jueves, 23 de agosto de 2018

Presentes la rebeldía y la dignidad de Quintín




.Orlando Guevara Núñez



Quintín, con tu nombre es posible tomar a  La Habana. Esa aseveración surgida de los labios de Antonio Maceo Grajales, basta para comprender la dimensión del héroe mambí, nacido en Santiago de Cuba el 30 de octubre de 1834 y asesinado el 23 de agosto de 1906 por agentes del gobierno de Don Tomás Estrada Palma, primer presidente de la república neocolonial cubana.

Albañil de profesión. Negro y discriminado. Joven de inquietudes revolucionarias. Cuando Carlos Manuel de Céspedes se alzó en armas en La Demajagua, el 10 de octubre de 1868, las huestes independentistas tuvieron, entre sus primeros soldados, a Quintín Bandera, quien se alzó con su esposa Francisca Zayas. Con ella tuvo cinco hijos y todos, pequeños, perecieron en la manigua.
Combatió bajo el mando de prestigiosos jefes, entre ellos Antonio Maceo, Flor Crombet, Calixto García, destacándose en combates como los de Tubacao, Sevilla, Yayabo, Hongolosongo, Estero de Morón, Cambute, los ataques a Guisa y Manzanillo, además de la toma de Holguín.

Cuando se produce, en 1878, el vergonzoso Pacto del Zanjón, Quintín Bandera no está entre quienes claudican. El 15 de marzo de ese año, está junto a Antonio Maceo en la Protesta de Baraguá. El propio Titán de Bronce le orienta quedarse en Cuba, en función de preparar la contienda que debía reiniciarse más adelante.

La llamada Guerra Chiquita tiene también entre sus soldados a Quintín Bandera, quien, luego del fracaso, trata de marchar hacia el extranjero y es apresado por las fuerzas españolas. Permanece  largo tiempo en presidio y vuelve a su desempeño como albañil en su ciudad natal.

Pero la clarinada del 24 de febrero de 1895 lo convoca de nuevo a los campos de batalla por la independencia cubana.  Combate junto a Maceo en Peralejo y luego dirige la infantería durante la invasión de Oriente hacia Occidente, que cubriría de gloria a las armas mambisas contra el ejército colonial español.

La causa por la cual había peleado el bravo mambí durante más de tres décadas, sin embargo, no alcanzó el triunfo. Y estuvo entonces entre los oficiales del Ejército Libertador Cubano víctimas de la humillación, de la discriminación y olvido de quienes, en el poder, se entregaban al gobierno interventor de los Estados Unidos y traicionaban los ideales por los cuales decenas de miles de cubanos habían ofrendado su vida.

Terminada la  contienda  que puso fin al dominio colonial español y abrió las puertas a la injerencia yanqui, el General  Quintín Bandera se vio en la calle, sin empleo, sin ni siquiera el derecho a la paga acordada  para los integrantes del ejército mambí. Pero no se plegó a los intentos de soborno. Y ganaba su sustento en funciones teatrales o en campañas publicitarias de firmas comerciales jaboneras que lucraban con el prestigio del héroe.

Hasta al propio presidente Estrada Palma llegó con su reclamo para la obtención de un empleo, pero la respuesta fue la humillante limosna de cinco pesos, estrellada contra la dignidad del patriota.

Ante la situación imperante, Quintín Bandera no se amilanó, ni perdió su espíritu de rebeldía. Se opone a la presencia norteamericana en Cuba y su política de dominación sobre nuestro país. Establece relaciones con grupos de obreros y llega a ser acusado de aspirar a la jefatura del movimiento socialista en Cuba.

En agosto de 1906 forma parte de una rebelión que fracasa. Pide un salvoconducto para salir del país, pero el presidente Estrada Palma se lo niega. La orden es perseguirlo y dar un escarmiento, lo cual se traduce en capturarlo y asesinarlo.

El 23 de agosto de ese mismo año se consuma el crimen. Quintín Bandera, hecho prisionero, recibe un tiro y luego es masacrado a machetazos, su cadáver es profanado y luego se producen varios disparos para simular la existencia de un combate. Así moría el héroe, a la edad de 73 años.

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