martes, 20 de abril de 2021

20 de abril de 1956, los dos primeros combatientes clandestinos caídos en las calles de Santiago de Cuba

  .Orlando Guevara Núñez

El 20 de abril de 1956, un hecho marcaría la historia insurreccional de Santiago de Cuba, cuando dos de sus jóvenes combatientes clandestinos, Orlando Carvajal Colás y Carlos Díaz Fontaine, luego de resultar heridos, fueron asesinados por la jauría batistiana.

El día anterior, debía celebrarse juicio contra dos estudiantes presos, acusados de traslado de armas insurrectas. Ellos fueron Andrés Filiú Savigne y Eduardo Sorribes Pagán. Tal proceso había sido suspendido con anterioridad y, en esta ocasión, los estudiantes se personaron en la Audiencia santiaguera para respaldar a sus compañeros.
Pero el llamado Chacal de Oriente, Alberto del Río Chaviano, jefe de la plaza militar de la ciudad, había dado la orden al jefe de la Policía, Bonifacio Haza Grasso- el padre del violinista de Trump- otro asesino, de atacar con plomo a los estudiantes. Y el esbirro cumplió.
Así, el 19 de abril, cuando los manifestantes llegaron a la Audiencia exigiendo la libertad de los detenidos, fueron brutalmente atacados. Los matones de la Policía y el Ejército, hirieron a 17 estudiantes, cuatro de gravedad, al tiempo que cerca de un centenar fueron detenidos. Santiago de Cuba vibró de indignación. En la capital cubana, los estudiantes universitarios, encabezados por José Antonio Echeverría, su presidente, se solidarizaron con los santiagueros.
Ante tal vandalismo, el máximo jefe clandestino en Santiago de Cuba, Frank País García, decidió lavar la afrenta. Organizó a un grupo de jóvenes integrantes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio que, en la noche del 20 de abril, en tres comandos de cuatro combatientes, salieron a la calle, a combatir al enemigo. Bajo las balas justicieras, tres esbirros pagaron con su vida la sangre vertida por los estudiantes.
El propio Frank fue al frente de uno de los grupos. Pero uno de los comandos, al explotarse un neumático del auto que tripulaban, quedó en plena calle y fue cercado. Tres combatientes resultaron heridos y dos de ellos, Carlos Díaz Fontaine y Orlando Carvajal Colás, luego de pelear con bravura, fueron hechos prisioneros y llevados hacia el Hospital Militar, no para curarlos, pues allí fueron bárbaramente torturados con el fin de obtener información sobre el resto de los atacantes. Ellos, con dignidad, cumplieron la orden de Frank País, de que si alguien caía prisionero no podía hablar. Y fueron asesinados. El otro herido, José Cala Benavides, logró evadir el cerco de fuego.
Esta acción se realizó en el mismo momento en que Chaviano y su jauría celebraban el “triunfo” de la represión contra los estudiantes. Y Haza acababa de alzar su copa: “Brindemos por la mano fuerte del general Batista en Oriente, por nuestro querido coronel y futuro general Alberto del Río Chaviano”. Después, ante la respuesta revolucionaria, el chacal acusaría a los revolucionarios de “pandilleros” y afirmó haber recibido instrucciones del Jefe del Estado Mayor del Ejército, Francisco Tabernilla, por órdenes expresas del “honorable” presidente, Fulgencio Batista, para “mantener el orden”. En otras palabras, incrementar la represión.
A esa infamia respondió también Frank País: “Nosotros atacamos hombres armados y de frente, no personas indefensas, ni heridas (...) Y sépanlo, Chaviano, Haza o Lavastida: no permitiremos un abuso más, un atropello más, una violación más (...) Díaz y Carvajal no fueron los únicos dispuestos a morir. Hay miles. Oigan bien, miles de hombres dispuestos a morir para acabar con esta dictadura, y no esperaremos la hora cero para ofrendar nuestras vidas, como no esperaremos la hora cero para cobrar nuestras cuentas”.
El estudiantado santiaguero no se amedrentó con la represión. Continuó luchando. Luego, el propio Frank País caería asesinado. Entre sus asesinos estaría Bonifacio Haza Grasso, el mismo que cuando el triunfo de la Revolución se colgó un brazalete rojinegro del Movimiento Revolucionario 26 de Julio y creyó quedar impune, hasta que la justicia revolucionaria lo condenó, por sus crímenes, al paredón de fusilamiento. Desde entonces pasó a ser, para el gobierno norteamericano, desde Eisenhower hasta hoy, uno de sus “héroes” en Cuba.

 

 

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