.Orlando Guevara Núñez
A
Bartolo lo conocí ya alrededor de
septiembre de 1976, después de varios meses de estancia en Angola.
Tanto
su Unidad como la mía, habían regresado a Cuba y nosotros permanecíamos allá,
en el cumplimiento de otras misiones. Procedíamos de distintos Frentes, pero
ahora formábamos parte de una Compañía recién creada en la capital angolana.
Bartola
era una magnífico combatiente, dispuesto siembre para las misiones de mayor peligro. Pero en los momentos de
calma, sobre todo durante las noches, se obsesionaba con el recuerdo de sus
hijos y demás seres queridos.
Militante
del Partido Comunista de Cuba, había sido seleccionado secretario de educación
del núcleo de la Compañía, del cual era yo el secretario general, tarea que
compartí algún tiempo con la de Político.
Una
madrugada, alrededor de la 1:30, Bartolo fue hasta mi litera y me despertó. De
momento pensé en la existencia de algún problema, pero su insólita petición
despejó lo que pasaba.
- Político,
¡deme una charla, cáguese en mi madre! pero necesito que me diga algo, porque
no puedo dormir. Tengo a los muchachos metidos en la cabeza…
Y
accedí a la petición de levantarme y cumplir solo en parte su sugerencia.
Juntos nos fuimos para una inmensa nave que servía de parque para el transporte
de la Compañía. Ni de hijos, ni de esposas, ni de familiares hablamos.
-
¿Cómo ves el estado anímico de los combatientes? le pregunté luego de estar
sentados sobre un muro.
- La
gente está respondiendo bien. Fíjese que hasta Pedro y Antúnez, que eran los
más “repinchaos”, están participando en todo. Aquí no hay nadie malo, lo que
pasa es que hay gente que necesita que la empujen para avanzar.
-Mañana
corresponde la selección de los Destacados de la semana. Va a ser un día duro,
porque también debemos reunirnos los comunistas. Creo que vas a tener que
ayudarme un poco, por lo menos en el matutino. ¿Te enteraste ya de la “zumba” a
la gente de la UNITA? ¡Se la están sintiendo!
Y
conversamos sobre muchos temas. Uno de ellos, el contenido del matutino que
dentro de pocas horas se realizaría. Y Bartolo aprobó la propuesta:
-
Está bien, voy a dar el matutino…
Regresamos
al dormitorio al filo de las 3:00 de la
madrugada. Por la mañana, ante la Compañía formada, Bartolo se dirigió a los
combatientes y abordó el principal tema acordado.
-
Nuestra disciplina en general es buena – afirmó- pero se necesita que sea
mejor. Hace falta más organización en los albergues y cuidar más el porte y
aspecto. Sobre la disposición combativa no es necesario hablar mucho, porque
hasta ahora nadie ha tenido problemas. Así es como debemos seguir.
Se
notaba concentrado en lo que decía. Y yo sabía que estaba hablando con el alma,
con el ardor y la honestidad que lo caracterizaban. Y abordó el último tema
acordado para ese día.
- Muchos
compañeros preguntan todos los días: ¿Cuándo nos vamos? Nosotros no sabemos
cuándo nos vamos. Todos tenemos deseos de regresar a Cuba. ¡Yo estoy loco por
ese momento! Pero estaremos aquí hasta que nuestro Partido, nuestro Gobierno y
nuestro Comandante en Jefe lo estimen necesario.
Y
la disertación se convirtió en arenga.
-
Compañeros, sea cual sea el tiempo que estemos aquí y ante las dificultades que
se presenten, ¡tenemos que saber cumplir! para que cuando llegue el día del
regreso lo hagamos con la frente en alto. ¡Nadie puede fallar! ¡Nadie!
Al
terminar su intervención, Bartolo se situó a mi lado y casi con un susurro me
preguntó:
-
¿Lo hice bien, Político?
Evadí
la pregunta y le contesté con otra:
-
Por fin, ¿lograste dormir anoche?
Me
contestó que sí. Después hablamos sobre su querida vieja, pero desde un ángulo
muy distinto al que él me había solicitado la noche anterior. Habíamos asistido
a un matutino medicinal.
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