.Orlando Guevara Núñez
Había transcurrido sólo un año y ocho meses desde el triunfo
revolucionario del Primero de Enero de 1959 en Cuba. Nuestro país estaba
dedicado por entero al trabajo para reconstruir la nación, luego de una lucha
cruenta que costó la vida a 20 000 cubanos. El país había quedado devastado no solo
como consecuencia de la guerra, sino también por el saqueo de la pandilla
batistiana que dejó vacías las arcas del Estado, además de heredar una débil
economía, dominada por los monopolios extranjeros, principalmente de los
Estados Unidos.
Pero el imperio del Norte no estaba dispuesto a permitir que en nuestro
continente existiera un país decidido a
dirigir su propio destino. Ya las agresiones económicas se hacían sentir, al
tiempo que los sabotajes y apoyo a la contrarrevolución, mediante grupos que
impunemente actuaban desde territorio norteamericano, costaban vidas y recursos
al pueblo cubano.
En ese contexto, del 22 al 29 de agosto de 1960, sesionó en San José de
Costa Rica la VII Reunión de Consulta de los Cancilleres de la Organización de
Estados Americanos (OEA) instrumentada
por el gobierno de los Estados Unidos para condenar y aislar a Cuba, como parte
de la preparación del escenario para la agresión – ya programada- que se
produjo el 17 de abril de 1961, mediante la invasión mercenaria de Playa Girón,
con el objetivo de destruir a la Revolución. El infame documento fue aprobado,
con la excepción de los cancilleres de Venezuela y Perú, quienes, además de no
firmar la declaración, renunciaron a sus cargos.
No se equivocó el Comandante en Jefe Fidel Castro cuando ese 2 de
septiembre afirmó, refiriéndose a la reunión anticubana, que “se estaba
afilando allí el puñal que en el corazón de la Patria cubana quiere clavar la
mano criminal del imperialismo yanqui”.
La respuesta del pueblo fue contundente. En la Plaza Cívica de la
capital, un millón de cubanos se reunieron y, en representación de toda la
nación se constituyeron en Asamblea General del Pueblo de Cuba. Nuestro país
levantó su voz no solo en nombre propio, sino también de todos los pueblos de
América.
Y sus pronunciamientos fueron claros, precisos y contundentes.
Esa Asamblea proclamó el derecho de los campesinos a la tierra; del
obrero al fruto de su trabajo; de los niños a la educación; de los enfermos a
la asistencia médica y hospitalaria; de los jóvenes al trabajo; de los
estudiantes a la enseñanza libre, experimental y científica.
Para Cuba y más allá de sus fronteras, la Asamblea General proclamó
también el derecho de los negros y del indio a la dignidad plena del hombre; de
la mujer a la igualdad civil, social y política; del anciano a una vejez
segura; de los intelectuales, artistas y científicos a luchar con sus obras por
un mundo mejor.
Y sumó a sus postulados el derecho de los Estados a nacionalizar los
monopolios imperialistas, rescatando así sus riquezas y recursos nacionales; de
los países al comercio libre con todos los pueblos del mundo y de las naciones
a su plena soberanía.
Otro derecho defendido por el pueblo cubano en aquella histórica
jornada, fue el de los pueblos a convertir sus fortalezas militares en escuelas
y armar a sus obreros, a sus campesinos, a sus estudiantes, a sus
intelectuales, al negro, al indio, a la mujer, al joven, al anciano, a todos
los oprimidos y explotados para que defendieran por sí mismos sus derechos y su
destino.
Aquella gigantesca Asamblea del pueblo, postuló el deber de los
obreros, de los campesinos, de los estudiantes, de los negros, de los indios,
de los jóvenes, de la mujer y de los ancianos, de luchar por sus
reivindicaciones económicas, políticas y sociales, así como también de las
naciones oprimidas y explotadas a luchar por su liberación.
Proclamó, además, el deber de cada pueblo a la solidaridad con todos
los pueblos oprimidos, colonizados, explotados o agredidos, sea cual fuere el
lugar del mundo en que éstos se encuentren y las distancias geográficas que los
separen.
Los cubanos, como respuesta a la declaración de San José de Costa Rica,
que declaraba a Cuba no compatible con el sistema democrático de este
continente y la conminaba a plegarse a los dictámenes del gobierno
norteamericano, no sólo condenamos ese documento dictado por los Estados
Unidos, sino también que denunciamos las intervenciones yanquis contra los
pueblos de México, Nicaragua, Haití, Santo Domingo, Cuba y otros, escudándose
en su superioridad militar, los Tratados desiguales y la sumisión de gobiernos
traidores a sus pueblos. Así, frente al panamericanismo hipócrita en aras del
dominio imperial, Cuba proclamó el latinoamericanismo liberador y solidario.
Uno de los más cínicos argumentos del gobierno de los Estados Unidos,
compartidos por la OEA, para condenar a Cuba, era el peligro que representaban
para este continente las relaciones de nuestro país con los gobiernos de la
Unión Soviética y China. Cuba no sólo no cedió un ápice en sus principios, sino
que fortaleció la amistad con ambos países y, en el caso de la República Popular China, reconoció a ese
gobierno como único representante legal del pueblo chino, quedando de esa forma
establecidas las relaciones que cada día son más fuertes.
Durante los días posteriores a la proclamación de la Declaración de La
Habana, el pueblo, en sus respetivos territorios, en masivas concentraciones, apoyó su contenido y luego firmó el documento
de forma individual. En la entonces provincia de Oriente – actuales provincias
de Santiago de Cuba, Guantánamo, Holguín, Granma y Las Tunas- un millón de
personas participaron en las concentraciones.
La Asamblea General del Pueblo de Cuba, del 2 de septiembre de 1960,
fue una genuina demostración de democracia que rompió esquemas tradicionales.
Sobre ese tema, plantearía el Comandante en Jefe Fidel Castro que la democracia
no puede consistir solo en el ejercicio de un voto electoral, sino en el
derecho de los ciudadanos a decidir su propio destino.
Este 2 de septiembre del 2019, se cumplen 59 años de la Primera
Declaración de La Habana. Las agresiones contra Cuba, provenientes del Norte
revuelto y brutal que nos desprecia, al decir de José Martí, aunque con otro
ropaje, siguen su absurda carrera.
Nuestro país, sin embargo, con su sacrificio, su sudor y su sangre, ha hecho
valer los principios proclamados aquel día. El aislamiento fracasó, el intento
de doblegarnos por el temor, falló; el intento de vencernos por la fuerza, por
hambre y enfermedades, fracasó. Cuba, en esa ocasión, prometió a los pueblos
que no les fallaría, y no les ha fallado.
En ese mismo septiembre, ante la Asamblea General de las Naciones
Unidas, el Comandante en Jefe Fidel Castro proclamó, en nombre de todos los
cubanos, que nuestro país tenía un recurso: resistir cuando la ONU y la OEA no
garantizaran nuestros derechos. Hemos resistido, hemos vencido y seguiremos
venciendo.
Los principios de hace casi seis décadas, proclamados por nuestro
pueblo, mantienen no solo su validez histórica, sino también su plena vigencia
para los tiempos presentes. Y para los que están por venir.
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