.Orlando Guevara Núñez
Algunos presidentes latinoamericanos, cipayos del gobierno de Estados Unidos, para complacer a
su amo, no han perdido tiempo para declarar que no reconocerán la Asamblea
Constituyente que, en pleno ejercicio de su soberanía, escogió el hermano
pueblo de Venezuela.
El mandatario colombiano es uno de ellos. Además de
traición, es un acto desagradecido, pues fue Venezuela uno de los países que en
mucho contribuyó a que en Colombia se concertaran los acuerdos de paz, después
de más de medio siglo de conflicto armado.
Pero lo más llamativo es que un país con tantos
conflictos internos, con tanta falta de democracia, con tantas violaciones de
los derechos humanos, como Colombia, interfiera en los asuntos de un país
fronterizo, agredido por fuerzas externas e internas que pretenden revertir los
beneficios populares de la revolución bolivariana.
Es curioso que casi junto a esas declaraciones se
hayan dado a conocer algunos datos sobre
Colombia que se supone debían ocupar de forma preferencial toda la atención de
su presidente, en lugar de desviar su atención hacia los problemas fuera de sus
fronteras.
Por ejemplo, está en proceso un acuerdo de paz y se
acaba de aprobar un presupuesto militar incrementado en un 8 % en relación con
el anterior. Es decir, más gastos militares en la paz que durante la guerra. Al
mismo tiempo el presupuesto dedicado a la inclusión social es inferior en un 16
%, lo que hará más precarios los servicios de salud, educación, vivienda y
otros para la población. Todo lo contrario de lo que sucede en Venezuela.
Un país donde la fuerza pública duplica a la
cantidad de docentes. El propio acuerdo de paz está teniendo escollos,
derivados del incumplimiento gubernamental sobre temas medulares discutidos y
aprobados en La Habana con el mando insurrecto.
Ahí está, en
espera de las decisiones acordadas, el grave problema de la injusticia en
tenencia de la tierra; ahí esperan por su libertad unos 1 500 guerrilleros que
permanecen detenidos, porque algunos jueces, erigidos sobre el poder del
Congreso, han decidido no autorizar la liberación; ahí están los 15 000 expedientes sin procesar para frenar el
paramilitarismo en Colombia.
Incluso, ahí están los nueve guerrilleros y dos
familias de ellos asesinados después de los acuerdos de paz, más las amenazas
de asesinatos contra los jefes de las ya desarmadas guerrillas.
Ahí están los cientos de asesinatos, el flagelo de
las drogas, los millones de desplazados por la guerra, gran parte de ellos
acogidos generosamente por el gobierno y el pueblo de Venezuela.
Este, a grandes rasgos, es el caso de Colombia,
donde el capitalismo salvaje hace que los grandes beneficios recibidos por el
pueblo en Venezuela, sean solo una quimera para los colombianos. Pero la
estrategia norteamericana necesita de cómplices que justifiquen el crimen
puesto en práctica contra una nación soberana que ha escogido su propio camino
y está dispuesta a recorrerlo al precio que le imponga el enemigo, por costoso
que sea.
El Héroe Nacional cubano, José Martí, afirmó
que quienes no tienen valor para
sacrificarse, debieran tener, al menos, el pudor de callarse ante quienes se
sacrifican. Así, el presidente colombiano y otros de su mismo coro, si no
tienen el valor que ha tenido el gobierno de Venezuela para defender los
derechos populares, harían mejor en
cerrar su boca ante los acontecimientos que protagoniza el pueblo bolivariano.
Trump y sus secuaces, incluidos Almagro y su
pandilla, seguirán aportando las amenazas, las mentiras, el crimen y la
traición; Venezuela, la dignidad y el decoro. A Trump y comparsa les está reservada la derrota; al pueblo
venezolano, le corresponderá siempre la victoria.
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