.Orlando Guevara Núñez
Siempre
que se aproxima la fecha gloriosa del 26 de Julio, su evocación,
inevitablemente, nos conduce al recuento. A veces, nos ocupa la parte épica del
hecho; otras, los frutos de la simiente ese día sembrada.
A veces,
los héroes caídos; otras, los héroes que sobrevivieron. Muchos hechos son
bastante conocidos; otros, aunque publicados, se conocen menos, sobre todo por
la modestia de sus protagonistas.
En
ocasión del aniversario 63 de la Mañana de la Santa Ana, comparto con los
lectores de Sierra Maestra los
recuerdos la vïspera, en el momento y después del combate, del hoy Primer
Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de los Consejos de
Estado yde Ministros, General de Ejército Raúl Castro Ruz.
Al cumplirse
el primer año del asalto, desde el presidio de la entonces Isla de Pinos, Raùl
escribió sus recuerdos sobre los días 24, 25 y 26 de julio de 1953. La sola
lectura de esas notas es una lección de patriotismo, firmeza y entrega total a
una causa. Juzgue el lector.
El
dramatismo de la víspera, los días 24 y 25, es impresionante. Los contactos con
Pedro Miret Prieto y José Luis Tasende de las Muñecas, su jefe inmediato. “Ya
no me quedaba lugar a dudas: la “hora cero”, como solíamos decir, se acerca rápidamente”.
La
última llamada telefónica de Tasende, a las 8 de la noche -24 de julio-
“Señalándome
que me reunira con él en el punto “L” (casa de Léster Rodríguez, cerca de la
Universidad), dirigiéndome inmediatamente al punto indicado donde, con Tasende,
recogí el último cargamento de armas, dirigiéndonos a la estación de
ferrocarril, tomando el tren central rumbo a Oriente. Miret, Crespo y Léster se
habían ido por otra vía. En la estación de ferrocarril nos reunimos con
dieciséis compañeros más, todos subordinados al compañero Tasende”.
La
tensión del viaje. “ Nada dormimos en el viaje, el alba de aquel sábado
caluroso se presentaba con esa tranquilidad que precede a los grandes
acontecimientos (En realidad era un amanecer como otro cualquiera, pero a mí se
me ocurrió pensar que ese era diferente) “En el coche comedor, donde los
componenes del grupo íbamos a almorzar individualmente como si no nos
conociéramos, con la excepción de Tasende y yo que llegamos juntos a tomar el
tren y por lo tanto fuimos a comer algo también juntos, allí él me informó del
objetivo…
La
noticia, conocida sobre rieles, tuvo una lógica reacción en el joven Raúl,
narrada por él con toda naturalidad.
“Se
me paraliza el estómago y desaparece el apetito, yo conocía la magnitud y
fortaleza de ese objetivo por haber estudiado en Santiago de Cuba durante
varios años. Tasende riéndose me decía ´come, Raulito, que mañana no vas a
tener tiempo´ yo seguía tomando solamente pequeños sorbos de cerveza. Durante
el viaje todo lo miraba con esa avidez que despierta el sentimiento de la
última vez. Me alegraba infinitamente volver a ver esos lugares conocidos por
mí, y sobre todo, que el teatro de los acontecimientos sería Oriente, mi tierra
natal”.
La
llegada a Santiago de Cuba a media tarde, el recibimiento hecho por Abel
Santamaría y Renato Guitart, el hospedaje en el hotel Perla de Cuba, la fugaz
estancia en esta instalación… “Allí nos repartimos en unos cuartuchos del
primer piso, y mientras unos esperaban con paciencia su turno para asearse un poco,
aprovechando el único lavabo que había en el piso, otros nos echábamos en las
camas para descansar un rato.
“Alrededor
de las siete de la noche fuimos para el restaurante del hotel donde el
diligente Abel Santamaría había ordenado preparar un suculento arroz con pollo,
allí, entre tragos, risas y música, celebraban los carnavales algunos
santiagueros”.
Su
recuerdo sobre los demás compañeros:”Rostros alegres, serenos, decididos, que
nada tenía que ver con el Carnaval”. Al terminar la comida, para las habitaciones
a esperar que los recogieran.
En
espera del combate. “Cada pequeño cuarto tenía solo una cama y en la que a mí
me tocó me recosté con ropa y zapatos y con ambas manos detrás de la cabeza,
los ojos fijos en el alto techo del viejo hotel y la cabeza llena de
pensamientos esperaba que transcurrieran los minutos más lentos de mi vida”.
En
medio del dramatismo de la espera, el episodio del español y la prostituta,
escuchado desde su habitación… a las palabras de amor le siguieron las de
inconformidad del hombre por el alto precio del servicio.
En
su evocación, una nota triste: “De los 18 que formábamos ese grupo, al frente
de los cuales venía el compañero Tasende, creo que solo tres regresamos con
vida”.
