jueves, 29 de octubre de 2015

Operación Carlota. Pequeños relatos sobre una larga misión: Una noche poética y un compromiso incumplido




                              
 .Orlando Guevara Núñez
La noche del 28 de mayo de 1976, después de una intensa jornada de trabajo, me dispuse a escribir algunas cartas familiares, pasadas ya las 22:00 horas. Pero sólo unos minutos después, recibí una citación inmediata e inusual.
- Debes presentarte ahora mismo a la jefatura.
Partí enseguida para el lugar indicado, pensando en alguna misión de la que a diario realizábamos. Me resigné a no escribir esa noche.
Al llegar ante el jefe y cumplir el rigor de la presentación, recibí ciertamente una misión, pero opuesta totalmente a la que esperaba. Una misión tan inusual como la citación.
- Lo mandamos a buscar porque queremos que recite la poesía que usted escribió en Cuba el día de la salida para Angola.
No olvido que estaba presente una delegación cultural cubana que había ido a Angola con el objetivo de actuar para los combatientes internacionalistas. Y asistía también “Farruco”, un Comandante de las FAPLA destacado allí, en Huila, bautizada anteriormente por los colonialistas como Sá Da Bandeira.
Para uno que escribe algunas poesías sin ser poeta, ese era un reto algo difícil. Y más cuando uno de los que tenía delante de mí como integrante de la delegación cubana era ¡Silvio Rodríguez! Me parecía un intrusismo recitar ante su presencia. Pero la encerrona estaba hecha y sin escape.
Haciendo la aclaración de rigor – que yo no era poeta- pero afirmando también que todo revolucionario tiene algo de poeta porque la poesía más bella y sublime que existe es la Revolución, accedía a la declamación, aunque en realidad era menos declamador que poeta.
Y por si fuera poco, al concluir, tuve que repetir “el número” para facilitar una grabación. Según los presentes – siempre me quedó la duda de si de verdad o por cumplido- la poesía gustó.
Luego de algunos intercambios de opiniones, me preguntaron si tenía otras composiciones poéticas. Les dije que sí, con la diferencia de que las conocía yo solo. De todas formas, quedó sellado el compromiso de decirlas en aquella ocasión. Y recité dos más que, como las recuerdo de memoria, las incluyo en estas notas.
La primera había sido dedicada a mis hijos. Cuando nacieron, recibieron dos nombres que formaban ya parte inseparable de la historia revolucionaria e internacionalista de nuestro pueblo. Yo soñaba con poder explicarles a ellos el significado de esos nombres, pero, en esa época, los dos eran muy pequeños para entenderlo. Por eso quise plasmar en una poesía el porqué de sus nombres y lo que para ellos debían significar cuando fueran mayores. Con el perdón de los poetas, la transcribo.
Hijos míos,
Mucho antes de nacer, ustedes,
¡Ya tenían sus nombres!
Yo los había arrancado del inerme cuerpo
de dos héroes muertos;
y al dárselos, a los dos les señalé la senda
de sacrificio y lucha que recorrieron ellos.
Llevan ustedes dos nombres guerrilleros
que atravesaron las fronteras de sus patrias
para vivir por siempre en el corazón de América;
dos nombres de titanes que a su paso encienden
la antorcha de la lucha  ¡y sirven de trincheras!
No es un simple homenaje a los caídos:
es más bien un compromiso de ser como ellos
y de llevar por siempre, junto al nombre unidos,
la fe de sus principios, ¡la fuerza de su ejemplo!
Pero si un día, al correr del tiempo,
se apartan de la senda heroica del pueblo,
si les fallan las fuerzas, las rodillas les tiemblan
y no son capaces de luchar por esto,
tan solo les diré: ¡Cambien sus nombres!
y llámense de cualquier forma
¡Menos Tania y Ernesto!
La lejanía y el recuerdo me dictaron, por la emoción, una pausa obligada.
Y para cerrar mi improvisado debut, ante un público que no sobrepasaba las diez personas, recité otra composición. La había escrito después de leer tres libros que me habían causado un gran impacto: Vidas Secas, Huasipungo y Expedición a los indios ranqueles. Las tres, fieles reflejos de las infrahumanas condiciones de vida, de los abusos, la humillación y calamidades en las cuales viven sumidos millones de indígenas de nuestras sufridas y preteridas tierras de América. Y confieso que sintiendo algo así como un remordimiento por no poder contribuir directamente con esa causa, volqué mis sentimientos- con más indignación revolucionaria que profundidad poética- en estos versos:
Vamos, pues, indio de América, ¡Levántate y anda!
que no es la mística voz de algún profeta
que por hacer milagros a caminar te llama:
¡Es el grito imperioso y rebelde de la historia
quien a marchar erguido y sin temor te manda!
¡Levántate y anda! ¡Pelea por tu causa!
que no es la fiebre absurda de la guerra
quien te indica el camino difícil de las armas:
¡Es el ultraje bárbaro a tu condición de hombre
el que al combate heroico a gritos te reclama!
¡Levántate y anda!, ¡Castiga a quien te mata!
Y que surque Los Andes el rayo de tus voces
y que el viento lo lleve por bosques, ríos y pampas;
que sean tu altar los héroes, tu religión la lucha,
tus cantos sean los himnos, ¡tus ruegos, las batallas!
¡Levántate y anda! ¡Pelea por tu causa!
Revive con tu lucha al gran Túpac Amaru
y reconquista con fuego aquellas tierras
que en guerras de rapiña al impostor pasaran:
toma el fusil en manos y escribe dignamente,
con sangre del presente, ¡la historia del mañana!
¡Levántate y anda! ¡castiga a quien te mata!
que uniéndote al obrero, campesino, estudiante,
y a todo hombre sincero que en la lucha se hermana,
irás en pos del triunfo que marcará en la historia
¡la segunda y eterna independencia americana!
Alrededor de las once de la noche, me despedí de la improvisada “gala” y regresé a mi dormitorio, no sin antes acceder a la petición de copiar las dos últimas composiciones y hacerlas llegar al otro día a uno de los integrantes de la delegación cultural cubana que las había solicitado. Y me entregué al sueño como una hora después, cuando terminé las cartas inconclusas. Había tenido, sin imaginarlo, una noche poética.
El compromiso de entregar al otro día las copias de las poesías, sin embargo, no fue cumplido. Y no pude tampoco, en aquellos momentos, explicar las razones. Pero si el compañero que las solicitó tuviera algún día la oportunidad de leer este pequeño relato, podrá saber que no hubo informalidad alguna. La verdadera razón fue que alrededor de las 2:30 de esa madrugada, tuve que cumplir otra misión muy distinta a la poética. Y al mediodía siguiente, al consultar el cuentamillas del vehículo que conducía, puede percatarme de que estaba a algo más de medio millar de kilómetros del lugar donde debió cumplirse el compromiso.
Y mientras el carro se desplazaba por el corazón de una inmensa zona selvática, y el fusil al lado iba ese día en una posición distinta y los ojos más alertas, a mi menta acudían algunos fragmentos de la poesía dedicada a mis hijos y que también para mi tenían plena vigencia: No es un simple homenaje a los caídos: ¡Es más bien un compromiso de ser como ellos!

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