.Orlando Guevara Núñez
El 15 de marzo de 1878, la Protesta de Baraguá, protagonizada por el
Titán de Bronce, Antonio Maceo, y un grupo de patriotas mambises, proclamó
frente al gobierno colonial español que los cubanos no aceptaban la paz sin
independencia y sin la abolición de la esclavitud, objetivos por los cuales
habían luchado en la manigua durante diez años, en las más difíciles
condiciones.
El vergonzoso Pacto del Zanjón había desmovilizado a una parte
importante de las fuerzas insurrectas. Algunos cansados de la lucha. Otros,
arrastrados por las promesas de una paz
que salvaría el abismo existente entre la España colonial y la Cuba colonizada.
Muchos depusieron las armas arrastrados por sus jefes. La falta de unidad fue
un factor determinante para que Arsenio Martínez Campos, general español,
obtuviera con esa paz lo que no hubiese podido lograr con la guerra.
Pero cuando parecía ya extinguida la llama de la rebeldía, se yergue en
Baraguá el gesto maceísta, calificado por José Martí, como “de lo más glorioso
de nuestra historia”. Frente a la claudicación zanjonera, Antonio Maceo y otros
prestigiosos jefes mantenían viva esa llama y expresaban su decisión de
continuar peleando.
España, sin embargo, sabiéndose incapaz de proseguir con éxito la
guerra, se aferraba a las gestiones de pacificación. Conversaciones con los
jefes acogidos a la rendición, propuesta de recuperación de los bienes
incautados por el poder colonial a los insurrectos, trato diferente a los prisioneros y sus
familiares, además de la orientación a sus tropas de no responder a los ataques
mambises, formaron parte de esa
política.
Los combatientes del Ejército
Libertador Cubano, mientras tanto, luchaban en las peores condiciones, carentes
de armas, municiones y alimentos, al tiempo que debían enfrentarse a fuerzas
superiores que habían quedado sin enemigos en otras partes del territorio
cubano. Combatieron, sin embargo, hasta que las condiciones les mostraron el
camino no de una claudicación, sino de una necesaria tregua para reiniciar la
contienda independentista. Así, el patriotismo de Baraguá suplantaba para
siempre la indignidad del Zanjón. Comenzaba entonces, al decir de José Martí,
la tregua fecunda durante la cual se prepararía la guerra necesaria iniciada 17
años después, el 24 de febrero de 1895.
El 22 de octubre de ese mismo año, como hermoso simbolismo, desde el
mismo Mangos de Baraguá, escenario de la Protesta, partiría la invasión hacia Occidente, bajo la jefatura
de Antonio Maceo, con el objetivo de extender la guerra a todo el territorio
nacional y destruir las riquezas que servían de sostén al poder colonial.
La grandeza del General Antonio, forjada en el crisol de los combates y
la altura de su pensamiento político, alcanzó con ese hecho militar un sitial
cimero. Compartida con el Generalísimo Máximo Gómez Báez, dominicano- cubano, la
gesta invasora ha sido calificada dentro y fuera de Cuba como una de las
hazañas militares más brillantes de su tiempo.
Esta vez, España no podría resistir. La lucha del Ejército Libertador Cubano había quebrantado
el poderío militar y económico colonial, cuya fuerza política y moral, también desmoronada, la conducía a una inminente
derrota. Pero aquella gesta no concluyó tampoco con la victoria cubana.
José Martí, máximo jefe de la guerra, había caído en combate en Dos
Ríos, el 19 de mayo de 1895. Antonio Maceo, luego de cumplir los objetivos de
la invasión y llevarla hasta su final, caería también el 7 de diciembre de
1896. El escenario estaba listo para
la intervención norteamericana de
1898, mediante la cual el gobierno de ese país cumpliría su añejo apetito de
anexión. Tras esa contienda, calificada por Lenin como la primera guerra
imperialista en la historia de la humanidad, Cuba pasaba, de colonia de España,
a neocolonia de los Estados Unidos.
Tendrían que pasar 60 años para que el Ejército Rebelde, fundado,
dirigido y conducido a la victoria por el Comandante en Jefe Fidel Castro,
hiciera realidad los sueños independentistas por los cuales lucharon los
mambises durante 30 años. Sólo la Revolución triunfante de enero de 1959,
dignificó con su obra las ideas y la verticalidad del principal héroe de
Baraguá, que hoy trascienden su época y se insertan en la nuestra con fuerza de
presencia.
Por eso, el 19 de febrero del 2000, el escenario de la Protesta y del
inicio de la Invasión hacia Occidente, lo fue también de otro hecho inspirado
en el viril legado maceísta: El Juramento de Baraguá.
La unidad como arma principal de la victoria; la decisión de no concertar
nunca pactos indignos con el enemigo, no rendirnos ni cansarnos en la lucha;
defender la obra conquistada al precio de nuestra propia existencia; hacer que
un ataque a nuestro suelo tenga un
precio impagable para el agresor, sin otra suerte para él que la expulsión tras
un largo combate sin tregua y sin calma; mantener nuestra soberanía frente a
todos los intentos anexionistas. Acrecentar
nuestra Batalla de Ideas. Baraguá siempre como bandera y escudo. Juramento
de revolucionarios. Juramento de pueblo.
Así, en este nuevo aniversario de aquella Protesta, Cuba, con la frente
cada día más alta, puede suscribir con Antonio Maceo, no sólo el No nos
entendemos del 15 de marzo de 1878, al reafirmarle a Martínez Campos que no
aceptaba el pacto vergonzoso, sino también sus últimas palabras, durante el
holocausto de San Pedro, el 7 de diciembre de 1896: ¡Esto va bien!
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