
degradación humana padeció Cuba, como castigo de España a la rebeldía y la
dignidad de los cubanos.
La sentencia de Martí fue
certera y firme: “España no puede ser libre. España tiene todavía mucha sangre
en la frente”.
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