viernes, 11 de agosto de 2017

Para que la prepotencia imperial no desconozca límites




. Orlando Guevara Núñez
La prepotencia del gobierno de los Estados Unidos – y especialmente la de su presidente, Donald Trump- es, sencillamente, descabellada. Se creen los dueños del mundo. Para ellos, todos quienes  no piensen  y actúen en correspondencia con su fórmula imperial, deben ser castigados o desaparecidos.
En nombre de la democracia de la que ellos mismos carecen, y de los derechos humanos que son los mayores violadores, intervienen en otros pueblos, los agreden, los calumnian, apoyan contra éstos el terrorismo y la subversión.
No hay gobierno progresista en el mundo que no esté sujeto a sus embates. Ni gobierno opresor que no cuente con su apoyo.
Cuando no tienen argumentos para la agresión, los inventan de la forma más brutal, descarada y carente de ética. Siempre, junto al crimen, la mentira.
El pueblo de los Estados Unidos es una víctima de esa sucia política. Los medios de comunicación, que debían servir para su educación y cultura, tienen la misión de embrutecerlo, de engañarlo, de conseguir su respaldo para las causas más innobles contra otros pueblos.
Está comprobado que solo los gobiernos y pueblos decididos a defender su soberanía hasta con su propia vida, enfrentar al imperio y hacerle pagar bien cara su osadía, han sobrevivido a sus pretensiones.
Hay un dicho popular cubano afirmador de que “ el puerco sabe en el palo que se rasca”. El presidente Trump, en recientes declaraciones, amenazó con la posibilidad de hacer desaparecer a Corea del Norte. Pero pronto sus mismos colaboradores salieron aclarando esa estúpida afirmación, reconociendo que esa confrontación sería, sencillamente, catastrófica.
Solo que, en este caso, la catástrofe sería no solo para el pueblo agredido. Lo sería también para la potencia agresora. Las amenazas a potencias como Rusia y China, no sobrepasan el límite de la retórica. La certeza de que también pueden recibir, es lo único que frena su obsesión de dar.
En este momento, respaldan  todo cuanto vaya  en  contra de la decisión soberana del gobierno, el pueblo y la Asamblea Constituyente de Venezuela, ejerciendo su derecho de elegir el sistema que desean y defienden. No importan los medios, por criminales que sean; no importa las vidas que se pierdan, la sangre que se derrame.
Así ha sido contra Cuba durante más de medio siglo. Las agresiones y sabotajes han costado al pueblo cubano más de 3 400 vidas, centenares de heridos, entre ellos más de 2000 incapacitados permanentes. Miles de millones de pesos en recursos destruidos.
Solo que aquí, la prepotencia imperial se ha estrellado contra la voluntad de un pueblo, la capacidad y firmeza de sus dirigentes y la decisión colectiva de morir de pie antes que vivir de rodillas. Esa es la lección de la historia. Es la que nos legó el Comandante en Jefe Fidel Castro, cuando dijo que vivimos en un país libre que nos legaron nuestros padres y primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie.
Ahora, el presidente norteamericano, en descreditado maridaje con la mafia contrarrevolucionaria miamense, se ha propuesto revertir los avances logrados en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos durante el anterior gobierno. Lo que no sabe el improvisado mandatario, es que para los cubanos, él es solo uno de la decena de antecesores que han pasado al basurero de la historia, sin lograr sus sueños de destruirnos.
Por el contrario, la Revolución cubana es hoy más fuerte, goza de un mayor reconocimiento y prestigio en el mundo.  Y tiene la convicción de que en cada intento de rascarse en nuestro palo, los aguijonazos serán los encargados de ahuyentarlo. Para que la prepotencia imperial no desconozca límites.

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