En
el umbral de la hora cero. “A medida que pasaban las primeras horas de la noche
seguía desarrollándose con creciente intensidad el carnaval santiaguero. Con
ritmo frenético sonaban los cueros de los tambores cuando, próxima ya la
medianoche, se apareció un compañero enlace de nuestro improvisado cuartel
general, situado en la carretera entre Santiago y Siboney; Fidel nos mandaba a
buscar. Minutos después nos encontramos con él y el resto de los compañeros,
estaba tocando a su fin el sábado 25 de julio y dentro de pocos minutos
comenzaría un nuevo día, el domingo 26 de julio de 1953”. Hasta que comenzó el
combate.
En
junio de 1963, el propio Raúl, en documento publicado por la revista Bohemia,
donde aparecen estos recuerdos, afirmaría: “El resto de la historia ya todos la
conocemos, breves horas después dejaron de hablar los tambores al ser
silenciados por el idioma de los primeros disparos con los que se iniciaba una
nueva etapa en el proceso de luchas de nuestro pueblo”. “Dejó de correr la
bebida para dar paso a la sangre inquieta de los primeros jóvenes que caían
frente a los muros imponentes del Moncada. Con aquella primera sangre vertida,
se dejaría iniciado el método correcto y fundamental de lucha de nuestro pueblo
para destruir el andamiaje, en forma definitiva, del sistema económico,
político y social existente en nuestro país”.
¡Qué
lejos estábamos todos de imaginarnos, en aquellos instantes, que durante ese
amanecer del 26 de julio, se había iniciado el comienzo del fin del capitalismo
en Cuba!... Así lo afirmó Raúl en esa ocasión.
Raúl
durante el ataque. Nos valemos de las notas de la escritora y periodista
Katiuska Blanco, aparecidas en el libro Fidel Castro Ruz, guerrillero del
tiempo, reproducidas por el Boletín Revolución, de la Oficina de Asuntos
Históricos del Consejo de Estado, con motivo del aniversario 60 del 26 de julio
de 1953.
Una
verdad histórica es que Raúl fue al Moncada como soldado, no como jefe. Su
acción la desarrolló en el Palacio de Justicia, con Léster Rodríguez Pérez como
el jefe de un grupo integrado por seis combatientes.
Al
llegar al lugar asignado, Raúl es el primero en bajarse del auto y encañonar a
un cabo armado de una pistola. Desarmó al cabo. Se encuentra con un sereno
desarmado y le pregunta si había allí más guardias. Este le contesta
afirmativamente y le indica donde están. Derriba la puerta de una patada, les
quitó a los guardias los revólveres y los fusiles y los dejó encerrados.
Luego
subió a la azotea, desde combatió, dirigiendo los disparos hacia el Moncada.
Desde su posición, rehusó disparar contra un militar que estaba de espaldas,
aunque éste, poco después, disparaba contra él. En esa posición, junto a los
demás compañeros, permaneció hasta que se inició la retirada. “Vayan bajando
ustedes, yo me quedo” les dijo a los demás. Su descenso lo hizo por un elevador.
La
escritora precisa que al llegar al lobby, seis guardias armados con metralletas
Thompson y otros fusiles encañonaban a Léster y a los demás jóvenes asaltantes.
Raúl desarmó al jefe de los guardias y les ordenó tirarse al suelo, lo cual
obedecieron, mientras los asaltantes los desarmaban. Los militares fueron
conducidos y encerrados junto a los anteriores.
En
esos momentos Raúl, no por designación, sino por su actitud y acción, entre
enemigos y balas, se había convertido en jefe del pequeño grupo, que
disciplinadamente acataba sus órdenes. Indicó la retirada. Luego, el grupo se
dispersó para facilitar evadir a los esbirros de la tiranía.
Además
de Raúl y Léster, integraron el grupo de asaltantes al Palacio de Justicia
Mario Darmau de la Cruz, Abelardo García Ylls, José Ramón Martínez Álvarez y
Ángel Sánchez Pérez.
Después
del asalto. Es conocido que Raúl fue hecho prisionero en las cercanías de San
Luis, tratando de llegar a su casa en Birán, y conducido al Vivac de Santiago
de Cuba, donde reveló su identidad y su participación en el Moncada. En ese
momento, creyendo muerto a Fidel, asumió la responsabilidad directiva del
ataque.
Vendrían
luego los días del juicio. También aleccionadores momentos, recogido en el
libro El juicio del Moncada, de la periodista y escritora Marta Rojas.
Las
declaraciones de Raúl fueron claras y precisas. Ante la pregunta del fiscal
sobre cuándo lo había embullado su hermano Fidel para participar en la
revolución que preparaba, respondió con convicción: “Si hubiera
sido porque mi hermano Fidel me embullara, no hubiera venido, porque nunca lo
hizo. Yo vine a Santiago por resolución propia. Tuve que andar muy ligero para
que se me permitiera tomar las armas para ver si cambiamos este sistema”.
En
realidad, Raúl necesitó de la defensa de José Luis Tasende para sumarse a la
acción del Moncada. Fidel quería estar seguro de que él lo hiciera por
convicción y no por el solo hecho de seguir a su hermano. Pero ya Raúl había
alcanzado dimensiones políticas y revolucionarias propias.
