lunes, 15 de enero de 2018

Con sus desfachateces, Trump ofende a su propio pueblo




.Orlando Guevara Núñez
Las recientes ofensas del presidente yanqui, Donald Trump, contra los pueblos africanos, Haití, El Salvador y otros, son una clara expresión de racismo y de pensamiento hitleriano. Pero estoy seguro de que el pueblo por él representado no comparte esas cavernícolas ideas.
Por eso cabe afirmar que hablando esos disparates, el magnate presidente está ofendiendo también al pueblo que lo eligió para el cargo que ahora indignamente desempeña.
Nadie tiene derecho y menos hablando en nombre de un país, a ofender de forma tan grosera a otros pueblos. Trump, evidentemente, ha confundido al mundo con una empresa y –para colmo- de su propiedad.
No hay causa justa en el mundo que en su corta trayectoria como presidente, no haya atacado con su estilo de bravucón de barrio. Su lenguaje es el de la amenaza. Ha llegado a expresar su decisión de acabar con el gobierno bolivariano de Venezuela. Ha expresado su intención de barrer de la faz del planeta a Corea del Norte, mientras que otras naciones, como Irán, Nicaragua  y  Bolivia han sufrido también sus embates.
Su insultante actuación  en relación con la ONU como máximo organismo internacional, su anunciado retiro de la UNESCO, su desprecio al esfuerzo de todas las naciones por detener los devastadores perjuicios del cambio climático, su política  aventurera en la península coreana, son evidencia de una concepción no solo equivocada, sino, además, irracional que en nada se corresponde con una visión sobre los problemas más  candentes que hoy vive el planeta que habitamos, donde las guerras y los desastres naturales amenazan la existencia del ser humano como género.
En relación con Cuba, el presidente Trump ha actuado con el mismo desatino, la misma ignorancia y con una cuota no menor de prepotencia. Su propósito es borrar todo el avance logrado entre su país y el nuestro durante el gobierno de Obama. En ese empeño, no ha vacilado en pisotear los derechos de su propio pueblo, prohibiéndole viajar libremente a Cuba, mintiéndole en relación con la seguridad para los turistas aquí.
Y, por complacer a un pequeño grupo de tramposos, encabezados por Marcho Rubio, que ha hecho del odio contra Cuba en fabuloso negocio al cual no está dispuesto a abandonar, lanzó al mundo la mentira sobre los “ataques”  cubanos a la salud  al  personal de su embajada en La Habana, pretexto para reducir aquí sus diplomáticos y expulsar injustamente a representante cubanos en la embajada en Estados Unidos.
La realidad, sin embargo, le demuestra a Trump está dramáticamente solo en su descabellada política contra el heroico pueblo cubano. La votación en la ONU se lo demostró, como igual hizo este foro en el caso del traslado de su embajada en Israel para Jerusalén.
Pero Trump no es creativo ni siquiera para elaborar mentiras, pues su inconsistencia hace que duren menos, como decimos los cubanos, menos que un merengue en la puerta de un colegio.
Lo cierto es que por cada mentira, por cada amenaza, se multiplican las voces que en el mundo lo llaman por su nombre: mentiroso y se suman a las protestas ante su política imperial y chantajista.
Sabemos que millones de norteamericanos desaprueban y rechazan la política de su gobierno sobre estos temas. Con razón, de forma reiterada, las encuestas hablan de significativas bajas en la popularidad de su presidente. Algún día, ese noble pueblo, se alzará también con la justicia.

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