miércoles, 7 de abril de 2021

Las Asambleas de Obreros Ejemplares


   .Orlando Guevara Núñez

 Haciendo un recuento de lo que cada paso del proceso de reestructuración de las ORI y construcción del PURSC significó tanto desde el punto de vista histórico como para quienes participamos en esa tarea, he considerado necesario enfatizar el importante papel desempeñado por las asambleas de obreros ejemplares.

   Ellas fueron no sólo la vía idónea y revolucionaria para extraer de las masas a los hombres y mujeres más destacados y de mayor prestigio; sirvieron también como magnífico instrumento para la educación político ideológica de los trabajadores y aún más de aquellos que desde entonces se trazaron la meta de ingresar algún día a las filas de los comunistas cubanos.

   Las asambleas de obreros ejemplares contribuyeron decisivamente a que nuestros trabajadores comprendieran con mayor nitidez las abismales diferencias entre un Partido cuyos militantes eran seleccionados “de dedo” y actuaban a espaldas de ellos, y el Partido que ahora surgía del seno de las masas. Y  también a que esos trabajadores y todo nuestro pueblo valoraran la diferencia -igualmente abismal- entre los elementos oportunistas que habían escalado posiciones a costa del prestigio de la Revolución, y los abnegados revolucionarios que ahora ingresaban al PURSC. Pensamos que también fueron decisivas para llevar a la conciencia de todos, que en ese Partido sólo podían tener cabida quienes estuvieran dispuestos a hacer los mayores sacrificios, sin pensar en retribución material de ninguna índole.

   Es insoslayable apuntar, además, que las asambleas de obreros ejemplares constituyeron una magnífica escuela para todos los integrantes de las Comisiones, formadas en su inmensa mayoría por jóvenes sin experiencias de dirección política ni administrativa.

   Allí tuvimos la oportunidad de foguearnos en las discusiones directas con las masas. En cada una de éstas aprendíamos nuevas cosas sobre los problemas que afectaban a los trabajadores y a la sociedad. Palpábamos cómo se entendían o no en cada lugar las orientaciones de la Revolución, diferenciando lo que se originaba por limitaciones objetivas y lo que obedecía a deficiencias.

   En cada reunión de ese tipo con las masas, aprendíamos algo de mucho valor para los revolucionarios: el principio de la crítica y la autocrítica. Y también sobre la valentía política, imprescindible en todo aquel que represente en algo al pueblo.

   Antes de adoptar la decisión de realizar una asamblea de obreros ejemplares en un centro, se hacía un minucioso estudio en él, para determinar si tenía las condiciones necesarias. Se valoraba la situación política existente, el número de milicianos, el trabajo sindical y se conocía sobre la presencia o no de los núcleos o miembros de las ORI.

   Cada asamblea comenzaba con la explicación sobre la necesidad de erradicar el dañino sectarismo criticado por Fidel y aplicar una nueva línea cuyo fundamento esencial era el criterio de las masas para seleccionar la cantera del Partido. El énfasis principal se ponía en explicar, con lujo de detalles, los requisitos que debía reunir un trabajador para ser propuesto y seleccionado como ejemplar, así como la responsabilidad de todos los presentes en velar por la calidad y el prestigio del Partido.

   Después, los trabajadores tomaban la palabra y comenzaban las proposiciones de los candidatos a ejemplares, argumentándose, en cada caso,  por qué se proponían. Abierta la discusión, se realizaba un exhaustivo análisis sobre cada propuesto, quien debía emitir su criterio y estar de acuerdo con la proposición. Si él declinaba, se pasaba a otro caso.

   Los compañeros que dirigíamos las asambleas no teníamos escrita ninguna guía que sirviera de pauta para la discusión, pero sí sabíamos lo que en cada momento y caso debíamos esclarecer o introducir en el análisis. De las intervenciones y argumentos expuestos por los trabajadores iban surgiendo, en forma de diálogo, las preguntas. Todas las interrogantes estaban encaminadas a comprobar si los propuestos reunían en realidad los requisitos para nutrir la cantera del Partido.

   Indagábamos sobre la actitud ante la tiranía, porque haber pertenecido a ésta o cooperado era un invalidante de peso. También era objeto de análisis la posición mantenida ante la farsa electoral del 3 de noviembre de 1958.  En los primeros años de la construcción del Partido, haber votado  o entregado la cédula en aquellas fraudulentas elecciones, era otro factor excluyente para el ingreso. Entre esas limitaciones estaba también la de haber sido mujalista,  es decir, haberse sumado a los falsos líderes obreros que le hacían el juego a la dictadura, traicionando los verdaderos intereses de los trabajadores.

