. Orlando Guevara Núñez
Los días 26, 27, 28 y 29 de
julio de 1953, fueron escenario de los más brutales crímenes cometidos por la
tiranía batistiana contra los asaltantes a los cuarteles Moncada, en Santiago
de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.
En las acciones, solo seis
revolucionarios habían perdido la vida, todos en el Cuartel Moncada, pues en
Bayamo no hubo baja mortales. En esta fortaleza militar, la segunda en
importancia del país, los efectivos ascendían a 809 hombres, mientras que los
asaltantes que pudieron llegar al lugar fueron sólo 78. La superioridad en
número por parte de la dictadura era evidente.
En los resultados del
combate, sin embargo, fue distinto, pues el ejército tuvo 19 muertos y 31
heridos, para una suma de 50 bajas.
Pero la orden del tirano fue
tajante: asesinar a todos los que fuesen hechos prisioneros, matar a diez
revolucionarios por cada soldado muerto.
Así, de los asaltantes al
Moncada capturados, en esos tres días fueron asesinados 45. Y de los
participantes en las acciones de Bayamo, los diez detenidos fueron asesinados.
En el caso de los combatientes que bajo el mando de Abel Santamaría Cuadrado,
segundo jefe de la acción, tuvieron como posición el hospital civil, situado al
frente de la fortaleza, de los 21 hombres que participaron fueron asesinados
20, incluyendo a Abel. Sólo un joven, Ramón Pez Ferro, escapó a la cacería,
porque un anciano, veterano de la Guerra de Independencia, lo protegió diciendo
que era un nieto de él que lo estaba acompañando en su lecho de ingresado. Sólo
cuatro moncadistas habían sido heridos y se incluyeron entre los asesinados.
Muchos revolucionarios
lograron escapar porque familias santiagueras los recogieron, los ocultaron en
sus casas, los protegieron y salvaron su vida gracias a esa solidaridad.
La tiranía se ensañó también
con la población civil, pues seis personas fueron asesinadas y dos murieron de
forma accidental en los tiroteos.
Ante el baño de sangre, la
opinión pública se movilizó para pedir el cese de la matanza. Entre esas voces,
estuvo la del monseñor Enrique Pérez Serantes, arzobispo de Santiago de Cuba,
quien realizó gestiones para la presentación de los revolucionarios que no
habían sido detenidos, obteniendo seguridad de las autoridades de que no serían
asesinados.
Fidel Castro, como una de las
variantes ante el posible fracaso de la toma del Moncada, había escalado la
cordillera de La Gran Piedra, con el objetivo de llegar a la Sierra Maestra,
obtener ayuda de los campesinos y hacerse fuerte en esa región para continuar
la lucha. Lo acompañaban 18 hombres.
El 1ro. de agosto, Fidel fue
hecho prisionero, junto a Oscar Alcalde y José Suárez, cuando descansaban en un
ranchito en las montañas, por una patrulla militar al mando del segundo teniente
Pedro Manuel Sarría Tartabull. Los soldados al mando de Sarría trataron de
asesinar al jefe del asalto al Moncada, pero el militar lo impidió,
pronunciando la conocida frase de que las ideas no se matan.
Se conoce que en el trayecto
hacia Santiago de Cuba, el criminal comandante Andrés Pérez Chaumont trató de arrebatarles
a Sarría los prisioneros, lo que hubiese equivalido al asesinato de ellos. Pero
una vez más, Sarría salvó la vida de Fidel Castro y otros combatientes
revolucionarios. Fidel fue conducido, de esa forma, al Vivac y no al cuartel Moncada, como lo había
planeado el chacal Alberto del Río Chaviano. Comenzaba otra fase de la lucha
revolucionaria, la denuncia de los crímenes y la preparación para el juicio que
tuvo su epílogo el 16 de octubre de 1953, cuando Fidel Castro, ante el tribunal
que lo juzgaba, pronunció su alegato conocido como La historia me absolverá,
convertido en programa de la Revolución para la definitiva emancipación del
pueblo.
Desde la capital, el tirano
Batista se complacía en lanzar las más groseras calumnias contra los asaltantes
del 26 de Julio. Pero la verdad se abría paso, pese a la censura de la prensa.
En su discurso de
autodefensa, refiriéndose a estos días sangrientos que siguieron al amanecer
del 26 de julio, afirmaría Fidel: “Multiplicar por diez el crimen del 27 de
noviembre de 1871 y tendréis los crímenes monstruosos y repugnantes del 26, 27,
28 y 29 de julio de 1953 en Oriente. Los hechos están recientes todavía, pero
cuando los años pasen y el cielo de la patria se despeje, cuando los ánimos
exaltados se aquieten y el miedo no turbe los espíritus, se empezará a ver en
toda su espantosa realidad la magnitud de la masacre, y las generaciones
venideras volverán aterrorizadas los ojos hacia ese acto de barbarie sin
precedentes en nuestra historia”.
Pese a aquella feroz matanza,
Fidel reconoció la actitud de muchos militares que supieron
combatir con sentido del honor. “Los que asesinaron a los prisioneros –diría en
La historia me absolverá- no se comportaron como dignos compañeros de los que
murieron. Yo vi muchos soldados combatir con magnífico valor, como aquellos de
la patrulla que dispararon contra nosotros sus ametralladoras en un combate
casi cuerpo a cuerpo o aquel sargento que desafiando la muerte se apoderó de la
alarma para movilizar el campamento. Unos están vivos, me alegro; otros están
muertos: creyeron que cumplían con su deber y eso los hace para mí dignos de
admiración y respeto; sólo siento que hombres valerosos caigan defendiendo una
mala causa. Cuando Cuba sea libre, debe respetar, amparar y ayudar también a
las mujeres y los hijos de los valientes que cayeron frente a nosotros. Ellos
son inocentes de las desgracias de Cuba, ellos son otras tantas víctimas de
esta nefasta situación”.
Los combatientes
revolucionarios caídos o asesinados en aquella gloriosa gesta, están hoy
presentes en la memoria del pueblo. Y en cada aniversario del 26 de julio de
1953, los cubanos sintetizamos el homenaje de todos los días. Porque ellos, con
su valor y altruismo hicieron realidad el postulado de nuestro Himno Nacional
de que ¡Morir por la Patria es vivir!
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