Así
lo demuestra otra respuesta al fiscal durante el juicio, sobre a cuál sistema
se había referido y el programa de darles la tierra a los campesinos.
“Había
que destruir este gobierno, primero, para después adecentar al país y hacerlo
progresar como es debido; cuando declaré en el vivac, me referí a la reforma
agraria como uno de los postulados de esta Revolución, pero no es como usted
dice dar tierra a los campesinos, es algo más que eso, es darle la tierra y
hacerla producir; el sistema este es malo desde que empezó la República; Cuba
está llena de analfabetos, se cometen injusticias, se le roba el dinero al
pueblo. Había que derrocar al régimen para iniciar la Revolución, ya Fidel lo
dijo en su primera comparecencia en el juicio, Revolución es la que querían
Martí y Maceo, la de nuestros mambises… Pero no trajeron más a Fidel, parece
que le temen, temen que lo que él predica prenda en el pueblo, porque
predendería si así pudiese comunicarse con el pueblo; el pueblo siente esas
cosas, pero no le han dado la oportunidad de que lo exprese”.
Ante
la pregunta de si disparó durante la acción, su respuesta salió tan veloz como
las propias balas:
“¡Sí,
disparé! Derribé a tiros la puerta de la azotea de este mismo Palacio de
Justicia… esta fue la posición que me asignaron… como decía derribé a tiros la
puerta y, sin embargo, cuando me hicieron la prueba de la parafina, dio
negativa”.
Su
declaración fue más allá del interrogatorio “¿Cómo no me pregunta qué hice con
los hombres que detuve aquí en la Audiencia, desarmándolos a muchos de ellos?
Tuve hasta que encerrar a algunos en un escaparate y cuando nos fuimos les abrí
la puerta para que no se asfixiaran, porque no vinimos a matar soldados o
adversarios, por gusto; nuestra misión era otra”.
Sobre
ese juicio, conversé en una ocasión con el doctor Baudilio Castellanos. Indagué
sobre un encuentro suyo con Raúl, estando prisionero, para preparar la defensa.
Así
lo definió Baudilio: “Durante el mes de agosto, estando ya los asaltantes
recluidos en la cárcel de Boniato, me dirigí a la misma, entrevistándome con el
capitán Yáñez Pellecier, quien había sido enviado por el general Tabernilla
como interventor de Boniato a nombre del ejército. Solicité entrevistarme con
Fidel y se me respondió que estaba incomunicado, por lo que pedí ver a Raúl.
Nos habilitaron una pequeña mesa y dos sillas, permaneciendo parado el sargento
Ramos, lo que hacía enojosa y prácticamente imposible la entrevista a los fines
de preparar la estrategia de la defensa.
“En
vistas de que Ramos permanecía inmóvil, Raúl comenzó a explicar, ante mis
requerimientos de que nos diera las orientaciones para preparar la defensa, que
ellos habían venido y que habían fallado, pero la próxima vez vendrían y
estaban seguros de que entonces saldrían triunfantes. Ante lo tenso del
diálogo, el sargento Ramos optó por alejarse de nosotros y nos permitió hablar
confidencialmente”.
“Raúl
nos manifestó que la orientación para la defensa estaba clara: ellos
confesarían su participación, denunciarían los crímenes cometidos contra sus
compañeros y atacarían a la dictadura. Le expliqué a Raúl que había casos de
encartados que habían participado como combatientes, que habían sido detenidos
en La Habana y torturados y a la vez remitidos a Santiago y veía una
posibilidad para ellos de lograr técnicamente su absolución. Raúl estuvo de
acuerdo en determinados casos en que tratara de lograr su libertad para que de
ese modo pudieran tener un grupo de compañeros en la calle que fueran útiles a
las orientaciones de Fidel. Pero que en lo fundamental, la defensa debía de
conducirse tal como él ya había dicho”.
El
resto de esta historia de lucha y de combate de Raúl es más conocida. En el
juicio fue condenado a 13 años de prisión y enviado, junto a un grupo de
asaltantes, al mal llamado Presidio Modelo, de la otrora Isla de Pinos, hoy
Isla de la Juventud.
Por
presión popular, junto a Fidel y sus compañeros fue amnistiado el 15 de mayo de
1955. Al mes siguiente tuvo que marchar hacia el exilio en México, pues su vida
peligraba en Cuba, donde había sido acusado de terrorista.
El 2
de diciembre de 1956, con el grado de Capitán y jefe del pelotón de
retaguardia, desembarcó en el yate Granma, para reiniciar el combate armado y
luchar por la sociedad que explicó durante el juicio del Moncada.
Después
del revés de Alegría de Pío, tres días después del desembarco, evadió el cerco
de la tiranía y se reunió con Fidel, el día 18, en Cinco Palmas para proseguir
la guerra en la Sierra Maestra.
Por
sus cualidades fue ascendido a Comandante del Ejército Rebelde el 27 de febrero
de 1958 y designado jefe de la Columna 6 Frank País, encargada de abrir, en el
norte oriental, el Segundo Frente Oriental Frank País, fuerza que condujo hasta
la victoria revolucionaria del Primero de Enero de 1959.
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