   Después, en 1968, ese factor dejó de tomarse en cuenta- el del voto- no por considerarlo injusto, sino porque luego de diez años, muchos de los que habían votado tenían en su haber una historia nueva, avalada por el trabajo revolucionario y el combate en defensa de la Revolución. En 1962 y los años posteriores, esa medida contribuyó a preservar la pureza del Partido, porque a finales de 1958 se había agudizado la  lucha contra la tiranía tambaleante, mientras que el Ejército Rebelde orientaba no hacerle el  juego a los politiqueros que pretendían engañar al pueblo y darle una imagen legal a su corrompido sistema.

   Pero el tema principal sobre el cual giraba el análisis era el de la actitud ante el trabajo. Un obrero ejemplar tenía que ser de los más destacados en su labor, en el cuido de los equipos, en el aumento de la productividad, el cumplimiento de las normas, en la defensa de los bienes del pueblo, en la lucha contra el ausentismo, en el trabajo voluntario. De la misma forma se discutía  la actitud ante la defensa, la superación, la integración de la mujer al trabajo, ante las bolas contrarrevolucionarias y los vicios del pasado.

   Cuando de ejemplaridad ante el trabajo se hablaba, el propuesto tenía que estar realmente en la punta de vanguardia. Resultaba seleccionado no quien era igual a los demás, sino el mejor, el que se distinguía por llegar primero y ser último en irse; el que sus resultados eran reconocidos por todos, cumplía y sobre cumplía su norma, a lo cual sumaba la cualidad de ayudar a los demás compañeros.

Entre los aspectos debatidos estaba también el de las creencias religiosas.  En esa etapa, caracterizada por una fuerte lucha de clases, muchas instituciones religiosas habían adoptado una política contraria al proceso revolucionario y trataban de combatir a la Revolución tomando como bandera una supuesta persecución religiosa que nunca existió. Ante ese fenómeno, planteábamos que en Cuba se podía creer  y militar en cualquier religión, pero nunca tomar las creencias como un manto para encubrir a la contrarrevolución, pues cuando eso sucediera no vacilaríamos en combatirlos  no  como religiosos, sino como contrarrevolucionarios. Se dieron muchos casos de magníficos compañeros  propuestos que no quisieron ser analizados por tener esas creencias. Por  nuestra parte, tampoco admitíamos la selección de una persona como ejemplar si las profesaba. El ingreso de los religiosos al Partido tendría que esperar un largo proceso de consolidación de la Revolución, y lo considero una expresión de la fortaleza política e ideológica de nuestro pueblo y de su unidad indestructible.

   El obrero ejemplar tenía que serlo también en su conducta social y por eso analizábamos otros aspectos que servían para poner al descubierto los méritos y defectos de los propuestos.

   Discutíamos abiertamente cómo el  candidato a ejemplar atendía a su familia, teniendo en cuenta que era ése un deber insoslayable de un comunista. La polémica incursionaba sobre la influencia de los vicios del pasado, como el juego de gallos, de bolita, de dados y otros que en el capitalismo servían de lucro hasta a las propias autoridades, pero eran ajenas totalmente al socialismo, donde deben ser el trabajo y la procedencia honesta la fuente de todo bien que se reciba.

   A veces las discusiones llegaban a un punto en que cosas de  peso quedaban sin       una claridad convincente, pues se trataba de compañeros que no eran de la zona o

(29)   En esos primeros años, profesar ideas religiosas era un invalidante para el ingreso al Partido

 

llevaban muy poco tiempo en los centros donde habían sido propuestos. En algunos de esos casos, la Comisión planteaba no continuar el análisis, aunque sin cerrarles el paso a esos compañeros en futuros procesos.

    De cada asamblea de obreros ejemplares aprendíamos aún después de realizada. Cada una de ellas era objeto posteriormente de un riguroso análisis. Se debatía si había sido dirigida bien, si los resultados se consideraban buenos o malos, al tiempo que se hacía una apreciación sobre si la cantidad y calidad de los obreros ejemplares seleccionados auguraban o no la constitución de un Núcleo del Partido en el centro.

   Observando el desarrollo de esas asambleas, los integrantes de las comisiones,  de nueva promoción, iban adquiriendo experiencias que enriquecían con los debates y dirigiéndolas después. Fueron, en realidad, una formidable escuela.

En el diálogo abierto y constante con las masas, penetrábamos cada día más en los problemas, y  este  nos obligaba a aprender, a estudiar, a investigar, a ser más profundos, porque en las asambleas de obreros ejemplares se discutían los problemas más relevantes de la época. Para seleccionar a un obrero ejemplar había que analizar su posición ante cada hecho y eso equivalía a juzgar también los hechos.

