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. Orlando Guevara Núñez
En su demencial odio hacia el pueblo de Cuba, los gobiernos de los Estados Unidos, desde 1959 hasta la fecha, han aplicado las más brutales medidas para pulverizar a la Revolución. Una de éstas es el bloqueo que dura ya más de seis décadas y en los últimos tiempos se ha recrudecido. En realidad, el bloqueo yanqui contra Cuba tiene la misma edad de la Revolución.
Este bloqueo, firmado por el presidente Kennedy el 3 de febrero de 1962, no es, como sus ejecutores han querido presentarlo ante el mundo, una simple negación del gobierno de los Estados Unidos a negociar con Cuba. Ni es tampoco un embargo, pues Cuba no tiene deuda alguna por la que pueda ser embargada. Es en la práctica, un criminal acto de guerra.
El 17 de marzo de 1960, el Consejo Nacional de Seguridad norteamericano aprobó el Programa de Presiones Económicas contra el Régimen de Castro. En ese mismo momento quedó trazado el Programa de Acción Encubierta contra Castro. Las medidas militares, propagandísticas, el apoyo a la creación de una oposición interna, junto a las presiones económicas y los sabotajes, convergían en las criminales intenciones de destruir la Revolución a través de cualquier medio y a cualquier precio.
Un documento oficial norteamericano, en abril del propio 1960, revela las sucias intenciones. “El único medio previsible para enajenar el apoyo interno es a través del desencanto y el desaliento basados en la insatisfacción y las dificultades económicas. Debe utilizarse prontamente cualquier medio concebible para debilitar la vida económica de Cuba. Una línea de acción que tuviera el mayor impacto es negarle dinero y suministros a Cuba para disminuir los salarios reales y monetarios a fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.
Y no hubo medida pensada que quedara sin ejecutar. El 3 de julio de 1960 se redujo la cuota azucarera y en diciembre de igual año se eliminó totalmente para los tres primeros meses de 1961. La estrategia era clara, pues estaba ya concebida la invasión mercenaria de Playa Girón que, según sus cálculos, barrería a la Revolución. Después de eso, no haría falta bloqueo alguno. En su euforia, el 31 de marzo – 18 días antes de esa agresión- se hacía definitiva la supresión de la cuota azucarera.
El 29 de septiembre de 1960 el gobierno norteamericano suspendió las operaciones de la planta de níquel de Nicaro; el 30 de ese mismo mes “recomendó” a los ciudadanos norteamericanos abstenerse de viajar a Cuba, “recomendación” que llega hasta nuestros días. Comenzaron desde entonces las presiones para la eliminación de los créditos bancarios.
El 19 de octubre de 1960 se decretó la prohibición de venta, transferencia o contratación de cualquier barco norteamericano al gobierno de Cuba o a ciudadanos cubanos y se presionó al gobierno de Canadá para que se sumara al bloqueo anticubano.
Esa y otras medidas, acordadas una semana antes en reunión de los subsecretarios de Estado y de Comercio con el presidente, no escondieron sus intenciones más allá de aparentes operaciones comerciales. Las proyecciones del plan fueron interpretadas por ellos mismos: “Contribuirán al creciente descontento y malestar en la Isla, apoyarán a los grupos de oposición que ahora están activos en Cuba y otros lugares”. Esos “otros lugares” podrían haberse definido con solo un nombre más: Estados Unidos.
El 2 de mayo de 1961, en reunión del Grupo de Trabajo del Buró de Inteligencia e Investigaciones del Departamento de Estado y la Oficina Nacional de Estimados de la CIA, analizó hechos estimados y proyecciones sobre la política anticubana.
Todo giró alrededor de cómo privar a Cuba del intercambio con el exterior, piezas de repuesto, materias primas y hasta de técnicos y personal de dirección, así como hacer disminuir los ingresos per cápita y los artículos de consumo, provocando el auge del mercado negro.
Se discutió, además, sobre una campaña de sabotajes “limitados” contra la industria y los servicios.
En el libro Bloqueo el asedio económico más prolongado de la historia, su autor, Andrés Zaldívar Diéguez, cita algunas de las medidas recomendadas por la CIA, en la reunión del 2 de mayo de 1961, para dañar la economía cubana. “La CIA puntualizaba que en dichas acciones podían participar los agentes encubiertos de que disponían en las seis provincias cubanas entonces existentes, además de algunos que pueden ser infiltrados” y que podrían realizar actos de sabotajes.
“Actos individuales de sabotaje son posibles con relativamente pocos hombres y poca cantidad de medios”, planteaba la CIA, asegurando también que existía una capacidad para acciones marítimas que podía desembarcar y enterrar armas y realizar sabotajes sub acuáticos de embarcaciones y otras operaciones. La CIA –se agrega en el texto citado- disponía de una rama aérea (bombarderos B-26 y aeroplanos de transporte C-46 y C-54) que podía utilizarse en golpes contra “objetivos escogidos”, citando entre éstos refinerías, plantas eléctricas y plantas de neumáticos que si resultaban exitosos, podían hacer el efecto de “sabotajes extensivos”.
Fracasada la invasión mercenaria de Playa Girón, hecha trizas en menos de 72 horas por el mismo pueblo al que subestimaban y despreciaban, crecerían las agresiones económicas y en otros campos.
Sólo entre diciembre de 1961 y enero de 1963, como consecuencia del llamado Proyecto Cuba, aprobado por el gobierno de los Estados Unidos en el primer año mencionado, Cuba sufrió 5 780 acciones terroristas, entre éstas 716 sabotajes de envergadura en instalaciones industriales.
Incendio de cañaverales, bombardeo a centrales azucareros, ametrallamiento a industrias importantes, asesinato de obreros y población civil, se sucedían a diario.
El bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos contra Cuba, ha sido acompañado siempre por criminales actos de terrorismo que han costado al país no solo pérdidas materiales, sino también de vidas.
El pueblo cubano, no obstante, ha resistido. La esperada “desilusión” del pueblo, ha sido solo desilusión de sus enemigos. No ha existido actividad, en todas las esferas de la sociedad cubana, que ese bloqueo no se haya hecho sentir con fuerza. Haber resistido y triunfado frente al embate norteamericano es una proeza del pueblo cubano. A esa proeza –para seguir creciendo- no le han faltado ni faltarán nunca el heroísmo, la entrega ni la fidelidad de este pueblo heredero del pensamiento martiano de que los grandes derechos no se compran con lágrimas, sino con sangre, y de la enseñanza fidelista de que nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres y primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie.
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