.Orlando Guevara Núñez
¿Y
por qué ustedes están aquí, camarada cubano?
Otras
veces yo habìa contestado con facilidad esa pregunta. Pero ahora, ante la
pequeña y frágil figura de un niño de ocho años que hacìa preguntas de mayores,
tenía que meditar la respuesta.
Por
eso permanecí algún rato en silencio y me limité a observar su cuerpecito
semidesnudo, sus pies descalzos, su asombro y admiración ante mi fusil AK. Y
tambièn su persistente mirada chocando contra la lata de sardinas que con mi
bayoneta habìa acabado de abrir.
Aùn
no le habìa contestado, pero Fernando seguía hablando, diciendo que Savimbi “le tiene mucho miedo a los cubanos y a las
FAPLA y los colonialistas se fueron huyendo y yo no quiero que vuelvan porque
son muy malos”
Mientras
él hablaba, yo habìa dejado de mirarlo. Y fijé la vista hacia el frente, donde
en una vieja pared agujereada por las balas, unas letras verdes y grandes decían
¡Viva el internacionalismo proletario!
¡La reacción no pasarà!
El
niño se percatò y mirò hacia el mismo lugar. Y continuó su relato. Dijo que
antes no se podìa ir a ese lugar porque era el cuartel de los colonialistas.
“Ahora si voy, porque los soldados son amigos de los niños”. Y otra pregunta
sale de sus labios, acompañada de un gesto que no se extingue hasta obtener la
respuesta.
-
Oye, ¿y tú, no tienes niños?
Le
contesto que sí, que tengo dos y son más chicos que él.
¿Y
por qué los dejaste y viniste para acá?
El lugar de mi respuesta lo ocupa otra
pregunta.
-¿Sabes
leer lo que dicen aquellas letras? Entonces Fernando inclina un poco la cabeza.
Y dice que no sabe leer ni escribir, que no tiene escuela, maestros ni libros,
aunque Joaquín le dijo que lo iba a enseñar.
-
¿Joaquín?
-El comandante de las FAPLA. ¡Y nos va a
enseñar a pelear!
Y
Fernando continuaba hablando. Ni siquiera la sardina que ahora comía lo habìa
hecho callar. Pero ya, para mí, su voz era casi un susurro imperceptible.
Porque en esos momentos, yo no estaba en su pequeño poblado de Dondo. Mi
pensamiento habìa viajado hacia la Patria lejana y recorría las escuelas y se
mezclaba con las decenas de miles de pioneros y con el colorido de sus boinas y
pañoletas rojas y azules, de sus uniformes, de sus medias y zapaticos nuevos. Pensé
en todos ellos y muy especialmente en quienes con menos años que Fernando sí
saben descifrar letreros…
Pero la voz del niño me retorna de nuevo a la
realidad.
-
Cuando yo sea grande me gustaría ser piloto de guerra, o tanguista, o médico, o
manejar un camión grande, grande, grande –levanta sus brazos y se yergue sobre
las puntas de los pies para señalar la dimensión – de esos que tienen muchas
ruedas.
Entonces
miro al niño y pienso en mis compañeros presentes allì en Angola y que fueron
los Fernandos de la Cuba de ayer, que soñaron ser lo que ahora deseaba aquel
pequeño… ¡Y ya lo eran!
Y es
entonces que me siento junto al niño, dispuesto a contestar su primera
pregunta, seguro de que ahora sì me entendería.
- Porque
a los cubanos tampoco nos gustan los colonialistas. Porque al igual que tú, no
queremos que los malos vuelvan a tu querida tierra. Para que los niños en tu
Patria sean alegres y tengan escuelas, maestros, uniformes y libros y sepan
leer todo lo que vean. Para que puedan ser aviadores,
tanquistas,
médicos, manejar camiones y ser lo que quieran ser. Por eso los cubanos estamos
aquí en tu Patria, Fernando. ¡Por eso!
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