   No debemos olvidar que los años 1962-1963 -etapa en la cual se enmarcó el primer proceso de construcción del PURSC-  fueron años muy duros y peligrosos para la Revolución. Y no sólo por el sectarismo y su nociva secuela, sino, esencialmente, por las grandes limitaciones de recursos, la situación difícil de los abastecimientos, a lo cual se sumaban las amenazas y agresiones del imperialismo y de la reacción interna. Las campañas contra el comunismo eran violentas  y había que luchar con agudeza contra ellas, tanto en el plano interno como externo.

   Ahora, para los cubanos, resultarían risibles muchas de las patrañas difundidas por los enemigos de la Revolución con el fin de derrotarla, pero en aquellos tiempos eran algo muy serio, desmentido, más que con palabras, con los propios hechos. Se hablaba de que el comunismo lo comunizaba todo por la fuerza: la tierra, los animales, las casas y hasta las mujeres. Se lanzó la criminal mentira sobre la Patria Potestad, argumentando que los padres perderían el derecho sobre sus hijos. Y una poderosa y artera calumnia planteaba que el comunismo no permitía las creencias religiosas, que las iglesias serían cerradas y perseguidos los creyentes.

   El argumento principal del cual estábamos armados, era la propia obra de la Revolución, pese a que para esa fecha no estaba tan desarrollada, era sólo un embrión. Y otro,  la ilimitada confianza en la dirección de la  Revolución y la convicción de que tendríamos lo que fuésemos capaces de construir con nuestro propio trabajo.

   Todo eso se debatía y era preciso estar preparados. A veces se hacía más difícil desenmascarar a un oportunista que a un contrarrevolucionario y había que saber defender a la Revolución y protegerla de cualquier desviación que pudiera lesionar su marcha y prestigio.

   Ha pasado ya  medio siglo  y las asambleas de obreros ejemplares siguen formando parte esencial de las vías para el ingreso al Partido Comunista de Cuba. Su papel está llamado a continuar fortaleciéndose, en el sentido de que su realización y el diálogo con las masas no se convierta nunca en un paso formal donde se pierdan la frescura, el espíritu crítico y autocrítico y la conciencia individual y colectiva de que todos tenemos la obligación de contribuir a la calidad de nuestro máximo organismo dirigente, partiendo, en primer lugar, de la calidad de quienes lo integran.

   A esas asambleas, los integrantes de las comisiones no fuimos nunca a defender casos, ni  con juicios prefabricados sobre una persona. Confiamos plenamente en la capacidad de las masas para proponer y seleccionar a los mejores. Lo demás, lo dirían los restantes pasos del proceso. Siendo así, se promovía la discusión más amplia, se les preguntaba a los participantes. Las asambleas de obreros ejemplares, en conclusión, no eran para que las masas aprobaran a alguien, eran para que lo analizaran, seleccionaran o rechazaran.

   Algún tiempo después, el proceso de ingreso al Partido pasó a ser responsabilidad directa de los Núcleos, no de comisiones profesionales, medida lógica, en correspondencia con el desarrollo de la organización. Sin embargo, en disímiles ocasiones, hemos visto casos en los cuales la presión de los organismos inmediato superiores por cumplir metas de crecimiento y la tendencia a criticar a los Núcleos cuando han hecho una propuesta y ésta ha sido objetada  o al  final el procesado no ingresa, le han restado a las asambleas de obreros ejemplares su esencia crítica y autocrítica.

   Los análisis eran rigurosos y cada paso era una verdadera prueba de fuego para los seleccionados como obreros ejemplares y los miembros de las ORI  analizados. Porque una cosa estaba muy clara: para  ser seleccionado como cantera y ganar la militancia en el Partido, no bastaba con ser una persona buena y honesta. Había que ser revolucionario de vanguardia. O lo que es lo mismo: se trataba no sólo de buscar algo que le impidiera a alguien ser militante del PURSC; lo que se buscaba era, sobre todo, las cosas que avalaran sus cualidades.

   Mucha gente sin tacha desde el punto de vista personal y social, no se destacaba en la lucha. Y como el papel de los militantes lo concebíamos no por ser una buena gente, sino por unir a esa cualidad, la de ser un destacado constructor y defensor de la Revolución, algunos buenos no obtenían la militancia.

   Claro que también cometimos algunos errores por suerte atajados a tiempo. Estaban los llamados problemas morales. Y hubo ocasiones en que algunos compañeros - y sobre todo compañeras- fueron víctimas de concepciones erróneas en ese sentido. Más claramente: habían sido y eran destacados combatientes de la Revolución, pero se les medía con un peso mayor algún desliz extraconyugal o simplemente relaciones no legalizadas y eso bastaba para excluirlos como militantes. En esos casos, las mujeres eran más afectadas que los hombres, porque la discriminación se acentuaba más en ellas.  Pienso que ese mal aún sigue teniendo a la mujer como mayor perdedora.

 

 

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