miércoles, 11 de mayo de 2016

Un pasado que en Cuba no será jamás presente: La máquina tocola



.Orlando Guevara Núñez


                   
 Hay  imágenes que se graban en la mente de uno desde la niñez y cada tiempo reaparecen; como pesadillas unas, otras como añoranzas. La máquina “tocola” es una de esas visiones imborrables. Y sé que allá, en mi natal rincón de Niquero, en la antigua colonia Montero, los más viejos recordarán aquellas escenas con alguna tristeza, mezclada con la alegría de saber que ellas pertenecen a un pasado irrepetible.
  La zafra duraba sólo unos tres meses cada año. Por eso había que procurar ganar lo más posible. Los otros nueve eran siempre de un torturante paro forzoso.
Con esa razón, todas las tardes, cuando las locomotoras del ferrocarril cañero - la máquina, al decir de la gente- comenzaba a pitar desde lo lejos y aún antes de llegar a la curva donde se hacía visible, los macheteros y sus familiares se arremolinaban en el batey, disputándose ser los primeros en contar la cantidad de carros -vagones o casillas- que traía y recibir así la buena o mala noticia. De ahí dependería lo que podría o no ganarse al otro día.
Tres, cuatro, cinco, seis carros. Mediana alegría, pero era algo. Se alborozaban los macheteros en dependencia del número y se levantaban más temprano. Los carreteros enyugaban con más prisa. La hora del desayuno pasaba inadvertida. Era un día dichoso.
 Lo triste era cuando la máquina venía “tocola”, es decir, no traía carros vacíos y sólo viajaba a buscar los llenos. Entonces los rostros se contraían de angustia y por la mente de todos pasaba la torturante idea de otro día sin ingresos, de los cortes parados, de la miseria apagando fogones. Sólo los bueyes podrían tener razón para alegrarse: un día más liberados de madrugar, de las pesadas carretas, de los aguijonazos y del fango, sin el castigo de soportar las malagradecidas ofensas de los carreteros.
 Y así sucedía todas las tardes; la alegría o la angustia, según apareciera la máquina siempre esperada con ansias. A fin de cuentas, era una esperanza, porque después de terminada la zafra, los rieles se enmohecían y entonces la desesperanza no tenía con quien alternar su presencia.
Han pasado ya muchos años y ahora el sonido de las máquinas cañeras tiene otro sentido, porque nunca significa tristeza. Sin embargo, no es ocioso recordar aquellos tiempos para reafirmar un propósito: que jamás una  máquina “tocola” pueda hacer sufrir a nuestros trabajadores del azúcar.

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