jueves, 22 de octubre de 2015

Operación Carlota. Pequeños relatos sobre una larga misión: Cuenta saldada




.Orlando Guevara Núñez
El esperado desembarco, después de un azaroso mes de navegación, se produjo por el sureño puerto de Lobito, uno de los más importantes de la República Popular de Angola. La ciudad había sido liberada días atrás, aunque el ambiente bélico se respiraba por doquier. Tanto era así, que antes de abandonar el barco, se nos alertó sobre la posibilidad de tener que combatir durante la llegada.
Pero quienes nos recibieron fueron los cubanos. Muchos de ellos nos contaron sobre sus angustias por nosotros, pues llegó a pensarse que nuestro barco había zozobrado en el Atlántico. Esos viajes, normalmente, se tomaban unos quince días o poco más. Nosotros llevábamos veintinueve. Se habían corrido noticias, según ellos, de un barco cubano a la deriva.
La impresión que muchos cubanos tuvimos al ver a los angolanos, nos creó una momentánea confusión.  Un nutrido grupo de ellos -jóvenes la mayoría- estaban sentados en los alrededores del puerto, vistiendo ropa fina, lo que nos hizo suponer que estábamos en presencia de personas que, de acuerdo con la situación que vivía el país,  parecían extraños.
Al estar en tierra y conversar con ellos y con algunos cubanos que nos habían antecedido en la llegada, conocimos de nuestra equivocación y tuvimos ante nosotros una verdad realmente amarga: aquellos hombres eran  desempleados, personas hambrientas que iban al puerto, día a día, con la esperanza de conseguir un empleo o simplemente de aprovechar la oportunidad de que faltara un peón para trabajar aunque fuera una jornada y mitigar en algo su desesperada situación. Vestían ropas finas porque así los colonialistas pretendían ocultar en algo la miseria que esos hombres llevaban por dentro y quizás por eso era más cara la ropa de trabajo.
La comunicación con los angolanos fue rápida. Y ese mismo día escuchamos de  ellos hacia nosotros un calificativo que al inicio nos hizo sentir ofendidos, pero supimos comprender después el porqué en aquellos momentos iniciales no podían pensar de otra forma y nos calificaban así por cariño y no por ofensa o rechazo. La cuestión es que nos repetían con mucha insistencia que nosotros sí éramos  ¡colonialistas buenos!
Ellos no podían, tal vez, definir una categoría política. Y no estaba a su alcance entonces el significado del vocablo  Internacionalista.  Pero no tuvieron confusión alguna para determinar, desde los primeros momentos, quiénes eran los buenos y quiénes los malos, quiénes sus amigos y quiénes sus enemigos.
En posteriores conversaciones, hacíamos énfasis en establecer las diferencias abismales entre un soldado internacionalista cubano y un soldado colonialista. Porque a decir verdad, ni por equivocación y buenas intenciones nos agradaba en lo absoluto el calificativo prodigado al inicio.
Y más que las palabras, estaban presentes los hechos. Ellos mismos se asombraban y nos preguntaban muchas cosas. ¿Por qué los soldados cubanos no cobrábamos nada por estar allí y cómo era posible que no tuviéramos dinero? ¿Por qué no nos aprovechábamos de la prostitución y el juego, como lo hacían los soldados colonialistas?  ¿Por qué no éramos racistas y los tratábamos a ellos como hermanos,  sin distinción de color?  ¿Por qué no permitíamos el atropello? ¿Por qué estábamos allí, a miles de kilómetros de nuestros seres queridos, sin interés alguno de lucro personal?  ¿Por qué compartíamos con ellos nuestros a veces escasos alimentos? ¿Por qué cargábamos y acariciábamos a sus hijos y jugábamos con ellos como si fueran los nuestros? ¿Por qué los tratábamos con el respeto que ellos nunca habían tenido?
- ¡Qué bonito, camarada, qué bonito!, exclamaban muchos
Durante muchos meses tuvimos la oportunidad de compartir con valerosos combatientes de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola (FAPLA) y también con muchos civiles angolanos. Y puede afirmarse que la amargura causada por el calificativo del primer encuentro, fue enteramente borrada después.
Las palabras camarada, solidaridad, internacionalismo y hermano, fueron poco a poco adquiriendo en la conciencia de los angolanos su verdadera dimensión. Y adquirieron también un sentido verdadero las palabras colonialismo, imperialismo, racismo, mercenarios, apartheid. Y otras muy importantes: libertad, independencia, soberanía.
Un día, en la capital del país, Luanda, visité una exposición de fotos sobre la Revolución cubana. En ellas aparecían nuestros principales dirigentes. Mientras observaba las imágenes que me trasladaban  momentáneamente hacia mi país, a mis espaldas escuché la voz de un joven angolano que saturado de admiración ante una foto de nuestro Comandante en Jefe exclamó:
¡Fidel Castro, campeón del antiimperialismo!  Recordé entonces aquella imagen del puerto de Lobito, el día de nuestra llegada a Angola. Y sólo cuatro palabras acudieron a mi mente. ¡La cuenta está saldada!   

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