.Orlando Guevara Núñez
El
congrí es muy conocido como un plato típico cubano. Y es difícil encontrar en
nuestros campos y ciudades a una familia que no tenga este alimento entre sus
preferidos. Puede que el frijol sea negro o colorado, que se cocine con aceite
o manteca, con tocino o sin él; pero el congrí mantiene su lugar ganado en los
hogares de nuestro país. Algunos lo llaman “Moros y cristianos”. Pienso que eso
es como decirle toro al chivo. Para mi no existe otro nombre. Y si se lo ponen,
lo veo como un apodo.
Ese
sabroso congrí, sin embargo, pese a su afamada categoría de típico, no ha
estado siempre al alcance de todos los cubanos. Y esa aseveración la corrobora
esta pequeña historia.
Mi primo Millo, junto a su familia, vivía en
un barrio extremadamente pobre, padeciendo la mayor parte del tiempo un hambre
que rayaba con lo insoportable. Y hubo una tarde cuando la tortura del ayuno
obligado provocó la evocación del apetecido plato. Fue entonces que Millo- uno
de los nueve hijos de Trino y Amparo - sin dirigirse a nadie, expresó su anhelo
de que llegara la zafra azucarera para ¡poder comerse un congrí!
A muchos esto puede hoy parecerles una
exageración. Pero no lo es. Lo cierto es que durante el “tiempo muerto” -unos nueve meses al
año- para la inmensa mayoría de los
guajiros de aquella zona y otras muchas del país, el congrí era algo así como
un sueño inalcanzable.
Aquellos
padres tuvieron que sufrir mucho al no tener posibilidades de calmar el hambre
de los muchachos. Y más sufrieron cuando murió Roberto, sin asistencia médica.
Allí cerca vivían unos poderosos hacendados,
pero ante ellos de nada valieron los ruegos de Trino. ¿Dinero? ¡No había! La leche que por cántaros les sobraba, era
para alimentar a los puercos. ¿Asistencia médica? ¿Medicinas? Nada de eso era posible. La vida o la muerte
de los pobres era un suceso indiferente a los ojos, al corazón y al bolsillo de
los ricos.
La miseria llegaba a tal extremo que hubo un
hecho ahora algo risible, pero que en aquel momento constituyó una verdadera
fatalidad con grandes implicaciones económicas. En la casa había una puerca
preñada, esperanza para obtener algunas crías que ayudaran a aliviar la
situación con perspectivas de agravarse por estar Amparo en estado de gestación. Por
coincidencia, los
partos
de la mujer y del animal se produjeron la misma noche. Y la desgracia estuvo en
que mi tía parió mellizos, mientras que la puerca se dio el lujo de parir un
solo lechón. Y de remate, la perra soltó siete cachorros. Eso ponía más lejos
el congrí.
Con la excepción de Roberto, todos los demás
muchachos sobrevivieron a aquella difícil etapa. Pero Zoila, el propio Millo,
Vinda, Israel, Elena, Trino, Agustín y Alfredo, tuvieron que esperar mucho
tiempo para poder comer a sus anchas el congrí que tanto desearon y del que
carecieron tantas veces.
Tal
vez algunos nietos de Trino y Amparo no conozcan aún esta pequeña y lacerante
historia. Sería bueno que la conocieran, porque ellos nacieron cuando ya el
congrí no constituía un deseo lejano y el tiempo dejó de ser “muerto” para
convertirse todos los días en un enjambre de trabajo. Y cuando quieran
encontrar explicación verdadera al cambio, sólo les bastaría recordar una
fecha: 1ro. de enero de 1959. Y pronunciar sólo una palabra que lo encierra
todo: ¡Revolución!
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