.Orlando Guevara Núñez
Hace pocas
horas, visité la tumba de Fidel. Dista, desde mi casa, a unos cinco minutoa caminando. La presencia de personas era
impresionante. Cubanos y extranjeros se unían en el homenaje. Cada uno, con una
flor en la mano. Frente a la piedra que atesora las cenizas del siempre
Comandante en Jefe cubano, no se percibía duelo por su muerte, sino alegría por
su inextinguible vida.
Allí, dentro de aquella bóveda original, no imaginé
cenizas. A mi mente acudieron las imágenes del Fidel combatiente, con su
uniforme verde olivo, su charretera de Comandante en Jefe. Lo imaginé con sus
pasos largos y firmes, conversando con
el pueblo. Sentí, desde una tribuna, su voz apasionada proclamando principio,
emanando dignidad, esparciendo solidaridad, fustigando injusticias, convocando
al trabajo.
Allí al lado del Héroe Nacional cubano, José Martí.
Junto al Mausoleo que guarda los restos de otros 41 moncadistas; y del Panteón
a los caídos por la defensa, escoltado también por los mártires del Ejército
Rebelde y la Lucha Clandestina.
Allí como mensaje perenne, su concepto de
Revolución, con vigencia para todos los tiempos.
Salí de allí con la convicción reforzada de que Fidel está vivo.
De regreso a mi casa, la televisión trasmitía el
documental de Estela Bravo: Fidel, la historia no contada. Mi convicción se
siguió reforzando.
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