. Orlando Guevara Núñez
En la noche del pasado 25 de noviembre y la madrugada del
26, los teléfonos le arrebataron el protagonismo a otras vías de comunicación.
Los mensajes eran cortos: ¡falleció Fidel!
La noticia se multiplicó, acompañada de dolor, de sentimiento, de
lágrimas exteriorizadas, contenidas y a veces silenciosas y ocultas. Lágrimas
de pueblo.
A partir de entonces, se perdió la noción de las horas. Y
hasta para precisar el día, a veces se necesitaba consultar el calendario. Todo
se unió en una misma jornada de pesar. Las tristes palabras de Raúl, las
imágenes queridas de Fidel en la televisión. Sus discursos. Su sonrisa en los
momentos felices. Su hidalguía ante los peligros y los reveses.
Mirándolo y escuchándolo, por momentos nos olvidábamos de
que ya no existía físicamente. De pronto, la vuelta a la realidad. Ahora lo esperamos en Santiago
de Cuba, no con la alegría de otras veces, pero sí con el cariño de siempre. Aquí
vivirá no entre nosotros, sino dentro de nosotros. Y estará no solo esperando
las victorias de Santiago de Cuba, sino mirándolas desde cerca, inspirándolas y sintiéndolas también suyas.
A Fidel no es apropiado desearle que descanse en paz.
Porque él, ni después de muerto, tendrá descanso, como no lo tuvo en vida. Y, en lo adelante, cuando en
su honor se dedique un minuto de silencio, habrá que juntar a ese homenaje el
compromiso de una vida entera de trabajo y de combate.
Sucede muchas veces que los protagonistas de un hecho
histórico, sobre todo cuando es masivo, inmersos en el acontecimiento, no se
percatan de inmediato de su trascendencia para los tiempos por venir. Y este es
uno de esos hechos.
En los años sucesivos, con un recuerdo agradecido,
acudiremos a la tumba de Fidel. Unos con el honor de haberlo conocido y junto a
él haber construido y defendido la Revolución; otros sin recordar esta triste
jornada porque eran muy pequeños; los
más, en el decurso del tiempo, conocerán esta épica jornada por la historia contada o estudiada. Dentro de
muchos años, ninguno de los que participamos en el homenaje a Fidel ante su desaparición física, estaremos
vivos. Pero estará vivo el pueblo. Otras ramas, pero del mismo tronco y de la
misma raíz.
Vendrán otros tiempos, incluso nuevos siglos. Y el recuerdo
de Fidel seguirá en la memoria colectiva, como está la memoria de nuestro Héroe
Nacional, José Martí, formando parte todavía de la cultura política de todos
los cubanos dignos.
Martí sentenció unas palabras que lo retratan a sí mismo
y parecen también escritas para Fidel: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido
bien la obra de la vida. Truécase en polvo el cráneo pensador, pero
viven perpetuamente, y fructifican, las ideas que en él se elaboraron”. Las
ideas de Martí y de Fidel, seguirán fructificando en el pueblo que con sus
ideas y su acción fundaron y al cual enseñaron los valores de la dignidad, el honor,
la solidaridad y la grandeza. De ellos aprendimos que patria es humanidad.
Cuando Fidel comandó
el ataque al Cuartel Moncada, lo hizo con un grupo de jóvenes entre
quienes 61 ofrendaron su valiosa sangre. Ante el tribunal que lo juzgaba, dijo
el entonces joven patriota:
“Parecía
que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se
extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su
pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; hay
cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico
desagravio, vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para
que él siga viviendo en el alma de la patria. ¡Cuba, qué sería de ti si
hubieras dejado morir a tu Apóstol!
Ahora estarán más juntos Martí y Fidel, nuestros dos más
grandes símbolos. Juntos nuestro eterno Apóstol y Héroe Nacional, y nuestro
eterno Comandante en Jefe. El mismo David, con la misma honda, frente al mismo Goliat, en dos tiempos. Las raíces más puras de
un pueblo héroe. Un pueblo que siempre estará dispuesto a ofrendar su sangre y su
vida para que ellos sigan viviendo en el alma de la patria. Recordándolos siempre
no por su muerte sentida, sino por la hermosa obra de su vida.
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